Seguramente a la comandancia del EZLN no le gustará esta definición. Y, para ser sincero, tampoco me gusta mucho. Tal vez sea un problema de este equipaje lingüístico que arrastramos. Los buscadores de forajidos de la guerrilla enmascarada en las selvas del sureste mexicano suelen demorarse en advertir que el zapatismo, más que un proyecto político-militar o socio-cultural, es una escuela espiritual. Es un nuevo humanismo con vestigios y simbologías de las viejas izquierdas que muchos no lo entienden. Una escuela espiritual diferente, sin maestros ni imposiciones de lo irracional, que se construye destruyendo dogmas, con sus errores y torpezas, pero siempre avanzando hacia dentro y hacia fuera a la vez. Y como cualquier proceso de esta naturaleza, el zapatismo es incomprensible desde su inexistente marco teórico o desde la literatura de Marcos. Para empezar a entenderlo hay que intentar vivirlo y trabajarlo… aunque sea un poquito.
La actualidad de los países de la ex URSS es la mejor prueba del fracaso de los paradigmas revolucionarios del siglo pasado. Aparte de ser todo ese territorio un enorme monumento del derrumbe de la faraónica edificación stalinista, hoy es también un insuperable criadero de ultraderechas y fundamentalismos de todo tipo con la más mínima expresión crítica ciudadana. Lo digo con dolor porque soy parte de esa historia.
Cuando hace casi 20 años en Rusia salieron los dos primeros libros con textos zapatistas, fueron recibidos con bastante sorpresa, curiosidad y simpatía. Algunos no demoraron en catalogar al subcomandante Marcos como un nuevo grande de la literatura latinoamericana y sus libros se perdieron guardados entre los tomos de Cortázar y Borges. Otros se acordaron de las enseñanzas de Don Juan y vieron en el Viejo Antonio una reencarnación revolucionaria del conocido personaje de Castaneda. Y es muy probable que hubo muchos otros que no dijeron nada, sacaron en silencio sus espejos y sus recuerdos y pensaron y sintieron y vieron cosas que de algún modo les conectó con lejanos hombres y mujeres protagonistas de los cuentos del Sup. Seguramente entre ellos no había muchos políticos de los caricaturescos partidos de la ridícula izquierda postsoviética.
Mientras tanto, en uno de los planetas vecinos, con su marcado acento galo, el zapatista Principito nos volvió a decir que lo más importante es invisible para lo ojos. Seguramente, le faltó precisar que es para los ojos que no quieren ver.
Sabemos y coincidimos en que, para construir algo diferente necesitamos un profundo y crítico análisis de los procesos históricos recientes. Sin duda, es necesario pero no es suficiente. Y aquí surge el interesantísimo tema sobre el rol de los intelectuales acompañantes, simpatizantes y/o protagonistas del sueño zapatista, y las ventajas y los riesgos que esto implica. El tema es complejo, porque la transformación profunda del ser humano, buscada por lo mejor de las izquierdas del mundo – desde el Che hasta el EZLN (y seguramente mucho antes y muy fuera de ellos) – no será posible como el simple resultado de una reflexión o conclusión intelectual, se necesita una imagen colectiva movilizadora y una práctica cotidiana de “desaprender para aprender”, mientras un correcto análisis político no esté acompañado por nuevas prácticas de la humildad y coherencia personal, la repetición de las tragedias del pasado es inevitable. Por eso, el cambio que se busca aparecerá no sólo en la transformación del discurso, sino también en la mirada del hablante, de su tono de voz y del uso de los pronombres.
Hablamos de esto porque desde Rusia, personas honestas y sinceras que quisieron entender mejor el mensaje del EZLN, casi siempre buscaron a “intelectuales del zapatismo” con el fin de hacerles mil preguntas de las más académicas. La respuesta fue la humedad de la selva, el eléctrico zumbido de las cigarras y el verde esplendor de algunas ruinas maya.
Tal vez existen pueblos enterrados bajo el peso de su historia. Tal vez la historia de algunos pueblos, abusada, exprimida y contaminada como la tierra debe descansar antes de dar una buena cosecha. Puede ser que no y es sólo una excusa. La “patria del proletariado” de ayer, hoy queda en la retaguardia de las luchas sociales y ni siquiera sus comunistas se atreven a cuestionar el capitalismo. El gran científico ruso Yuri Knorozov, sin salir nunca de su país, a base de un par de códices mayas supo descifrar y entender su escritura. ¿Qué códices debemos enviar desde México a Rusia hoy, para que su pueblo descifre su simple y urgente mensaje sobre la necesidad de organizarse y resistir al neoliberalismo?
Es posible que para concebir el futuro, primero debemos imaginar y hacer coincidir el paisaje humano con el paisaje natural. Tuve la suerte de verlo y sentirlo en el Caracol zapatista de La Garrucha. Por suerte, entre mis ojos y la realidad no hubo ningún lente fotográfico ni inquietudes intelectuales, y lo visto por mis ojos sin ninguna intermediación desembocó directo al corazón. La gente religiosa llama a este tipo de experiencias “comunión”.
Rusia es enorme. Es habitada por seres humanos maravillosos y le quedan enormes espacios de naturaleza intacta. Y entonces…
…Está bien; el zapatismo no es una escuela espiritual. Más bien es una multiversidad de los colores del espejo y una incubadora de sensibilidades. ¿Qué? ¿No? Pero… mmmhhh… debo atender una llamada del Kremlin, esperen…