El mundo se encuentra en estado de alerta ante la irrupción de un candidato fuera de molde para las próximas elecciones presidenciales en EEUU. Digo fuera de molde porque ha sacado a todos de los esquemas tradicionales.
No proviene del establishment político convencional, la élite o casta política norteamericana. Es un multimillonario que ha cambiado de domicilio político y que ninguno de estos domicilios lo reconoce como propio. Tanto es así que los propios líderes republicanos se agarran la cabeza pensando en el engendro que ganó las primarias donde se impuso contra viento y marea, sin atenuantes, sobre todos los rivales que se le opusieron.
Por más que intente moderar su discurso en la recta final, su impronta está marcada a sangre y fuego por sus declaraciones en el primer tramo de su ascenso, declaraciones que incendiaron la pradera: las vinculadas a poner freno a la inmigración y la decadencia del imperio expresada por la pérdida de influencia mundial.
Lo paradojal es que el propio Trump es un descendiente de inmigrantes. Mal que mal, los EEUU que conocemos fue construido sobre la base de sus inmigrantes, sus esclavos y el exterminio de sus aborígenes. Claro que entre los inmigrantes están los blancos sonrosados y los no tan blancos. A los que Trump no quiere es a los no tan blancos, los latinos, los que vienen del sur, particularmente quienes cruzan la frontera con México. Y lo quiere hacer con un muro financiado por los mexicanos.
Sus frases para el bronce se multiplican, violando todas las reglas de la sensatez, explotando la ignorancia en que parece estar sumida la población norteamericana. Trump representa al populismo en su máxima expresión. Su fortuna, al igual que los productos/servicios que generan sus actividades empresariales se basan en la explotación de la vaciedad que recorre a la sociedad de consumo estadounidense.
Trump representa el hastío con una clase política cerrada que se reproduce una y otra vez. Desafortunadamente, al partido demócrata no se le ocurrió nada mejor que poner al frente a Hillary Clinton, quien representa como pocos al prototipo político convencional que está siendo rechazado, no solo en USA, sino que en todo el mundo. Los demócratas se farrearon la posibilidad de llevar al contrincante de Hillary en las primarias, Bernie Sanders, quien no obstante ser biológicamente de avanzada edad, sus ideas cautivaron a la juventud por su frescura, su audacia, y su capacidad para levantar las banderas abandonadas en aras del pragmatismo. Una juventud que hoy por hoy no tiene candidato, y que por lo mismo se resiste a votar por un Trump o una Hillary.
Ambos representan la decadencia que afecta a la sociedad moderna. Nada muy distinto a lo que se vislumbra en Chile y el resto del mundo.