¿Cómo es que están ligadas las dificultades de un creciente número de personas en la opulenta Europa con las recientes huelgas en China, el caos reinante en Haití, el increíble nivel de delincuencia en Sudáfrica y los nuevos desastres humanitarios que están a las puertas en el continente africano?
¿Es que acaso el sistema está en crisis y asistiremos a la brevedad al demorado derrumbe capitalista? Es posible. El propósito de este artículo sin embargo, es poner de manifiesto una de las facetas de esa decadencia. Un tema de máximo poder explosivo que está a la base de la fuerte inquietud popular del presente. El alza mundial de precios de los alimentos.
En una reciente conferencia de prensa, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) informa que *“Los precios mundiales de los alimentos alcanzaron un nuevo récord histórico el pasado enero, por séptimo mes consecutivo, según revela la última edición del Índice de la FAO para los precios de los alimentos, referido a un conjunto de productos básicos y que analiza mensualmente las variaciones de los precios alimentarios a nivel global.”*
El reporte continúa diciéndonos que: *“El Índice tuvo un promedio de 231 puntos en enero, con un 3,4 por ciento de incremento respecto a diciembre de 2010. Se trata del nivel más alto (tanto a nivel real como nominal) desde que la FAO comenzó la medición de los precios alimentarios en 1990.”*
El especialista en cereales y economista de la FAO Abdolreza Abassian indica algo más adelante en su informe:*”El alza de precios de los alimentos supone una grave preocupación, en especial para los países de bajos ingresos y con déficit de alimentos que pueden tener dificultades en financiar sus importaciones alimentarias, y para las familias pobres que gastan un porcentaje importante de sus ingresos en alimentos».*
Las estadísticas revelan al mismo tiempo la inconsistencia estructural de un sistema que pese a todas sus revoluciones tecnológicas no logra siquiera satisfacer las necesidades básicas de comida de un número superior al billón de personas a nivel mundial. Este sexto de la población mundial es considerado como afectado crónicamente por el hambre y otra proporción similar es la que sufre los efectos de la desnutrición.
Aún en sociedades de bienestar intermedio, la situación es problemática y millones de amas y amos de casa la resumen de modo contundente. *“¡Qué caro está todo!”* dicen y razón les sobra, aunque no dinero.
Los motivos para este mal, que supone una bomba de tiempo para todos los gobiernos y acaso para el sistema en general, son múltiples y conexos. Analistas de coyuntura aducen sequías y otras variaciones climáticas o reducciones productivas significativas como productoras de la inflación de precios, siguiendo la lógica anticuada de la oferta y la demanda que, según ellos, equilibrarían las cosas una vez superado el accidente.
Bien vistas las cosas, esa lógica se ha roto hace tiempo y un fuerte descenso de consumo general como el actual no trae automáticamente la tan esperada deflación. De esta manera, los economistas han descubierto el peligro de la *“estanflación”*, la inflación a pesar del estancamiento de la demanda.
Los factores que influyen decisivamente en la dificultad de sobrevivir diariamente no son coyunturales sino estructurales, aunque algunos se manifiesten con mayor vigor en determinados momentos.
El principal de ellos es la especulación financiera, el casino de las bolsas con su presión sobre los precios de las materias primas, subiendo éstos cuando se apuesta a ellas. Esta modalidad especulativa sobre los *“commodities”* se ha visto favorecida por la decadencia de cierto tipo de instrumentos financieros caídos en desgracia en la crisis financiera derivada de la explosión de la burbuja especulativa inmobiliaria en EEUU. De esta manera, los capitales ociosos y golondrinas migraron a intentar ganar sobre alimentos, combustibles y metales, sin invertir productivamente ni un solo centavo.
Otro factor decisivo es la dependencia mundial que ha creado la famosa globalización. Ésta, lejos de hacer accesible a los pueblos posibilidades de comerciar libremente, hace pasar todo por el embudo de los intereses de las multinacionales y la monetización. De esta manera, se han formado grandes conglomerados agroindustriales que manejan los precios agrícolas para extraer enormes ganancias. En esta inmoralidad olvidan, al igual que lo hicieron en las últimas décadas del siglo pasado con la salud y la educación, que la alimentación es un derecho humano básico y que con eso no se juega ni se comercia.
Entre esas inhumanas industrias del hambre tienen importancia destacada aquellas que promueven la explotación de biocombustibles, el cual devora inmensas superficies de tierra para alimentar el derroche de combustible en los países centrales. De esta manera, cada campesino centroamericano cuece sus tortillas de maíz a precio de petróleo.
Por último, la insaciable China y junto a ella otros países emergentes o fuertemente agrodependientes, al requerir importantes cantidades de alimentos, no hacen sino reforzar la presión alcista sobre los comestibles.
El hambre y la creciente dificultad de sustentar a la propia familia es el drama terrible que deja al descubierto la tan publicitada globalización, la más reciente de las mutaciones del capitalismo antihumanista, en realidad una reedición con nuevos ropajes del antiguo argumento colonial e imperialista. Éste es el globo que es fundamental pinchar, antes de que reviente.