Madrid, El Cairo, Tel Aviv y Nueva York y varias ciudades del mundo fueron tomadas en 2011 por un despertar colectivo.  Más allá de la polarización conceptual de partidos vanguardistas y redes virtuales dispersas, el pensador brasileño Rodrigo Nunes escudriña lo que quedó tras las oleadas revolucionarias del 2011 para dar cuenta de una imagen más refinada de dinámica organizacional en tiempos Web 2.0. Para Nunes es posible tener un movimiento masivo sin organizaciones masivas, mediado por el encuentro entre el descontento amplio y el acceso a herramientas tecnológicas que permiten una comunicación multi-polar, apuesta a un plazo mucho más largo que lo medible por ciclos electorales y el poder destituyente que abre nuevas formas políticas y mecanismos de representación. Además discute que la forma organizativa principal del 2011 haya sido la asamblea, sino que un liderazgo distribuido, que implica la posibilidad para individuos y grupos sin previa experiencia, de asumir temporalmente el rol de sacar cosas adelante en virtud de proveer acciones de puntos focales provisionales.

2011 fue un año excepcional, uno que podrá – ojalá – llegar un día a ser recordado junto a otros como 1968 y 1848. Eso dependerá de si los años que vienen cumplen con su promesa, haciendo con que aparezca retrospectivamente como el inicio de algo. Entender la naturaleza de aquella promesa y los medios por que se puede cumplirla son, por ello, una parte importante de convertirla en realidad. Un desafío clave en este respecto es desmenuzar los sucesos del 2011 al máximo posible de las representaciones falsas, tanto negativas como positivas, originadas en la cobertura mediática y, a veces, en las impresiones de sus protagonistas mismos. Intentar, en síntesis, ceñirse al máximo a lo que la gente hacía y hace, más que lo que se dice o decía que hacían y hacen.

El dictum de Negri sobre Lenin: “la organización es la espontaneidad que reflexiona sobre si misma”,  propone que la espontaneidad nunca es meramente sin forma sino que es siempre ya alguna suerte de organización [1]. Es un error de larga data del debate sobre organización polarizarlo como si fuera posible elegir entre la ausencia absoluta de forma (movimiento “espontáneo”) y la forma (el partido). Tanto como un partido, por más integral que sea en él el control, siempre tendrá un grado de porosidad y desviación anómala; a la vez, lo aparentemente disforme contendrá siempre su propia forma, aunque mutable y abierta. Las tres tesis que siguen apuntan a destacar algunas lecciones ya implícitas de los dos años pasados de lucha y acercarse a sus formas subyacentes.

1. ES POSIBLE TENER UN MOVIMIENTO MASIVO SIN ORGANIZACIONES MASIVAS

Esa lección no es precisamente nueva; la conocemos al menos desde el 1968, o desde los tardíos ’90 si descartamos por el momento las referencias clásicas. Es sin embargo necesario repetirla y formularla de esta manera, ya que intentar traducir las cuestiones levantadas por el presente al lenguaje de debates mas viejos puede a veces ser más iluminador que seguir insistiendo en su novedad absoluta.

Lo que importa aquí es no sólo el grado al que organizaciones masivas (partidos, sindicatos – con la excepción de las participación, relativamente secundaria, de los últimos en Egipto y Túnez) eran percibidas como “parte del problema”, o simplemente consideradas non-gratas, sino también hasta que punto se vieron cuestionadas como organizaciones masivas. Frente a un movimiento largo y heterogéneo en vivo desarrollo, quedó transparente su capacidad movilizadora limitada – y la calidad de su representación demasiado rancia, demasiado osificada, demasiado representativa como para importar. Cuando masas de gente se levantaron contra el sistema representativo y la escasez de opciones reales que este ofrecía, a los sindicatos y partidos en general se consideró más bien como representantes del sistema mismo que de aquellos que en principio debían representar.

Decir eso, queda claro, no nos dice nada en particular sobre el poder de permanencia de los movimientos surgidos en 2011, si la opción de no formar organizaciones masivas conllevará a la pérdida progresiva de momentum, o si formarlas será meramente divisor sin ser beneficioso. Ni tampoco dice nada sobre si organizaciones masivas por sí son proposiciones anticuadas[2] .  Pero sí dice algo sobre el estado de organizaciones masivas existentes y el potencial que reside en el encuentro entre un descontento social amplio y el acceso a herramientas tecnológicas que permiten una comunicación masiva y equivalente. Son, entonces, buenas noticias: las organizaciones masivas están en crisis en todos lados (inclusive América Latina, desde donde escribo en estos momentos); es bueno saber que es posible producir efectos políticos sin ellas.

También dice algo sobre la crisis de representación, y el periodo necesariamente largo que conlleva resolverla. Algunos fueron rápidos en describir los “fracasos” de los movimientos en Túnez, Egipto y España, en el sentido que las fuerzas que accedieron al poder finalmente no eran mucho mejores de las que fueron destituidas. La lógica detrás de este raciocinio es verdaderamente rara: si los movimientos empezaron reivindicando que todas decisiones esenciales quedaban fuera del alcance de la democracia representativa y que todas opciones dispuestas eran distintas tonalidades de lo mismo, esperar desmentirlos por destacar que lo que finalmente consiguieron fueron solamente distintas tonalidades de lo mismo, es esencialmente corroborar su afirmación. Sólo tiene sentido el argumento si uno ya ha aceptado la premisa que rechazan los movimientos: que no hay alternativas al “no hay alternativas” a que se oponen. Con eso, se deja de reconocer que han, desde el principio, apostado a un plazo mucho más largo que lo mensurable por ciclos electorales (y que demandará por cierto aún mucho más esfuerzo)[3] .

Respecto a un sistema político en su conjunto, esos movimientos ejercen – y es acaso lo único que de momento pueden hacer – lo que el Colectivo Situaciones ha llamado poder destituyente[4].  Sin duda también poseen un poder constituyente cuyo futuro y dirección todavía no se predice con facilidad. Puede abrir nuevas formas políticas, nuevos mecanismos de representación, nuevas instituciones o, como mínimo, nuevas organizaciones. Puede hacer todo ello a la vez, como fue el caso en Bolivia tras la crisis neoliberal. Pero en este momento, la principal meta factible es purgar rigurosamente el sistema; y no sólo no se puede hacer esto de un día para otro, la agudización de contradicciones en el corto plazo – España actualmente tiene un gobierno de derechas electo por el 30 por ciento de la población, mientras que encuestas indican que aproximadamente el 70 por ciento está de acuerdo con los indignados – puede, en un plazo más largo, llevar justamente a eso.

2.LA ORGANIZACIÓN NO HA DESAPARECIDO, SINO CAMBIADO

Muchos han observado como la evidente similitud entre 2011 y el momento alterglobalista pasó extrañamente inadvertida entre los comentadores[5].  Con respecto a cuestiones de organización, hay una doble ironía en esta invisibilización. Por un lado, el momento alterglobalista marcó el primer intento de elaborar las transformaciones en prácticas organizacionales ocasionadas por nuevas tecnologías de comunicación, sobre todo internet. Por otro lado, ya manifestaba la misma actitud de tabula rasa o de “nuevo amanecer” que algunos adoptan hoy en día: “nuevas condiciones tecnológicas han cambiado para siempre nuestra forma de organizarnos, ahora todo es cuestión de individuos conectados, los tiempos de formas organizacionales jerárquicas han pasado…” Ahí está, obviamente, una tercera ironía: como frecuentemente pasa con la actitud moderna de anunciar el presente como una total ruptura con el pasado, esta se descubre retrospectivamente como anticipación de algo todavía por venir. Las “nuevas condiciones tecnológicas” de hace diez años – listas de correos, celulares sin cámaras, Indymedia! — palidecen ante los modos de producción de información ahora conocidos; en cambio, la “ruptura total” de hoy ha estado presente, de alguna manera, desde hace ya diez años.

El problema es que diferentes cosas suelen mezclarse en la discusión, y prácticas activistas asociadas con formas organizacionales antiguas – la agitación en sitios de trabajo o la organización comunitaria  “de puerta en puerta” – son indebidamente amontonadas con la forma organizacional misma. Como consecuencia, la argumentación pasa fácilmente de  “algunas formas organizacionales ya no son necesarias” a “algunas formas de activismo son ahora superfluas”, y termina por producir un imagen algo falseado de como realmente se dotó a los medios sociales de un uso político.

En un artículo de finales del 2010, Malcolm Gladwell se refiere al trabajo innovador de Mark Granovetter en la teoría de redes sociales para luego sugerir que medios sociales son herramientas extraordinarias para divulgar información y fomentar acciones de bajo compromiso (“compartir”, “me gusta”, “retweet”, “donar”) pero que no lo son tanto para desarrollar relaciones fiables, compromiso y lo que suele impulsar el éxito de una acción o una campaña. Una de las más fuertes conclusiones del texto era que “el activismo de Facebook sucede no por motivar personas a hacer un sacrificio real, sino por motivarles a hacer cosas que hacen las personas cuando no están lo suficiente motivadas para hacer un sacrificio real”[6].  Para decirlo de otra manera, medios sociales son un ambiente excelente para el activismo de lazos débiles, pero el desarrollo de lazos fuertes requiere de una consistencia organizacional más grande del “clicktivism”[7].   Como cada uno que haya organizado algo en su vida sabe, no es, por lástima, tan fácil como “twittealo y ellos vendrán”[8].

Mi hipótesis es que, sin contradecir aquella conclusión, el uso político de medios sociales por los movimientos del 2011 señala una posibilidad subestimada por Gladwell: bajo ciertas circunstancias, la cantidad de conexiones facilitadas por medios sociales puede  producir la cualidad de conexiones más fuertes – un efecto marginal  siempre presente en los lazos débiles, pero que circunstancias favorables pueden intensificar, y que podemos describir como una general reducción del umbral de participación de cada individuo.

Si uno presta atención a cómo los eventos se desarrollan, el mito de individuos aislados juntándose en una fecha aleatoria de un evento Facebook se descompone. Incluso el caso supuestamente más cercano a la narrativa del levantamiento “espontáneo”, Túnez, es mejor descrito como empezando desde lazos fuertes. La chocante autoinmolación de Mohamed Bouazizi galvanizó primero un círculo íntimo de amigos y familiares que luego intentaron asegurar que la información de su muerte y las protestas subsecuentes salieran de la ciudad de Sidi Bouzid. Desde luego, la noticia fue captada por Al Jazeera, hubo apoyo del sindicato local y de grupos estudiantiles, y activistas veteranos y críticos del gobierno empezaron a alzar sus voces – y manos[9].

En otras palabras, este no fue simplemente un movimiento yendo de lazos débiles a fuertes, individuos aislados a compromisos fuertes, la web a la calle; sino de lazos fuertes a débiles (desde la instancia local a una cantidad mucho mayor de informados) a fuertes (grupos e individuos activistas sumándose a gran escala) a una dimensión amplia de lazos débiles transformándose en fuertes mientras el movimiento ganaba momentum. Lo mismo se ilustra por la difusión geográfica: desde el campo a Al Jazeera, luego desde los medios sociales y YouTube a la capital y al extranjero, en que cada nuevo relevo producía no sólo un número mayor de personas informadas, sino también de personas activas. Y no es demás presumir que la comunicación entre individuos tenía lugar no sólo a través de medios, sociales y otros, sino también de encuentros y organizaciones preexistentes o nacientes.

Es sabido que durante años se frustraron y reprimieron los intentos de grupos de activistas en Egipto a canalizar la oposición masiva al régimen de Mubarak. Entonces vinieron los sucesos en Túnez, y la difusión viral de información y la disponibilidad de herramientas movilizadoras online les ofrecieron una oportunidad que aquellos grupos agarraron. Es verdad que alguien creó para el 25 de enero un evento en Facebook llamado “Día dela Ira”. Pero esta persona no era cualquier “ciudadano preocupado” sino el administrador de una página de Facebook (“Todos somos Khaled Said”) existente desde hacía más de seis meses y con más de 400.000 seguidores. Este mismo administrador, el ahora famoso Wael Ghonim, atribuye la idea a su colaborador AbdelRahman Mansour y la decisión final a una sesión de lluvia de ideas del mes anterior con Ahmed Maher, del Movimiento Juvenil 6 de Abril. En esta sesión llegaron al acuerdo que la página en Facebook iba a encabezar la llamada, mientras que los activistas iban a preocuparse por la logística[10]. El Movimiento Juvenil 6 de Abril ya se había movilizado para esta fecha, el Día del Policía, en el pasado; y mientras la idea de la protesta en esta y siguientes fechas “prendía”, fue trabajada y operacionalizada por varios otras organizaciones y grupos de afinidad existentes y emergentes.

La comunicación que facilitó la primavera árabe (o 15M y Occupy) no se difundió meramente de un individuo al próximo vía medios sociales. En todos estos casos, lo que pasó fue un relevo complejo entre hubs ya establecidos – grupos de lazos fuertes o núcleos comunicacionales con muchos seguidores y alta credibilidad – y una cola larga de lazos de decreciente fortaleza, cómo círculos concéntricos con muchos epicentros. Si puede haber movimientos masivos sin organizaciones masivas, es porque los medios sociales amplían exponencialmente los efectos de iniciativas relativamente aisladas. Pero esto no es un fenómeno milagroso capaz de dispensar la calidad produciendo cantidad de la nada, sino requiere el relevo por hubs y grupos de lazos fuertes que pueden hacer el pasaje del buzz a la acción.

Cuando pasa eso, y las condiciones son propicias, la difusión de información también sirve para el desarrollo de lazos cada vez más fuertes en la larga cola de seguidores: una vez un amigo o un familiar acude a una manifestación, o se ven imágenes fuertes de una, es más probable que uno vaya a la próxima. Es decir, se puede hablar de espontaneidad si entendemos los nuevos flujos de información y de toma de decisión como necesariamente pasando por redes y organizaciones previas y afinidades más cercanas, y por tanto siguiendo líneas previas, que sin duda se transforman con el proceso; por cierto no en el sentido de una ideal “asociación de individuos” que antes existían meramente como individuos. Esto se da aún más explícitamente en los casos de 15M y Occupy, donde hubo un proceso organizacional abierto y público previo[11].

Finalmente, es interesante especular sobre como los inicios de las revoluciones tunecina y egipcia están conectados a la muerte y al sacrificio, de Mohammed Bouazizi y Khaled Said sobre todo. No hay mayor prueba de compromiso o de la fortaleza de lazos que la disposición a morir. La relación entre años de abuso policial y violencia, y luego la irreprimible resolución de los activistas en estos países parece evidente. El hecho de que el riesgo de tomar parte en el movimiento era máximo se transformó en el más fundamental elemento para el fortalecimiento de lazos: la disposición de morir juntos si necesario, y la solidaridad que así se crea.

3.LA FORMA ORGANIZACIONALPRINCIPAL DEL 2011  NO FUE LA ASAMBLEA

Al nivel más evidente, la forma organizacional principal de los movimientos en 2011 fue la acampada. Desde el ejemplo extraordinario de Plaza Tahrir, el modelo se difundió a Wisconsin, Israel, España (donde, sin embargo, la acampada fue un resultado imprevisto de la manifestación del 15M); y luego, tras Occupy Wall Street, concebido desde sus inicios como acampada, y el día de acción global el 15 de octubre, llegó al resto del mundo. La acampada fue el meme más poderoso, lo que no sorprende, ya que fue el origen de las imágenes más emocionantes y, con Egipto, de la victoria más apasionante.

Pero es importante mantener clara la conexión precisa entre forma y finalidad que hizo de Plaza Tahrir un símbolo tan triunfante. Más bien que sólo un meme, tratábase ahí de una estrategia: la de concentrar el movimiento en un sitio con una demanda muy precisa, aunque negativa – la dimisión de Mubarak. Mismo en este caso, además, queda claro que el movimiento no habría alcanzado su objetivo si Mubarak no hubiese perdido control simultáneamente en varias partes del país.

En la medida en que la acampada se transformó en meme, la conexión entre forma y finalidad se perdió. Es notable que el primer tweet desde @acampadasol – la primera cuenta en Twitter de la primera acampada “espontánea” en España (Puerta del Sol, Madrid) – declarase que “no nos vamos hasta que lleguemos a un acuerdo”. Quién era este “nosotros”, y con quién y sobre qué se iba a llegar a un acuerdo, quedaba no dicho en el sintaxis peculiar del sitio web de micro-blogging. Cuando, después del 15 de octubre, se llegó a varios “Occupy” en el mundo, la conexión ya se había perdido. Lo mismo puede decirse sobre otros memes relacionados, como el “micro humano”, que empezó como solución práctica para la prohibición del uso de amplificadores en el parque Zucotti en Nueva York, y pasó a ser visto como símbolo de una distintiva manera “Occupy” de hacer política, aunque en sitios donde ni siquiera se aplicaba la prohibición.

Con ello no quiero decir que las posteriores iteraciones del meme acampada no fueron de ninguna manera tácticas; sí lo fueron, pero de manera distinta. Sin las demandas negativas precisas existentes en Egipto y Wisconsin, el intento no era de hacer valer una voluntad colectiva, sino más bien crear un espacio político para que fuese posible construir aquella, para que una fuerza social capaz de efectuar cambio pudriera surgir. En este sentido, si los beneficios tácticos decrecientes se asemejan a lo que pasó con el ciclo de contra-cumbres del movimiento alterglobalista, criticarlos sin reconocer la otra función fundamental que ejercieron – como, por ejemplo, hizo Badiou en 2003 respecto a las contra-cumbres  [12]– equivale ignorar lo que personas realmente hacen en virtud de enfocarse en lo que ellos (o los medios) dicen hacer.

La fuerza de acampadas como las españolas, israelíes y algunos sitios “Occupy” estaba en crear un punto focal para una disidencia antes dispersa. Fueron momentos en los que redes sociales ya existentes, virtuales y no-virtuales, colisionaron y se reajustaron, ganando más consistencia con el contacto directo y la co-presencia. Es más, las acampadas fueron un espacio accesible a todos, sin importar experiencia previa de activismo y/o inserción en las redes sociales iniciantes del proceso. Finalmente, eso se logró también mediante la exposición de las personas al reto de compartir el espacio y su gestión, lo que, pese a ser arduo, construye lazos fuertes. Para decirlo de otra manera, lo que hicieron estas acampadas posteriores fue actuar en las condiciones de posibilidad de la política: en un contexto de profundo desempoderamiento y una severa crisis impactando en una sociedad altamente atomizada, ellas funcionaron como espacio desde donde el tejido social que llamamos “lo político” podía ser, por lo menos para quienes ahí estaban, parcialmente reconstituido.

La dificultad estaba en que, al mismo tiempo, gente de fuera y de dentro del movimiento esperaba acción política concertada y la toma de posiciones claras. Los acampados tenían que “madurar en público”, en una situación sin coordinadas tácticas contenían límites temporales (“nos quedaremos hasta que..”), sin idea clara de qué implicaba el quedarse indefinidamente, y cara a la tarea hercúlea (o posiblemente de Sísifo) de decidir en situ con grandes cantidades de personas bastante diversas.

Se prestó mucha atención a las asambleas generales, lo que es natural por lo que tenían a la vez de impresionante y pintoresco (a los periodistas les gustó mucho los códigos de gestos), pero también por como parecían responder a una experiencia de déficit democrático ampliamente compartida. A menudo, los participantes hablaban de la felicidad ostensible de todos por tener un espacio donde se podían hacer escuchar por los otros. Y si bien las redes virtuales fueron el principal medio original para la difusión afectiva y contagio, el impacto de encontrarse con otros en espacios de intercambio de perspectivas con “micro abierto”, de crear nuevas relaciones y redes – sin hablar del poderoso descubrimiento de lo común entre gente que antes se desconocía – no puede ser subestimado.

Sin embargo, la diferencia de intensidad en el traslado “de internet a las calles” puede producir una sobrevaloración de la asamblea frente a todo lo demás. Durante la primavera árabe, Christian Marazzi comparó las lógicas de contagio propio al mercado financiero con los sucesos en el Magreb[13].  En el primer caso se tiene un déficit de información que conduce a un comportamiento mimético que, en las alturas vertiginosas de una burbuja especulativa, se vuelve enteramente auto-referente e incapaz de observar alguna dinámica exterior a si mismo, generando la creencia que un (grande) Otro del mercado sabrá algo “que nosotros no sabemos”. En el segundo, un exceso de información produce una “imitación de uno mismo” cuyo referente material es el mismo cuerpo social. En estos términos, el riesgo inherente a asambleas podría describirse como un fetiche de la presencia – al restringir el “uno mismo” imitable a la misma asamblea, perdiendo de vista los afectos no-presenciales y los “otros” de esta experiencia, que a su vez deviene un “tenías que haber estado” menos inclusivo, menos conectado. Lo que tenemos ahí es una confusión entre el cuerpo inmediato, visible del movimiento, y el conjunto de su cuerpo real – el que es mediato e inmediato, virtual y actual, difuso y concentrado, variable y fijo, y depende en todos momentos de un agenciamiento complejo de cuerpos, interfaces tecnológicas, palabras, afectos e ideas.

Esta dinámica se puede intensificar con la tendencia mediática de representar las asambleas como el núcleo del movimiento. No obstante, si damos un paso atrás de lo más visible para comprender el proceso entero que lo hizo posible y lo mantuvo vivo, se hace aparente que la forma organizacional principal del movimiento, si bien de su propia manera también abierta y horizontal, no fue la asamblea.

Podemos llamarla de liderazgo distribuido: la posibilidad, incluso para individuos y grupos sin previa experiencia o reconocimiento, de asumir temporalmente el rol de sacar las cosas adelante, proporcionando puntos focales provisionales a la acción colectivas[14].  Esto se aplica a los “pioneros” que fueron los primeros grupos o individuos a empezar el trabajo en red que condujo a las acciones masivas que después desarrollaríanse en acampadas y asambleas; pero igualmente a aquellas iniciativas que, más por ejemplo que por persuasión, más por contagio que por argumento, lograron romper trabas en procesos de toma de decisión que habían sido progresivamente reducidos a la forma asamblearia.

Lo que distingue esta forma de liderazgo es el hecho de que no requiere un estatus previamente establecido de “líder” o “vanguardia” (cantidad de miembros, trayectoria política, reputación). De hecho, actualmente, uno de los factores claves que parece ir en favor de una iniciativa es precisamente su carácter “anónimo”, sin asociaciones anteriores. Es natural en la actual crisis, en grande parte una crisis de la representación, que haya una sospecha significativa hacia nombres “representativos”.

Al mismo tiempo, producir una iniciativa que resuena y “prende” suele exigir más que simplemente “traer una idea a la mesa”. Implica poner un ejemplo a seguir y depende, por ello, en primera instancia, que el grupo que lo impulsa pueda poner el ejemplo en práctica. Es el caso con algunos de los sucesos más importante después de las acampadas – la concentración en las acciones contra desahucios, y ahora experiencias como Occupy Sandy, Rolling Jubilee y el Partido X [15]. Aquí nuevamente tiene lugar una mediación entre lazos fuertes y débiles en que los últimos se fortalecen en el proceso. Pero incluso en tiempos en los que el umbral de participación cae, nuevas iniciativas exitosas serán las que ofrezcan umbrales participativos de entrada bajos, acaso incrementando en el tiempo el nivel compromiso y militancia[16].

Pero seríamos ingenuos si pensáramos que un semejante liderazgo, si bien distribuido, lo es de manera equitativa. Visualizaciones de las redes sociales virtuales detrás de Occupy y 15M [17] ilustran que aquellas redes, como las redes sociales que les subyacen, poseen lo que se llama una estructura libre de escala[18].  Eso es, su distribución característica consiste en un número grande (o “larga cola”) de nodos menos conectados y un número menor de hubs, nodos con más conexiones y conexiones con nodos mas distantes. Cualquiera conceptualización simplista de horizontalidad como igualdad absoluta se contradice con todo conocimiento disponible, matemático e intuitivo, de las estructuras de semejantes redes.

Sin embargo, esto tampoco vuelve a estos movimientos “no-democráticos”. En primer lugar, debe tomarse nota de que la mayoría de las cuentas de Twitter ahora importantes en las representaciones visuales conocidas no existían hace poco más que dos años, y no se han mantenido siempre las mismas. Si adquirieron su actual relevancia, es por haber sido relevantes en un tiempo cuando nuevas conexiones y un particular tipo de tráfico entre ellas estalló; este es un argumento que se puede sin duda extender más allá de los medios sociales. En segundo lugar, mientras que obviamos el carácter algo autoconfirmativo de un hub – a los que tienen más conexiones, se les escuchará automáticamente más – ese mismo círculo autoconfirmativo conlleva la dependencia de una legitimación continuada. Eso es, mientras que el liderazgo distribuido no es un ideal “libre mercado” de información, análisis e iniciativa, sino sujeto al fenómeno de la conexión preferencial[19], el peso y influencia de un “hub” también fluctúa acorde con la calidad del tráfico que distribuye y las iniciativas que propone o respalda. Además, el hecho de que algo sea dirigido por una fuente “fuerte” no necesariamente significa que “prende”; por cada iniciativa exitosa existen cientos que no lo son. Al mismo tiempo, uno de los factores que hacen fuerte a una fuente es el hecho de que pueda atraer atención a pequeños nodos menos conectados, y así contribuir a incrementar su visibilidad y conectividad. Finalmente, cuanto más conectado y estimulado el “cuerpo-máquina” [20]  de un movimiento en red – eso es, cuando se está en un momento pico de la movilización de cuerpos, afectos y conexiones virtuales – más probable es que el tráfico de nodos menos conectados sea percibido, más rápido y fácil el movimiento de lazos débiles a fuertes, más velozmente se puede redistribuir el tráfico en general.

Es decir: aunque sea contraintuitivo, se puede hablar de una “vanguardia” de estos movimientos, si la entendemos como una vanguardia inmanente, dotada de un poder de comando inmanente. Su capacidad de “liderar” se tiene que comprobar cada vez, o más bien, su estatus fluctúa rápidamente. Es una vanguardia sólo en el sentido en el que “funciona” – y cuando no funciona, no funciona, incluso de maneras que pueden dañar su futuro poder de “funcionar”[21].  Es una causa inherente a sus efectos. Ahora bien, puede argumentarse que ese fue el único sentido histórico de la existencia de vanguardias; pero decirlo es decir que no existe ningún lastro objetivo para el estatus de vanguardia – la identificación de que fue por mucho tiempo la quimera de distintas corrientes del Marxismo – más allá de la eficacia de su propio “liderazgo” – temporario, localizable, aún si potencialmente mucho más amplio que su contexto inicial.

Rodrigo Nunes*

* Profesor colaborador y investigador pos-doctoral PNPD/CAPES-FAPERGS en filosofía en la PUCRS, Porto Alegre, Brasil, de la donde dirige el grupo de investigación Materialismos (http://materialismos.wordpress.com). Ha participado y todavía participa de distintas iniciativas políticas, como el Comité Popular de la Copadel Mundo de Porto Alegre (http://comitepopularcopapoa2014.blogspot.com) y la Articulación Nacionalde los Comités Populares (http://www.portalpopulardacopa.org.br/). Además es miembro del colectivo Turbulence (www.turbulence.org.uk) y esporádicamente escribe en el blog http://orangoquango.wordpress.com.