No es para enorgullecerse estar en un país que maltrata a sus niños, sus mujeres, sus viejos, sus trabajadores. Al tenor de las noticias que recibimos a diario, desafortunadamente este parece ser el país que habitamos.
En poco más de una década han fallecido más de 200 menores que se asumía estaban bajo la protección del Servicio Nacional de Menores (SENAME), a los que habría que agregar más de 400 menores fallecidos que fueron derivados al sistema ambulatorio, esto es, en organismos colaboradores o al amparo de programas complementarios. La tercera parte menores de 6 años.
Desconozco la situación en otros países similares al nuestro, ya sea en idiosincrasia, o en nivel de desarrollo, o de ingreso per cápita. Para hilar más fino también debiésemos contar con indicadores tales como las tasas de niños fallecidos por cada mil niños dentro del total poblacional, como del total de niños bajo “los cuidados” del SENAME.
Pero más allá de las cifras, lo expuesto revela un “descuido” descomunal, para agarrarse la cabeza, un escándalo. Si ponemos el grito en el cielo cuando se denuncian maltratos a niños que se entregan al cuidado de hogares del mundo privado, con mayor razón debemos hacerlo cuando ello ocurre en el ámbito de las instituciones públicas. Al SENAME no se envía a los niños para que se mueran, sino para rescatarlos del abandono, del maltrato, de la promiscuidad, del desamor.
El SENAME es una institución estatal destinada a proteger, no atacar al menor. Surgirán infinitas explicaciones orientadas a explicar lo inexplicable, entre las que seguramente destacará la existencia de recursos limitados para albergarlos, protegerlos, encaminarlos, educarlos. Nada nuevo bajo el sol. Una y otra vez los mismos argumentos.
Acá no sobran niños, por el contrario, nuestra tasa de natalidad es una de las más bajas del mundo. Sin embargo, pareciera que sobraran. Lo señalado da cuenta de una realidad penosa, que lamentablemente es extensible a nuestras mujeres, nuestros ancianos, nuestros jóvenes, nuestros trabajadores. Pero esto ya es tema para otras columnas.
Algo huele mal en Chile.