Por Antoni Barbará
Médico, secretario de Dempeus per la Salut Pública /miembro de Marea Blanca de Catalunya
Las pecunias y agresiones para la sanidad y la salud públicas se han cronificado y agudizado desde la que llamaron crisis del 2008. Lluvia fina sobre lo llovido y un quinquenio negro (2010-15 -en Cataluña- y en todo el estado), recortando sobre lo recortado hasta el sobrevenido austericidio.
Difícil de ilustrar con suficientes datos, cifras y ejemplos en tan reducido espacio y con tanto espectro que tratar. Así les propongo la lectura o audiovisión retrospectiva de cualquier media o hemeroteca que trate de la sanidad cotidiana en estos últimos (y ya largos) tiempos. Elijan.
Estas líneas no pretenden repetir otro ejercicio más de relación de calamidades, de errores y de horrores, de lamentos o de indignaciones plenamente justificadas. No es otro listado de listas de espera-desespero, de co-Repagos, de exclusiones, de plantas y servicios cerrados, de puestos de trabajo eliminados y nunca renovados. Cualquier estadística es concluyente.
Mejor sería aportar un mensaje de esperanza, de luz al final del túnel, de prescripción no –farmacológica, si alcanzan ustedes a leer hasta el final. ¿Es posible revertir toda esta calamidad?
Sabido es que la salud es tridimensional: bio- psico- social. Por desgracia, el desastre actual la afecta en todos los órdenes. La tres patas están severamente lesionadas.
Biológico. La sanidad privatizada-externalizada, depauperada, desangrada y parasitada a manos de la “colaboración público-privado”, el negocio vía consorcio o “alianzas estratégicas”. Características globales con identidad locales propias en calidad y cantidad. En Cataluña: líderes en opacidad y corrupción. Infrafinanciación, masificación, derivación a la privada. Un sistema catalán compartido más que menos con otras fórmulas de gobernanza autonómica.
Psicológico. Instalación de una auténtica triple epidemia de miedo, resignación, autoinculpación. Baja autoestima, alta demanda, estrés, ansiedad, depresiones y más enfermedades y mala salud mental. Suicidios, como innombrables cada día más tangibles y más como punta de un iceberg tan explícito como molesto para el sistema.
Social. Cronificación del paro versus trabajo digno y estable, precariedad y condiciones inhumanas, desahucios ejecutivos y ejecutados de vivienda, carencia o insuficiencia manifiesta de pensión o de ayuda vital, contaminaciones amenazantes, presentismo laboral (figura antagónica al absentismo: ir al puesto de trabajo aún no pudiendo tirar del cuerpo), pobreza energética y pérdida de servicios básicos, depauperación de ayudas sociales, educación pública hermana de la sanidad pública en miserias financieras y en esfuerzos cuasi heroicos de sus trabajadoras/es.
Con estas premisas, se entiende y se explica que la inequidad se muestre descarnada, con unas desigualdades en crecimiento, que las exclusiones sean acusadoras, que surjan día tras día noticias espeluznantes de muertes o secuelas a la espera de atenciones eliminadas, de diagnósticos demorados, de tratamientos ineficientes, de un transporte sanitario que no llegó, de una complicación que no se detectó a tiempo, de una dignidad lacerada en una camilla precaria aparcada en cordón en un pasillo de urgencias. Que no pase más se organizan puestas en pie las víctimas. Todos indicadores de salud son demoledores, empezando por la esperanza de vida, y la mortalidad. La tensión se ha hecho ya irrespirable. Interesad@s que venían a estudiar la sorprendente eficiencia del sistema nacional de salud en Cataluña acuden ahora perplejos a constatar su degradación.
El conflicto se agudiza y extiende: temas como la salud mental, o la salud laboral, o el mal -tratamiento de la dependencia, o la cenicienta atención primaria (principal víctima de todos los tijeretazos presupuestarios), pero también los socio-sanitarios, emergencia de más y nuevas dependencias, la omnipotencia de la industria farmacéutica (que no de l@s farmacéuticos de botica al servicio ciudadano y a la espera de un cobro administrativo soportable), la biotecnología, el apetecido tratamiento economicista del big data sanitario, el deterioro en investigación y la docencia de la ciencias de la salud, y más.
El quid de la cuestión, porque aquí también hay causa- causal y etiología como en cualquier proceso patológico, no es otro que la innegable mercantilización de la salud y de la sanidad. La confrontación desigual de la salud entendida como un derecho y/o la salud como sector de negocios. Contra lo que se afirma en potentes medias del sistema, el mantra de la deseable colaboración es asimétrico y perverso. Los recursos públicos entran en una espiral opaca de ingeniería financiera y acaban sirviendo a la lógica del mercado y a sus objetivos. Léase lucro, de uno u otro pelaje, que también habría que retomar que se entiende hoy por lucro.
Pero anunciaba opciones terapéuticas de reapropiación frente a tanto sufrimiento y acabo:
Las hay y no son ningún fármaco. Mucho más elemental, natural, saludable, que no fácil: ¡ Salud es luchar… porque luchar es salud!