La derecha chilena, hoy en el gobierno, parece haber entrado en un profundo estado de perplejidad. Sus líderes no alcanzan a entender las razones por las cuáles el pueblo dejó de apoyar al actual presidente de su sector ni porqué se encuentran frente al peligro cierto de perder las próximas elecciones presidenciales, tal como lo señalan las encuestas, cuando han hecho todo bien de acuerdo a sus parámetros: baja cesantía, mejora sustancial del ingreso per cápita, alto nivel de consumo, etc.
Ellos no entienden. Los herederos extremos del materialismo decimonónico (herencia que los hermana con la corriente antagónica). Los autoproclamados “pragmáticos”, inspirados en los principios del Metaphysical Club de Boston. Los autodenominados “cosistas”, porque creen que en el acceso masivo a los bienes materiales está la clave para mantener satisfechos a los pueblos ahora no entienden nada.
Y como no entienden, entonces recurren a viejas fórmulas acusando a la “izquierda” de extender ese malestar ficticio a través del cuerpo social. Como si aún existiera aquella antigua izquierda revolucionaria y no la actual, descafeinada, que hace rato se quedó sin discurso y hoy se afana impúdicamente por integrarse al sistema. En suma, viejos argumentos articulados en torno a viejos fantasmas para explicar lo inexplicable, a saber: que un pueblo ahíto de objetos ahora les vuelva la espalda.
El nuevo humanismo es una corriente minoritaria en el escenario político, pero su compromiso con el ser humano lo ha impulsado a desarrollar nuevos marcos de análisis para penetrar esa realidad escurridiza que aparece indescifrable desde los viejos moldes ideológicos, ya sean de derecha o de izquierda. Para empezar, discute radicalmente el reduccionismo economicista característico de ambas concepciones, al considerarlo insuficiente para aprehender la infinita complejidad del fenómeno humano. Esas ideas, que en su momento se irguieron como dogmas indiscutibles, hoy están en crisis y sus limitaciones quedan en evidencia cuando sus defensores intentan explicar los procesos sociales únicamente en base a variables económicas sin lograrlo, tal como le ocurre hoy a la derecha chilena. A confesión de parte, relevo de pruebas…
El siquismo humano y su actividad incesante
La dificultad para leer correctamente los hechos tiene relación con una forma de aproximarse a ellos desde afuera, porque en el corazón de esos planteos aún palpita otro antiguo dogma: el que afirma la pasividad del siquismo humano. Por encima de sus aparentes diferencias, tanto progresistas como conservadores coinciden en esta mirada externa, e incluso quienes hablaron de proceso y dinámica social invariablemente atribuyeron dichas transformaciones a factores externos, independientes de la intervención humana.
Al hablar de siquismo (o de “conciencia”) nos estamos refiriendo a esa especie de “sistema operativo” mediante el cual coordinamos nuestra relación con el medio. Cuando comenzó a estudiarse este “software” tan particular, hace más de dos siglos, se lo consideró ingenuamente como un mero espejo del mundo externo, cuya función básica consistía en responder reflejamente a los estímulos que provienen desde allí, a la manera “pavloviana”. Esta concepción especular de la conciencia resultaba perfectamente funcional para justificar la ideología económica de la derecha, como lo han hecho explícito en muchas ocasiones, pero ahora se ven sorprendidos por las conductas totalmente inesperadas de la gente, que no se ajustan al patrón previsto.
En su momento, la izquierda revolucionaria también concibió las cosas en forma parecida y por eso sostuvieron, de acuerdo a una típica lógica causal propia de la racionalidad científica dominante, que era necesario transformar primero al mundo para que éste después cambiara a las conciencias, puesto que eran su reflejo. El problema que presenta esta posición es que si todas las decisiones y acciones humanas estuviesen determinadas desde afuera, entonces la libertad sería un colosal absurdo y surge una pregunta crucial: ¿cómo podría cambiarse aquello que solo se refleja? A decir verdad, hoy ellos están más perplejos que la derecha aunque no lo expresen, porque el mundo que construyeron fundado sobre estas premisas se vino abajo por completo.
Para ser justos, hay que mencionar que tales formulaciones respondían al ambiente mental de una época donde la ciencia físico-matemática constituía la gran panacea. A modo de ejemplo, recordemos que el gran historiador inglés Arnold Toynbee estructuró todo su estudio sobre las civilizaciones en torno al concepto de reto-respuesta. Si esto no es pavloviano… Es esa misma mentalidad la que se arrastra hasta hoy, como un resabio.
Sin embargo, investigaciones posteriores ya demostraron que esta explicación era errónea porque en la subjetividad humana no existía nada parecido a una “tabula rasa”, como lo sugería el burdo sensualismo primitivo del estímulo-respuesta. Al contrario: se encontraron con un mundo pleno de actividad propia, en el que había intenciones operando, no simples reacciones reflejas. Además, se detectó que gran parte de la intensa actividad síquica desplegada se dirigía a escudriñar el futuro, de modo que esa conciencia era capaz de anticiparse en el tiempo y elaborar “pro-yectos”, vocablo que significa “lanzar hacia adelante”.
La opción de postergar (o diferir) respuestas constituye una clara evidencia de la enorme ampliación de su libertad operativa, pues significa que el siquismo humano ha logrado superar el automatismo reactivo. Sin duda que aquellas intenciones y proyectos pueden estar condicionados de muchas formas por el mundo, puesto que se refieren a él, pero en ningún caso se trata de imposiciones absolutas, tal como se impone la figura reflejada sobre el espejo que la refleja pasivamente.
Estos descubrimientos modificaron por completo la concepción de ser humano, porque demostraron que el cambio y la posibilidad de encontrar un sentido para la acción estaban a la base de su relación con el mundo. En síntesis, el ser humano experimenta el dolor y el sufrimiento que provienen del entorno natural y tiende a superarlos humanizando ese entorno, apoyado en esta prodigiosa capacidad anticipatoria que posee. La domesticación de animales y vegetales, la organización urbana, la ley, la ciencia, la cultura en general son todas conquistas en esa dirección. A la luz de esta mirada, un mundo como el de hoy, concebido bajo pautas estrictamente zoológicas, va en la dirección opuesta y constituye una auténtica traición a ese proyecto humano básico.
Nombrador de mil nombres
Shakespeare hizo universalmente famosos a los amantes de Verona. Visto el asunto desde afuera, Romeo ocupaba el tiempo en vagabundear por la ciudad, peleando con los Capuleto para apagar sus bríos juveniles, cuando se encontró con Julieta y cayó fulminado de amor. Pero esta no es exactamente la historia que cuenta el bardo inglés, quien sabía muy bien de lo que hablaba: Romeo estaba ya enamorado de otra muchacha pero no era correspondido y al divisar a Julieta en la fiesta, trasladó en un instante toda esa energía amorosa hacia una nueva imagen externa encarnada por ella (“Ya la antigua pasión está muriendo / y hereda su lugar un amor nuevo…”). ¿Qué sostenía entonces el estado de amor de Romeo? “Urgencias hormonales” diría el pragmático de turno, siempre propenso a naturalizar al ser humano. Puede ser, pero las hormonas no bastan para inspirar una obra poética tan sublime así es que deben existir otros factores, cuyo conocimiento ayudaría a ampliar la comprensión de la realidad humana, tanto individual como colectiva.
Si hay algo de lo que podemos estar relativamente seguros en este momento histórico preñado de incertidumbres es que no nos movemos por cosas, aunque el paisaje social actual todavía parezca desmentir esta afirmación. En realidad, lo que nos motiva son los significados que proyectamos como atributos sobre esos elementos externos. Nombradores de mil nombres, articulamos esos significados en complejos sistemas de imágenes que integran en un todo coherente no sólo la vida actual, sino también nuestra propia historia y los desafíos vitales para el futuro. Esas imágenes y las poderosas cargas afectivas que transportan es lo que nos impulsa hacia la acción y el emprendimiento, no las cosas que -cuando más- sirven como referentes externos circunstanciales para este elaborado “paisaje interno”. Aquí ya no estamos en el campo de la economía o de la ciencia sino más bien en el de la epopeya y el mito.
¿O acaso no es eso lo que se devela cuando adquirimos objetos por su referencia al status de quien los posee más que por sus atributos prácticos o utilitarios? Toda la publicidad está montada sobre estos aspectos intangibles de las cosas, sobre su dimensión mítica. El dinero ha dejado de ser solo un factor de intercambio de bienes para adquirir una carga mítica innegable, asociada al poder que otorga para ingresar a una élite que habita un espacio social con atributos muy similares a aquellos que poseen los paraísos de las religiones. Por cierto, se trata de un mito mal armado, cuyo potencial transformador parece ser siempre insuficiente, lo cual podría explicar el incansable frenesí acumulativo que caracteriza nuestra actual conducta social.
Pero así están las cosas, a causa de haber descuidado la dimensión interior del ser humano.
Libertad para cambiar (o no cambiar) el mundo
Si las posiciones materialistas conciben los cambios como operando desde afuera hacia adentro, el nuevo humanismo afirma la tesis contraria y sostiene que toda construcción humana es, en gran medida, una proyección de esos paisajes internos en permanente metamorfosis. Por ejemplo, el que un líder como Chávez haya alcanzado tal nivel de popularidad y devoción sigue siendo un misterio inescrutable para la mirada externa, afortunadamente, porque así se restringen las posibilidades de manipulación. Usualmente se explica el hecho poniendo el acento en el carisma que posee la figura pública, pero nunca se considera el complejo corpus de significados que la gente ha transferido hacia esos símbolos vivientes. Desde la mirada humanista, son los conjuntos sociales y no las élites quienes crean esas imágenes, las eligen y modelan de acuerdo a precisas
necesidades individuales y colectivas en un momento dado. Si todo dependiese exclusivamente de los atributos personales del líder en cuestión, con todo el respeto que se merece, la continuidad futura del proyecto político-social venezolano estaría en duda.
En conclusión, hoy es más necesario que nunca romper la inercia histórica y aprender a mirar de un modo nuevo, porque en los hechos humanos nada es puramente externo. Desde esta perspectiva, humanizar al otro significa, en última instancia, reconocer su cualidad intencional. La misma que le negamos al deshumanizarlo y por esa vía lo reducimos a la calidad de objeto disponible, lo cosificamos.
Esto es así porque la libertad, ese valor supremo que nos constituye como seres humanos plenos, solo es compatible con una conciencia activa como la que hemos descrito. Si al ser humano todo le viniese impuesto desde afuera –desde el mundo, desde el cuerpo o desde un supuesto inconsciente- no habría luchas capaces de justificarse. Y aún cuando se trate de una libertad más o menos limitada por las condiciones que nos impone el medio, la comprobación de su existencia colma de sentido a la acción humana. De ahí en adelante todo es posible, aunque no todo sea realizable en un momento del tiempo, lo cual reivindica el derecho humano básico a soñar, a imaginar nuevos mundos, a no conformarse con la realidad tal cual se nos presenta cotidianamente. Pero es así para bien y para mal, porque ese mundo que vamos construyendo ya no es responsabilidad exclusiva de unas minorías iluminadas sino del pueblo en su conjunto, el que siempre estará en situación de aceptar o rechazar las condiciones vitales que le impone su época.
De modo que habría que avisarle a la derecha chilena (y también a la izquierda, o a lo que aún quede de ella) que el incipiente desinterés por esos logros materiales que aparecían tan seductores puede responder, quizás, al desgaste de los mitos actuales y a las nuevas búsquedas internas que comienzan a gestarse para reemplazarlos. ¿Cómo serán esos nuevos paisajes y los contenidos míticos que habitarán en ellos? Difícil saberlo y tal vez corresponda a poetas y artistas visionarios traducir en imágenes esos arquetipos del mañana.
Sin embargo, a nuestro entender hay una condición básica que este nuevo referente mítico debiera ser capaz de cumplir: la de servir como factor de convergencia para darle cohesión a una sociedad mundializada y diversa. Sin duda que se trata de un desafío mayúsculo, pero es uno más de los tantos que ha debido enfrentar el ser humano a lo largo de su historia.