El título de la presente ponencia requiere de ciertas aclaraciones que, por otro lado, servirán de introducción. Cuando decimos “Ciencias de la Libertad” no nos referimos a crear un campo científico cuyo objeto de estudio sea la libertad – aunque dicho cometido sería magnífico – sino a una nueva aproximación general a las Ciencias, un paradigma distinto de aquel que nos parece constriñe al sujeto y al objeto científico dentro de los parámetros de la determinación.
Por otro lado, también – antes de entrar en materia – quisiéramos hacer mención de que el presente acercamiento con justa razón puede ser considerado un atrevimiento indebido, al provenir de un extraño a la comunidad científica. La reflexión que describiremos a continuación tiene su origen en intuiciones que reconocen su raíz en el campo de la búsqueda existencial del que todos los seres humanos somos parte, incluidos por supuesto los miembros de la mencionada comunidad. Así, los comentarios que haremos pueden ser tomados como producto de los ingenuos desvaríos de un intruso, al que conviene esclarecer y rectificar o por el contrario, la ponencia puede ser considerada un aporte, si se pondera positivamente la distancia entre observador y hecho, la cual brinda una posibilidad de análisis con menor grado de adhesión y compromiso con la materia tratada.
Ante todo, vaya mi agradecimiento a Silo, a su Mensaje y Enseñanza, en los cuales se inspiran – ojalá con cierta aproximación – los contenidos que aquí expondremos.
Al entrar en el terreno de la Filosofía de la Ciencia, inmediatamente uno se ve impelido a transitar las distintas variantes de la discusión epistemológica. Dichas variantes, relativas a la mayor o menor capacidad de conocimiento de la realidad y a la mejor modalidad para lograr dicho conocimiento, no están en nuestra mira, por una razón relativamente sencilla. Para nuestro punto de vista, no es – al menos en este primer acercamiento – el *“conocimiento”* lo que está en discusión, sino la *“realidad”* que se pretende conocer. Dicho de otro modo, en general se presupone que hay una realidad dada, sea ésta biológica, natural, social o aún histórica y dinámica, y que en el trasfondo de esta realidad se esconden leyes o constantes que es preciso develar. Consecuentemente el objeto científico es comprender lo dado, lo nato o nacido (de allí *“naturaleza”*) para dar paso a la hacendosa práctica de la Técnica, que pretenderá replicar, emular con mayor o menor acierto los firmes mecanismos descubiertos para aplicarlos en finalidades de gran utilidad para el desenvolvimiento cotidiano.
Todo esto es muy importante y sin duda ha contribuido y contribuye enormemente al engrandecimiento de las posibilidades de nuestra especie. Nadie en su sano juicio, salvo las mentes afiebradas que desde hace muchos siglos entorpecen al espíritu humano presentándose como exclusivos representantes de la divinidad, tendría algo para objetar al propósito científico comentado anteriormente. Por el contrario, el conocimiento de lo existente debería despertar el entusiasmo y proponerse como una de las principales prioridades a ser cultivadas por la especie.
El punto, sin embargo, es cuando la realidad que debe ser conocida, es afirmada como un objeto cierto y su conocimiento en términos de *“verdadero o falso”*, excluyendo otras posibles realidades, ignorando o minimizando el factor subjetivo que observa y conoce y aún la posibilidad de diversos estados o configuraciones de conciencia de dicho observador.
En un libro de enorme profundidad llamado Humanizar la Tierra, en el capítulo precisamente llamado *“La Realidad”* Silo escribe:
*“¿De qué realidad hablas al pez y al reptil, al gran animal, al insecto pequeño, al ave, al niño, al anciano, al que duerme y al que frío o afiebrado, vigila en su cálculo o su espanto?»*
y continúa en el siguiente párrafo:
*»Digo que el eco de lo real murmura o retumba según el oído que percibe; que si otro fuera el oído otro canto tendría lo que llamas “realidad”.”* – fin de la cita –
Aquí la relación entre el observador y lo observado nos es mostrada como estructura indisoluble entre la conciencia y el mundo hacia el cual ella se dirige y por el cual ella es penetrada.
Por otra parte, en esa realidad interactiva, las acciones de los múltiples y simultáneos factores – que aquí englobamos como *“conciencia y mundo”* – hacen que esa misma realidad se dinamice y transforme, creando la hermosa paradoja de que lo realmente permanente e inherente a los fenómenos es su radical impermanencia o movilidad.
Por esa tremenda mutabilidad es que los diversos pensadores – en su búsqueda de aquel absoluto denominado *“verdad”* (la Aletheia griega) – intentaron neutralizar el relativismo en que aparentemente la dependencia estructural y su incesante movilidad y cambio parecían sumir al conocimiento.
De este modo, se recurrió a la conceptualización, al establecimiento de leyes con validez en relación a parámetros fijos, a la sutileza de un mundo formulístico que aún alejándose de la realidad, permitía dar cierta inteligibilidad, abstrayendo en signos y símbolos aquello que se presentaba denso, variable e incomprensible.
Ante la misma dificultad, otros pensadores (como por ejemplo los escépticos) negaron de plano la posibilidad de obtener verdades acerca del mundo objetal, casi del mismo modo como otros negaron la posibilidad de acercarse a verdades inefables acerca del mundo trascendental.
Algunos más pensaron que eliminando – al menos momentáneamente – alguno de los factores de aquella relación conciencia mundo que consideraban tan molesta a efectos del conocimiento verdadero, podrían lograr su cometido. De este modo, el empirismo primero y en su estela, el positivismo después, pretendieron anular el factor subjetivo, afirmando lo experimental como única posible fuente de conocimiento científico, ya sea como inducción desde el fenómeno singular o como comprobación de postulados en sentido deductivo. Por el camino inverso, la fenomenología se dedicó a develar los significados de los fenómenos en sus últimas reducciones, poniendo lo *“real”* entre paréntesis.
Lo objetivo y lo subjetivo confrontaban así en las distintas visiones, convirtiéndose aquella estructura observador-objeto en un campo de batalla donde ambas opciones ya no actuaban complementariamente sino en oposición excluyente.
He aquí uno de los presupuestos que pensamos deben ser superados. En una sensibilidad que a algunos hará recordar fundamentos taoístas, el paradigma de libertad que proponemos para la Ciencia considerará la oposición excluyente como aparente y afirmará lo ingenuamente contrario como manifestación de complementariedad, pudiendo incluso coexistir opuestos en un mismo fenómeno e instante.
Así nos preguntaremos: *“¿puede un cuerpo estar al mismo tiempo en dos posiciones distintas? ¿O manifestar en un mismo momento diversas características? ¿O producir efectos contradictorios entre sí?»* A todo ello contestaremos que sí, demostrando que un cuerpo puede ocupar posiciones muy distintas según los planos que se estudien en simultáneo, diciendo que las características serán relativas a la acción de la estructura variable que interactúe con él o proponiendo temporalidades distintas para la acción del fenómeno que pueden resultar distintas según los efectos estudiados sean inmediatos o mediatos, futuros o antiguos o todo a la vez.
Esta misma característica de complemento es la que pensamos debe darse a este renovador paradigma propuesto para las Ciencias. Tal como la Física clásica es incontestable dentro de cierto rango y, sin embargo fue ampliada y completada por los desarrollos sucesivos del electromagnetismo y la Teoría de la Relatividad, así también la Ciencia de lo Determinado, puede ser ampliada y complementada por una Ciencia desde la Libertad.
Formalizando de un modo muy primario las visiones que proponemos, decimos:
La Ciencia desde la Libertad no afirma la existencia de una realidad, sino que expone las características estructurales y dinámicas de la misma. O sea, la relación permanente y a la vez cambiante de los componentes actuantes en ámbitos determinados.
Algún ejemplo simple para ilustrar:
Tomemos por ejemplo en el campo de la Geometría la forma de un cuadrado. Aquí tendremos una superficie dada por el cuadrado de sus lados.
Trazando acto seguido sus diagonales, se nos hará evidente que mientras en la abstracción la superficie continúa siendo equivalente, la forma ya se nos presenta distinta.
Procedamos ahora a plegar los triángulos hacia fuera, resultando la siguiente figura
La cual evidencia un nuevo cuadrado cuyos lados son sin dudas mayores que el inicial, pero cuya superficie, si no se tiene en cuenta el cuadrado del centro ahora vacío, es la misma. Y si se la tiene en cuenta, podemos decir que la misma superficie anterior, variando su posición ha aumentado la superficie.
Eliminemos ahora por último los triángulos externos, contenedores de la superficie inicial, quedándonos con la figura del inicio.
Si uno sigue la secuencia, la superficie ahora debería ser igual a cero (ya que hemos quitado los triángulos que la contenían), lo cual es sin duda opuesto a la percepción de quien no considera el interior del cuadrado como vacío y sostendrá que la superficie ahora es idéntica a la del principio.
Vamos a la biología: tomemos cinco peces en una pecera. Son de la misma especie y alimentados del mismo modo en el mismo ambiente. Al tiempo dos mueren y tres sobreviven. ¿qué factor o factores incidieron si las condiciones y la determinación ambiental y de genética son aparentemente idénticas? Lo mismo con un tejido celular, si el funcionamiento de una célula es hacia el crecimiento, ¿en qué momento y porqué circunstancias, el mecanismo se invierte y comienza a necrofilizar a otras?
Es evidente que hay algo no evidente. Y que se relaciona con lo evidente. Es evidente que hay algo no automático, y no sabemos a priori si es determinado o si lo indeterminado, lo libre, no sea acaso un campo mucho más amplio, sin el cual los fenómenos no admiten explicaciones coherentes.
Así podríamos seguir y la sola enumeración de ejemplos ya nos resultaría útil para ponernos en una atmósfera distinta, comprendiendo lo habituados que estamos a pensar de manera determinada, en un credo casi escolástico acerca de la segura Deteminación de los fenómenos, constituyentes de aquella entelequia que denominamos Realidad.
Muy cercanas a este espíritu son las ya numerosas consideraciones que desde hace casi un siglo fueron haciendo aquellos físicos que penetraron las fronteras del mundo subatómico, descubriendo que la fijeza determinada era casi una quimera compasiva.
Luego de los aportes de Planck y Einstein, sería Heisenberg quien formularía un principio que resulta muy esclarecedor a nuestros efectos, el Principio de Incertidumbre que establece – aproximadamente – que no es posible determinar con certeza la posición y el momento lineal de una partícula en un momento dado. Así, en esta increíble física del mundo cuántico o fotónico, las mediciones – que en ciencia clásica constituyen la base experimental de todo proceso inductivo – no son posibles. La razón es muy simple: Para medir la trayectoria de un fotón es necesario *“verlo”* de algún modo y esa acción implica necesariamente la modificación en la trayectoria, lo cual reafirma aquello que se postulaba inicialmente acerca de la interacción entre sujeto y realidad a conocer.
Sin embargo, debido a la determinación temporal de la presente exposición, por respeto a todos los presentes, formulemos nuestro postulado en complejidad creciente:
La Ciencia de la Libertad pondera a lo objetivo o verdadero no como en sí existente – mucho menos su durabilidad o características definitivas – sino como una relación probable en íntima interacción con quien observa, Ser Humano distante del fenómeno y con la posibilidad de constituir una mirada crecientemente libre de los mismos, acaso llegando a estados de conciencia inspirados y reveladores del posible arbitrio de lo *“real”*.
Expliquemos esta otra arista del incipiente paradigma que aquí anunciamos. Si el ser Humano, en tanto observador, agente y conociente del mundo, obtiene distancia en su conciencia habitual de los fenómenos que observa, pudiendo desde allí interpretarlos, si este mismo Ser Humano logra predisponerse hacia distintas configuraciones de su conciencia, incluso llegando a estados de suma inspiración (muy relevantes y conocidos por los precursores en el campo científico), esta variación puede lograr no sólo “modificar” lo observado (introduciendo nuevas variantes de relatividad en los fenómenos) sino también emplazarnos más allá de la determinación aparentemente definitiva de nuestra especie. En ese estado puede registrarse con mayor claridad la posibilidad de una mirada sobre las cosas desde la libertad – que es justamente la mirada que estamos proponiendo. De este modo, sugeriríamos *“prácticas inspiradoras”*, de contacto con lo Profundo de cada uno o Trascendente a la fenomenicidad fáctica, para registrar o al menos intuir esos estados de inspiración y permitir de ese modo al estudioso, una vivencia que pudiera acercarlo a ampliar los horizontes reconocidos desde una mirada habitual.
Dejamos en el aire, la significación que nos parece tendría la aplicación de estos postulados no sólo en el campo de la Ciencia, sino ya en los más primarios aprendizajes escolares, donde hoy los absurdos de la repetición, la memorización, la competencia, la obsolescencia de datos y esquemas, la persecución de calificaciones y calificadores, la desmoralización de un medio decadente – entre otros varios factores – no hacen sino en verdad obstruir el esfuerzo infantil y adolescente.
Para terminar y alejándonos de la aridez retórica de lo conceptual, digamos:
Si en vez de conocer lo dado, para luego replicarlo, pudiéramos generar lo real desde la óptica de la necesidad y con la convicción del carácter creador del Ser Humano;
Si pusiéramos en nuestra mira el estudio de lo que puede ser, de lo que está en los límites de lo que es, considerando lo imposible un mito y lo aparentemente inútil como una componente imprescindible de lo existente
Si pudiéramos hacer de lo infinito nuestro campo de estudio y acción;
Si en vez de formular leyes – e imponer su conocimiento – pudiéramos describir tendencias,
Si lo determinado fuera para nosotros una posibilidad o un simple punto de partida para nuestra acción de transformación,
Si lo científico incluyera la elección humana como variable esencial actuante en lo real y predispusiera la experimentación mucho más como aventura y juego que en su rigidez axiomática;
Si la Ciencia sirviera al propósito de liberar al ente y no de explicar su encasillamiento y determinación,
Si la Ciencia no cayera en la indignidad de ser considerada un componente al servicio de la Técnica o del beneficio económico,
Si el conocimiento pudiera ser un fin en sí mismo y hasta vivido con plena ineficacia,
Si el error pudiera constituir una virtud y el fracaso ser visto como una morada de ascenso,
Si la solidaridad fuera comprendida como naturaleza intrínseca de un tejido de libertad interdependiente,
Si la armonía universal no constituyera un concepto constringente sino el marco apto para la actitud revolucionaria;
Si la innegable evolución humana nos permitiera atisbar un salto cualitativo de la especie, hacia un ser conciente de su posible indeterminación;
Si por último, lo humano pudiera ser visto en su dimensión divina, actuando tanto en sentido finito como eterno, entonces podríamos estar muy cerca de esta apertura que queremos significar con Ciencias de la Libertad.
Hay mucho más, pero no ahora. Gracias a todos.