Los resultados de las elecciones en Francia no constituyeron mayor sorpresa. Se esperaba una segunda vuelta y que a ella concurrirían Macron y Le Pen. Así se dio. Lo sorprendente estuvo constituido por la baja votación del candidato socialista del partido gobernante, que Macron haya aventajado a Le Pen, y la estrechez de los resultados de los dos candidatos que quedaron fuera de la segunda vuelta, el conservador Fillon y el izquierdista Melenchon.
Que Le Pen no haya logrado sostener la primera posición que ostentaba en los sondeos, no da para alegrarse mayormente si se toma en cuenta que fue aventajada por un exbanquero y que la segunda vuelta se dará en el marco de dos candidaturas de partidos no tradicionales, reveladora de la crisis que embarga a la política tal como la hemos entendido hasta ahora.
Desde fines de la segunda guerra mundial, las elecciones francesas estaban dominadas por una derecha expresada en los conservadores y una izquierda representada en los primeros años de la quinta república por los comunistas y socialistas, y en las últimas décadas, desde el derrumbe del imperio soviético, solo por los socialistas. Ninguno de los dos estará presentes en la segunda vuelta, hecho inédito en la historia política francesa de los últimos 50 años. Fillon, representante de la derecha conservadora tradicional, que partió como favorito, quedó fuera tras conocerse la corrupción reinante en el seno de su propia familia; y el candidato socialista, Hamon, con menos del 10%, sufrió las consecuencias de la crisis que embarga al socialismo francés, y que se extiende a nivel mundial.
Por primera vez se da que cuatro candidatos obtengan, cada uno del orden del 20% (Macron, Le Pen, Fillon y Melenchon), lo que da cuenta de una dispersión no vista en el pasado, que complementada con la abstención, revela la confusión imperante respecto del futuro al que se aspira en medio de un presente complejo. No se vislumbran líderes de talla capaces de dar el ancho para enfrentar los desafíos del mundo contemporáneo. A Macron difícilmente se le puede catalogar siquiera como un hombre de centroizquierda dada su condición de exbanquero, de un hombre del mundo de las finanzas. A su favor se contabiliza su talante europeísta, de una Francia abierta, en contraposición a la Francia cerrada de sus contrincantes, particularmente la Francia xenófoba, antieuropeísta de Le Pen.
La mayor sorpresa quizá estuvo constituida por la votación alcanzada por Melenchon, con un porcentaje cercano al 20% de un electorado que parece buscar retomar las riendas de una izquierda en busca de su destino en tiempos de globalización, de debilitamiento en la organización de los trabajadores.
En la segunda vuelta, Macron corre con ventaja dado el apoyo explícito que desde el primer minuto le han dado tanto Fillon y Hamon, desde el conservadurismo y el socialismo. Melenchon en cambio, ha resuelto desentenderse hastiado de tener que optar entre el mal menor y el mal mayor.
Como en tantas cosas de la vida, ni Macron ni Le Pen pueden cantar victoria antes de tiempo. La lucha será cerrada. Al conocerse los resultados de esta primera vuelta, quienes respaldan el espíritu de unión europea que emergió luego de la segunda guerra mundial, respiraron aliviados. No es para menos. Sin embargo queda mucho por resolver.
De ganar, Macron y Francia no la tendrán fácil. Mal que mal, tras Macron no hay partido fuerte alguno y deberá transitar por terrenos movedizos, enfrentando una situación política, económica, social y cultural que le demandará mucha lucidez y esfuerzo para sumar los apoyos que necesitará.
Para Chile, que a partir del segundo semestre se sumergirá en una vorágine electoral, lo que está ocurriendo en Francia debe ser observado con detención. Encontrar las similitudes y diferencias puede ayudarnos a vaticinar lo que ocurrirá en este tembloroso rincón del mundo.