Dejan su tierra y su vida llena de recuerdos y afectos. A menudo, obligados o forzados, con el miedo en el vientre, el corazón desgarrado, huyen de la guerra, de las invasiones, del hambre, de la sequía. Dejan sus seres queridos y abandonan todo sin saber si algún día van a regresar, animados por una loca esperanza y la rabia por sobrevivir.
Pero para aquellos desesperados, después del horror viene la pesadilla. Ahora son de «ninguna parte», están «de más» y perturban a la Europa conquistadora que está envejeciendo mal y admite con dificultad que no es ajena a la tragedia.
Después de las cicatrices de la colonización, África es ahora un campo de experiencias y de comercio de armas con jugosas ganancias. Si la tierra no produce nada o no es un lugar «geoestratégico militar», su gente no vale definitivamente «nada»; ¡mala suerte para ellos nacer allí! Si en su suelo se descubren riquezas insospechadas (como el coltán en la República Democrática del Congo, por ejemplo), entonces los comerciales «bondadosos» reaparecen, sobornan a los servidores de siempre y ahora explotan el subsuelo después de haber explotado las personas que vivían en la superficie, creando, en medio del caos, oasis lucrativos bien protegidos.
Si miramos hacia Haití, a 8.000 kilómetros de distancia de África, los descendientes de aquellos inmigrantes por la fuerza, se han visto recientemente afectados por un huracán. Se han enterrado más de 1.000 seres humanos, pero no se dice que, como pasó en el terremoto del 2010, se podría haber reducido gran número de víctimas gracias a la tecnología conocida por todos los países. Hace tiempo que la isla esta descuidada, pero no siempre fue así: 100.000 indios vivían en Haití cuando la isla fue descubierta en 1492. En unas pocas décadas casi todos fueron exterminados. Faltaron entonces brazos para explotar el oro, la madera, el café, el algodón y el cacao, abundantes en la isla. Entre 1750 y 1790, los españoles y luego los franceses, sacaron de sus tierras 16 millones de africanos, los llevaron por la fuerza en barcos hasta Haití para hacerles trabajar como esclavos. Muchos de ellos murieron durante la travesía (la historia se repite). La violencia, las enfermedades infecciosas, el abuso y las guerras sucesivas, hicieron el resto. El hecho es que solo quedaron 400.000 de los 16 millones cuando Haití logró su independencia en 1804. A continuación, y desde entonces, el país estuvo envuelto en guerras, dictaduras y golpes de Estado, intercalados con desastres naturales.
Sin duda, las antiguas colonias tienen dificultad para levantarse. ¿Cómo pueden los países de Europa devolver su botín y reparar sus atrocidades?
Todavía es posible soñar.
Imaginemos que estamos en presencia de una gran muestra de generosidad en la cual seres humanos conscientes deciden tomar en sus manos el destino del planeta, descartando aquellos que piensan y actúan sólo para ellos.
Imaginemos que, de todas partes, del mundo «desarrollado», mujeres y hombres deciden tomar el camino opuesto al que hicieron los emigrantes y refugiados, y van en masa a todos estos países destruidos para crear el futuro, de forma completamente desinteresada; para construir escuelas, casas, carreteras, hospitales, industrias, con su entusiasmo y experiencias, desafiando la historia.
Imaginemos que organizaciones internacionales, empresas y Estados, se agregan a este movimiento de rehabilitación y deciden apoyar esta ola de esperanza y ayudar a los voluntarios, por ejemplo pagando el desempleo de aquí para ayudar allí, financiando a expertos de todos los oficios para ir allá a enseñar lo que saben, movilizando militares al servicio de la vida y no más de la muerte, incitando a los jubilados todavía validos a ir allí para transmitir sus experiencias, ofreciendo la logística y los recursos para construir, de manera absolutamente desinteresada, no para invertir, no para lucrarse, sino para levantar a los países «empobrecidos». Apostamos que al final todo el mundo ganaría: Europa recuperaría la respiración y su dignidad y la población de África saldría de la asfixia.
Imaginemos también que los que han venido en barcos de miseria, regresan a sus países donde ahora pueden aspirar a una vida digna; poner esperanza de nuevo en su tierra natal, encontrase con sus hermanos y encargarse de sus bienes, de sus tierras, de su país, de su continente, con la ayuda de estos seres humanos que vinieron de otros lugares, no para “tomar” ni dictar un modelo de sociedad o inculcar sus creencias, sino para producir una gran reconciliación y rehabilitación histórica.
Imaginemos que se decide ir juntos hacia una nación humana universal, hecha de reconciliación, de equidad, de solidaridad, de humanidad, de paz y de futuro. Esta nación humana universal sólo es posible si todos los pueblos, todas las culturas, van hacia un mismo plan de igualdad humana, porque como decía el padre Jean-Bertrand Aristide, que fue elegido presidente de Haití a finales de 1990 y derrocado por los militares en 1991: «Tout moun sé moun», «Un hombre es un hombre».
Philippe Moal
«Violence, conscience, non-violence»
Editions L’Harmattan, Francia, octubre 2016.