El mundo hoy se encuentra en estado de shock frente a los resultados de la elección presidencial norteamericana. Tal como cuando el Reino Unido votó a favor de separarse de la Unión Europea, los analistas políticos y las encuestas de opinión fracasaron totalmente en predecirle al mundo lo que estaba por ocurrir.
Y esto no debería seguirnos sorprendiendo porque está claro que a pesar de todos los esfuerzos y el dinero que se invierta en sondeos de opinión, existe un factor que no se considera: la habilidad humana para mentir ante las preguntas.
En los Estados Unidos, para decir que habrías votado por Trump tenías que asumir que eres a) un xenofóbo, misógeno, racista o b) un miembro de la clase trabajadora hastiado de tu trabajo y cansado de las incesantes guerras de establishment.
Los medios de comunicación masiva se centraron fundamentalmente en su racismo y conducta personal, eludiendo sus políticas económicas e internacionales. Por lo tanto, cuando alguien consultaba sobre las opciones de voto, y dado que el único lugar y momento en el que realmente cuenta la propia opinión es cuando se pone una raya en la papeleta de votación, la gente se sintió libre para mentir y preservar la fachada políticamente correcta frente al entrevistador. Así mismo, la respuesta políticamente incorrecta que respondía a la pregunta de si el Reino Unido debería dejar la Unión Europea o quedarse dentro, era “salirse”. De modo que en las encuestas la gente prefería expresar indecisión o mentir, guardándose en su intimidad la respuesta real.
El hecho es que realmente queríamos a una mujer asumiendo el cargo de presidente, tal como antes quisimos que un negro fuera presidente… sólo que no esta mujer (y tampoco este hombre negro, si lo pensamos mejor).
Tal como comprendió el Reino Unido cuando eligió a Margaret Thatcher, ser una mujer no es garantía de las características con las que asociamos a sus figuras maternales como si fuésemos sus hijos: fuerza, sabiduría y bondad (Thatcher puede haber tenido fuerza, pero su sabiduría es cuestionable y su bondad no existió).
Las mujeres, tal como los hombres, tienen la capacidad de matar, desencadenar guerras, empobrecer a las comunidades y autovalerse, y en el mundo de políticas neoliberales dominado por los machos en nuestras pseudo-democracias, fuerza, sabiduría y bondad no son las cualidades precisamente más valoradas en los partidos políticos.
Así es que ahora nos hemos despertado un poco shockeados porque no estábamos preparados para el Presidente Trump, pero en realidad la tarea de los humanistas no ha cambiado.
Pese a que Hillary habría otorgado un triunfo histórico a las mujeres: inspiración para las mujeres (y hombres) del mundo entero para llegar a cumplir sus metas, una cara amigable que se hubiese podido reunir con los demás líderes mundiales, y alguien que habría luchado por los derechos de las mujeres, las personas LGBT, las minorías étnicas, etc.; también nos habría llevado a una escalada en las tensiones con Rusia, a una situación aún peor en Siria y Ucrania y posiblemente incluso a una tercera guerra mundial, con todos los riesgos para la humanidad debido a lo que implica el uso de armas nucleares.
Por otra parte, tenemos en cambio a Trump, inspirador para los racistas, misógenos e intolerantes ante cualquier diferencia, un hombre que pretende construir un muro en la frontera con México y mantener fuera de los Estados Unidos a los 1.6 mil millones de musulmanes que hay en el mundo, pero tal vez su aparente facilidad de relaciones con Rusia podría evitarnos una guerra nuclear y el fin de la humanidad.
Cualquiera que pudiera haber sido la situación con Clinton y lo que pueda suceder con Trump, para quienes como nosotros que aspiramos a una Nación Humana Universal, nuestra tarea no ha cambiado. El próximo presidente de los Estados Unidos no hará mas que mover las sillas sobre la cubierta del Titanic que apenas se sostiene sobre la punta del iceberg.
La tarea de los humanistas es hacerse del timón (o inspirar a alguien más que pueda sostener el timón) y cambiar la dirección que lleva la nave. Necesitamos dirigirla hacia la Nación Humana Universal donde la vida humana constituye el valor central y el dinero y el poder están al servicio de la humanidad y no a la inversa, como lo experimentamos actualmente. Jamás Hillary o Trump han concebido ni remotamente ayudarnos en esto.