Ya es Navidad, tiempo de celebrar el nacimiento del niño Jesús, de renovar la fe, la esperanza de un mundo mejor, de creer en el ser humano, en nosotros mismos. Me encuentro en Arica, con viejos amigos, con el imponente morro a la vista y su valle de Azapa que se extiende de la mano del esfuerzo humano y de la innovación tecnológica capaz de transformar la aridez del desierto en un vergel en el que destacan los olivos con sus hojas plateadas.
Es tiempo de renovarnos, replantearnos, reflexionar, poner en jaque nuestros comportamientos a la luz de nuestro deber ser. ¿Estamos satisfechos de la vida que llevamos? ¿del mundo en que vivimos? ¿de nuestras actuaciones? ¿de las de los demás? Estas son algunas de las interrogantes que el nacimiento de Jesús invita a formularnos.
Las respuestas que emerjan de tales interrogantes son las que debieran orientar las conductas y decisiones que adoptemos a futuro. Cada uno de nosotros tiene motivos, tanto para estar satisfechos como no satisfechos, por el camino que hemos recorrido hasta la fecha. Sumando y restando cada uno sacará sus cuentas y extraerá las conclusiones, lecciones, decisiones correspondientes.
Esto vale tanto para nuestros ámbitos personales, familiares, laborales como sociales. Son días en los que se nos invita a reforzar los aspectos positivos que se asume deben caracterizarnos. Si aspiramos a vivir en un mundo mejor, la invitación es a ser más generosos, solidarios, colaboradores, a abrir nuestros corazones; a ser más tolerantes, acogedores, consecuentes, dejando atrás egoísmos, resquemores, desconfianzas, dobles estándares.
Estamos en tiempos revueltos con signos negativos. Los fuertes flujos migratorios dan cuenta de las angustias de muchas familias que procuran escapar de hambrunas, persecuciones, pobrezas. La degradación del medio ambiente, el cambio climático, las guerras, entre otros, dan cuenta de una realidad que no podemos soslayar. Una realidad que es consecuencia de nuestras acciones, de nuestras decisiones adoptadas libremente. El nacimiento de Jesús nos interpela directamente a rectificar, a un profundo viraje. En nuestras manos, particularmente en manos de los más poderosos, pero también en cada uno de nosotros, está querer y actuar consecuentemente en armonía con Dios y la naturaleza, esto es, con los demás, con nosotros mismos, y las futuras generaciones.