Me acaban de contar una historia preciosa, por protección de datos he de cambiar los nombres de los protagonistas.
Un instituto de Castellón, una clase de primero de Secundaria, una profesora muy especial con los clásicos alumnos que están entrando en la “conflictiva” adolescencia.
Hay un chico especialmente alborotador. Su adolescencia efervescente y la educación que recibe en su casa le hace ser un poco agresivo con sus compañeros por lo que estos empiezan a aislarle, nadie quiere jugar con él, no le invitan a los cumpleaños, se siente solo.
El típico día que la gota derrama el vaso, Paloma, la profesora que estaba en el aula en ese momento tiene que tomar una decisión. O le expulsa de la clase hacia el despacho del director, lo que supondría la expulsión del colegio con las consiguientes secuelas y etiquetas sociales de niño rebelde, o darle una segunda oportunidad.
Paloma le pidió que esperase fuera unos minutos. Rafa se fue muy enfadado, a regañadientes, despotricando…”!Qué injusto!!Siempre a mí!”.
Cuando abandona la habitación, Paloma se dirige a los alumnos. “Escuchad, Rafa tiene un problema. Le hace falta amor. ¿Estáis dispuestos a hacer una prueba y darle una segunda oportunidad?” Toda la clase, expectante, respondió que sí.
La profesora continuó “vamos a hacer que pase, le situaremos frente a la pizarra y cuando yo diga, cada uno de vosotros dirá una característica positiva que os gusté de él. Pensad y cuando me digáis le hacemos pasar”
Unos minutos después Rafa entra y se sitúa frente a la pizarra mirando desafiantemente a los compañeros.
Escucha, Rafa -dice la profesora- lo que te quieren decir tus amigos. Rafa, al escuchar la palabra “amigos” abrió los ojos.
Empezó el primero, “Me gusta como juegas al futbol, eres un buen compañero de equipo, haces que ganemos por pasar la pelota”, el siguiente “me gusta cuando cuentas chistes, los vives, eres muy gracioso y espontaneo”, otro “siempre compartes tu merienda cuando a mí se me olvida”…poco a poco Rafa fue cambiando su cara de enfado a la de emoción. Su expresión mostraba ahora que se esforzaba por no llorar. “A mí me gusta de ti que eres muy listo, no te cuesta nada entender las lecciones”, “pues a mí me gusta la música que escuchas”, una chica dice “la complicidad de tu mirada”, otra, “tienes estilo” y así los 23 compañeros, “siempre me das folios cuando necesito”, “o me prestas el lápiz” dice otro compañero.
La cara de Rafa era un poema, los ojos humedecidos por unas lágrimas que no dejaba brotar, una sonrisa desencajada que no quería mostrar los sentimientos ocultos. Paloma le puso el brazo por los hombros y le dijo. “Llora, Rafa, permítete llorar. Los hombres sí lloran” El joven rompió a llorar de emoción y gratitud. Toda la clase se levantó y se fundieron en un abrazo caracol, todos haciendo una hermosa espiral, llenando el espacio con esa hermosa energía de amor, perdón y comprensión.
Ese día cambió la vida de muchos niños, en especial la de Rafa, un pequeño gran hombre que podía haber sido expulsado al mundo de la rebeldía y la incomprensión. Todo lo que necesitaba era sentirse amado y valorado.
Gracias a maestras de vocación como Paloma se puede formar personas que no tengan miedo a mostrar sus emociones, es cuestión de educar con valores, en equilibrio, de corazón a corazón.
Todo ocurrió un día cualquiera, en un instituto de Castellón.