En números oficiales, el auxilio militar era de 1500 millones de dólares anuales en los últimos tres años y cifras variables que se remontan a 1981 cuando, después del asesinato de Anwar El-Sadat, Hosni asumió la presidencia. Desde entonces, se mantuvo en el poder con una política exterior que dio la espalda tanto al pueblo como a los intereses árabes.
La discusión acerca de si fue un golpe militar o una revolución no tiene asidero. La toma del poder ha sido mediante una acción de fuerza militar, se ha impuesto una Junta Militar ad hoc desconociendo la Constitución vigente -debió asumir el Vice- y no funciona el Congreso. Una revolución -si se produce- significa un cambio profundo en las estructuras sociales, económicas y políticas de la República de Egipto. Esto último no se ha producido y ni siquiera sabemos si estará en los planes del próximo gobierno.
La prensa estadounidense y los profesores de política exterior que siguen las enseñanzas del Pentágono se han empeñado estos días -lo vimos por CNN- en ver una revolución. “Se ha depuesto a un tirano” (sic) -afirman- cuando este hecho repetido en Egipto podría permitir perfectamente la instalación de otro tirano; o, mediante elecciones, garantizar la continuidad de la política exterior de Mubarak (la de Estados Unidos). Con lo cual habría cambiado un gobierno para que nada cambie en la sociedad ni en el concierto de naciones.
Recordemos la historia reciente de Egipto. En 1952 el general Gamal Abdul Nasser dio un golpe de Estado y echó a los británicos; en 1953 asumió el general Mohamed Naguib pero nuevamente Nasser, mediante un golpe, se hizo con el gobierno hasta 1970 en que murió y fue reemplazado por otro militar Anwar El-Sadat. En 1981 este general fue asesinado y se instaló en el poder Hosni Mubarak. Duró hasta ayer. Pero no es poca cosa el dato de que sólo militares gobernaron Egipto, siempre al servicio de los Estados Unidos. Sólo por poner un ejemplo de estos servicios, apuntamos que el estratégico canal de Suez -pertenece a Egipto desde 1956- es un paso que ahorra dinero y tiempo a los barcos, que pagan una tasa (peaje) por el uso. Estados Unidos tiene derecho de prioridad para sus barcos de Guerra, lo que les permite instalar sus naves en el Mediterráneo en el mínimo de tiempo y sin costo.
La única diferencia apreciable esta vez es que el golpe fue acordado con la oposición. Las Fuerzas Armadas se vieron en la disyuntiva de apoyar al gobierno, para lo que debían reprimir a un pueblo mayoritariamente joven, como la propia base de sus tropas; o bien, negociar con la oposición la salida oculta del presidente y vaya a saber qué otras cosas. Así fue como le indicaron la puerta de salida a Mubarak.
La presencia de una cantidad importante de jóvenes en las calles y su manifiesta adhesión a la No Violencia son los hechos a destacar como factores novedosos y relevantes a la hora de un análisis. No es que la Plaza Tahrir haya sido el escenario de una batalla generacional pero sí lo fue de una reacción juvenil no-violenta a la violencia ejercida desde el poder gerontocrático de Egipto que no dio respuesta a la inserción de este sector de la población. Digamos de paso que, aunque no goza de prestigio entre los analistas, la dialéctica generacional existe y es continua y las agresiones parten desde la cúpula envejecida que detenta el poder. Los asesinatos de jóvenes por las fuerzas represivas son, tal vez, su expresión más dramática; pero la marginación por el desempleo es la más constante.
Lo hemos dicho y lo repetimos. La falta de respuesta del régimen a los principales problemas del pueblo: desempleo, carestía de los alimentos básicos, falta de condiciones mínimas de vida que incluye el acceso al agua potable y la falta de futuro, son las razones de la ira. El fraude electoral en las últimas elecciones controladas por el aparato estatal, en las que Mubarak obtuvo el 90 por ciento de los votos, fue la gota que colmó el vaso. Pero es poco creíble que los egipcios se levantaran un día, el 25, todos con la misma idea: derrocar a un tirano que llevaba 30 años en el poder. Es, figuradamente, como si hubieran dicho en una reunión casual: “Che, ¿no les parece que Mubarak lleva mucho tiempo en el gobierno? ¿Qué les parece si lo derrocamos? Dale, convoquemos a la plaza por Internet”. Es pueril.
Mubarack -no nos equivoquemos- no significaba nada para esos jóvenes desempleados; sólo era un obstáculo y un símbolo. Se lanzaron a las calles movilizados por razones económicas y sociales. Y, si no cae en cuenta de estos “detalles”, el próximo gobierno puede seguir el mismo camino.
Los hechos ocurridos en Egipto son positivos -en definitiva- porque muestran un movimiento social contundente por su fuerte componente generacional, una metodología de acción no-violenta y una toma de conciencia sobre la propia fuerza.
El eje de los cambios pasa -en lo interno- por la inclusión social y el crecimiento económico con justicia distributiva y, en el plano internacional, por el tema de Israel. La disyuntiva es: se sigue la política fijada por Estados Unidos o se vuelve a la matriz árabe para apoyar a Palestina y variar la correlación de fuerzas en Medio Oriente. Esta última opción no necesariamente conduce a la guerra, pero sí podría significar el comienzo de una revolución.