«Es el grado máximo de algo» dice el diccionario, pero no es de eso que quiero contarte. Alguna vez Alfredo fue un niño y no es muy loco suponer que sus compañeros de escuela o los vecinos con los que jugaba a las figuritas o a la pelota lo sometían a burlas y cargadas. Esas actitudes crueles de que somos capaces a esa edad. Es que Alfredo soportaba estoicamente, imagino, llevar ese apellido: Colmo.
No supe de su existencia hasta hace unos días. Porque es bueno que sepas que no estoy inventando un personaje producto de mi imaginación. Alfredo Colmo existió.
El tío Google y la tía Wikipedia (ese matrimonio moderno y virtual siempre dispuesto a darnos una mano) dicen que nació en 1868 y vivió hasta 1934. Fue un jurista especializado en Derecho Civil y profesor en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. No mucho más. Pero resulta que una calle de esa ciudad lleva su nombre. Hasta aquí nada especial.
Colmo es un apellido de origen italiano. Inclusive hay un lugar que así se llama en Bérgamo, bellísimo. Tano, dije, como Pichetto, Macri, Illia o Massa, Zannini y Parrili.
Al gobierno que supimos conseguir hace ya un año, un fucking año, se le ocurrió lanzar la idea de crear, construir o edificar una cárcel para inmigrantes que delincan. Algo así como una Ley de Residencia, versión remixada. Otra iniciativa, una más, que bien podría ser incluida en la categoría de Colmo. ¿Y dónde se te ocurre que proyecta hacerla? Sí, adivinaste, en la calle Alfredo Colmo. O sea, los ancestros de los nombrados, por ejemplo, podrían haber ido a dar con sus huesos a esa prisión de haber vivido bajo un gobierno así, tan perverso, tan Durán Barba. Esta ucronía mía no te debe distraer, por favor. Lo que quiero decir es que tanto cinismo creativo parece no tener techo.
Mirá, en esos mismos días se conoció la designación de un nuevo Director de Asuntos Jurídicos y Derechos Humanos del Servicio Penitenciario Bonaerense. Quizás el nombre te suene, te haga ruido. El tipo se llama Guillermo von Wernich. Sí, es pariente, el sobrino, del capellán de la Policía de Camps y está condenado a perpetua por crímenes de lesa humanidad cometidos por él y su banda durante la dictadura cívico militar. La gobernadora Vidal, tan Heidi cachavacha, parece ser una buena alumna del monje publicitario ecuatoriano.
Los argentinos tenemos una bien ganada fama de creativos. Desde el dulce de leche y el revuelto gramajo hasta las huellas dactilares y la birome pasando por Maradona y Messi, en ese orden, hemos brindado al mundo nuestro bagaje en ese sentido.
Ahora agregamos un aporte más en el ámbito del lenguaje. Provocación y colmo pasan a ser sinónimos desde diciembre de 2015. Aunque la Real Academia demore varios siglos en admitirlo.
Mientras tanto, los farsantes que nos gobiernan por mandato de las urnas no encuentran el camino del desarrollo equitativo. Pero ya encontraron su calle.