Mientras los poderosos temblaban, los menos cacareaban acusaciones de violencia y secuestros, y los vendidos eran avergonzados por jóvenes trabajadores, se producía un parto que los medios y los conservadores se niegan a ver y aceptar.

Si Chile, nuestra patria, se detuvo por un par de días  y las pérdidas se elevaron a más de  3 mil millones de dólares, no es por la planificación de algún partido político o por la mente desquiciada de algún resentido social  que quería hacer temblar el poder, menos por la capacidad de los viejos dirigentes, que fueron superados en los discursos y la acción.

Llegaron los jóvenes a terminar con la apatía, con el miedo  y,  de paso, con los vendidos. Cientos de ellos nos dieron 21 días de coraje, capacidad y audacia; detuvieron al país con la fuerza de la razón, de la simple razón de ser dignos. Eran muchos en todos los puertos, con sus cabelleras largas y su discurso nuevo, nos sorprendieron para dejar en claro que vienen por más, por lo digno para todos, para barrer con la mediocridad que nos embarga y acabar con el conservadurismo ineficiente.

Con sus puños en alto, pero también directo al rostro de los rompe-huelga, llegaron los jóvenes obreros  para ocupar los espacios que hacía falta. Nosotros, sorprendidos (felizmente sorprendidos) supimos entonces que la resistencia sirvió de algo, que dio tiempo a que maduraran, a que crecieran, para que tomen la bandera de la decencia y de lo justo. Hoy sentimos que debemos ocupar el sitio de la retaguardia, a cuidarle las espaldas y que ni un cabrón se atreva a tocarlos.

Hace 21 días en Chile hubo un parto, nacieron cientos de luchadores de nuestra clase, mientras las sobras de la oligarquía cacareaban, nuestros muchachos de overoles tomaban el mando, para conducirnos a la emancipación que nos enseñara  Don Lucho. Verlos levantarse, crecer y agigantarse, mientras otros se arrodillan, se confunden y se ubican en el lado contrario, y los poderosos se esconden en las faldas de una rota dura y mentirosa, Chile de verdad crece para exigir en serio, ya no lo básico. Ahora la pelea es en serio.

Por Jorge Bustos