Ayer, muy temprano por la mañana, llegó a Europa la noticia de la muerte de Fidel Castro, el ex líder de la isla caribeña de Cuba, a la edad de 90 años.
Con el placer de tener cientos de amigos y conocidos en América Latina, mi muro de Facebook fue inmediatamente inundado con una mezcla de tributos y denuncias.
Muchos de ellos fueron homenajes al hombre que tan obstinadamente luchó contra los EE.UU. frente a un bloqueo económico que empobreció al pueblo. Y sin embargo, a pesar de ello, Cuba puede presumir de una tasa de alfabetización del 99,7% y una esperanza de vida de 78,7 años, lo que refleja la prioridad que el gobierno da a la salud y la educación, y poniendo en vergüenza a la gran mayoría de los países del mundo, incluidos los del llamado «primer mundo».
Un gran número de esos tributos reconocieron el apoyo que el régimen cubano brindó a muchos países del mundo a través del envío de médicos en tiempos de desastres naturales. Esto indudablemente impidió la pérdida de miles de vidas de gente pobre en situaciones desesperadas.
A esto podemos añadir la estadística extraordinaria de que ni una sola persona murió en el huracán Matthew este año, como resultado de la eficiencia de la isla para hacer frente a los desastres naturales, en comparación con cientos de muertes en Haití, a sólo 80 km de distancia.
Otros tributos destacaron el apoyo de las fuerzas militares cubanas en países como Angola, luchando contra los azotes del imperialismo, el capitalismo y el racismo, para llevar la libertad a los pueblos de esos países y la oportunidad de alcanzar los niveles de desarrollo experimentados por los cubanos, ignorando convenientemente el inevitable «daño colateral» de tales intervenciones.
Pero también había otras publicaciones; imágenes que mostraban a Fidel con los opositores vendados a punto de enfrentarse a un pelotón de fusilamiento por estar en desacuerdo con el jefe; otras que señalaban que miles de oponentes se enfrentaron a un similar destino, mostrando la crueldad sanguinaria de la que el hombre también era capaz.
Todo esto es Fidel Castro, y uno no puede dar una imagen completa del hombre sin ver lo bueno y lo malo.
En los últimos años, a medida que los gobiernos progresistas avanzaban en América Latina, Fidel Castro se convirtió en una especie de figura mítica en muchos lugares, con los abusos de los derechos humanos, cada vez más olvidados o convenientemente ignorados. Pero esto es un lamentable blanqueamiento de la historia. Según un informe de Cuba Archive, entre el 1 de enero de 1959 y el 25 de enero de 2012 hubo 3615 muertes por pelotón de fusilamiento. Si ponemos esto en contexto, la dictadura de Augusto Pinochet en Chile fue responsable de 3200 muertes según el Informe Valech.
La verdad es que el pensamiento comunista, tan ideal como sonaba en la práctica: «Trabajadores del mundo, uníos», en Cuba se hizo, «Patria o Muerte, venceremos».
Y francamente, dado que la situación en la isla se hizo cada vez más precaria, muchos cubanos prefirieron arriesgarse con la muerte y abandonaron la isla. Se estima que 1,5 millones de cubanos se fueron, comparados con una población de más de 11 millones hoy.
Si vamos a juzgar a Castro, entonces, podemos decir que el hombre es una contradicción. Aquí tenemos a alguien que tenía un gran amor por el pueblo, por las clases trabajadoras; y si no un amor por estas personas, ciertamente tenía un odio abrumador hacia las élites ricas y poderosas. Y fue muy solidario con las personas que sufrieron las consecuencias de los desastres naturales. Y en su isla, el sistema de gobierno que puso en marcha dio a todos la oportunidad de acceder a educación y atención de salud de calidad, a pesar del bloqueo económico que creó una situación que se agravó aún más cuando el apoyo de la Unión Soviética terminó con la caída del Muro de Berlín.
Sin embargo, no podemos olvidar su violencia y su intolerancia a la disidencia. No podemos tolerar los asesinatos cometidos en nombre de una causa. La gente fue asesinada por él con su arma y esto no puede ser ignorado. Simplemente no podemos tolerar ninguna violencia que se aplique hacia los seres humanos, y especialmente si se hace en nombre de algo tan abstracto como una revolución, porque esto elimina el valor de la vida humana de su merecida posición de prioridad número 1.
Lo que podemos decir es que estaba por delante de su tiempo en términos de su visión de la humanidad. Incluso podríamos decir que él aspiró a una Nación Humana Universal; el problema es que no puedes imponer tal cosa por la fuerza, matando gente o poniéndole una pistola en la cabeza.
En el momento en que la vida humana pierde su valor, cualquier revolución ya ha perdido y está condenada al fracaso y al derramamiento de sangre.
Hoy somos muchos los que anhelamos una Nación Humana Universal y hemos visto las experiencias de las revoluciones en la historia, como las Revoluciones de Rusia y Cuba, y la lucha por la independencia en la India, y concluiremos que el camino de Gandhi fue, en última instancia, el más interesante, aún si debemos decir que la democracia india y la cultura del propio país está muy lejos del ideal de nación humana universal a la que aspiramos.
La Nación Humana Universal sólo puede provenir de un anhelo sincero que coloque a la vida humana como el valor central. Y para que esto suceda un cambio cultural y espiritual tiene que ocurrir en la gente. Así que, hasta que podamos ver este cambio cultural y espiritual alcanzar el nivel en que se detenga toda cooperación con la dictadura violenta del sistema económico en que vivimos hoy en día (una dictadura que por cierto mata a millones de personas cada año, condenados a morir en guerras y de la pobreza – poniendo tanto a Castro como a Pinochet a la sombra de lo mal hecho), lo mejor que podemos decir de Fidel Castro es que el mundo no estaba listo para todo el bien que era capaz de hacer.