La crisis financiera y económica mundial comenzó en Estados Unidos de Norteamérica en 2008, se extendió a Europa -donde aún continúa creciendo- afectó en diverso grado al resto del mundo, y dejó al descubierto los puntos flacos de uno de los esquemas capitalistas: el “neoliberalismo”, surgido del Consenso de Washington. También denominado etapa del “capitalismo salvaje” por el darwinismo social que impuso, se caracteriza por una desocupación que llegó a niveles nunca alcanzados en Estados Unidos y en Europa y aumentó en nueve millones la cantidad de pobres en América Latina.
La responsabilidad mayor es atribuible a un sistema financiero internacional que no tuvo el freno regulatorio del Estado y, contrariamente, recibió ayuda de éste de modo permanente. La crisis fue y está siendo pagada en 2010 por los ciudadanos comunes y corrientes. Son quienes perdieron sus empleos, o no pudieron retirar sus ahorros de los bancos, o tuvieron que enfrentar un alza desmedida en las cuotas de préstamos inmobiliarios, o perdieron sus propiedades o….
El fracaso del capitalismo evidenció una vez más su anti humanismo. De hecho un sistema basado en la explotación del hombre por el hombre ya tiene ese carácter pero está mostrando su peor faz. Desde luego que engendros como el “capitalismo humanizado” o frases como “humanizar el capital” son imposibles de concebir ni siquiera intelectualmente; pero, además y por si faltaran pruebas, cuando hubo que decidir entre las personas y los bancos, el Estado liberal privilegió a los bancos sin siquiera pensar en otras variantes. Los analistas y estudiosos del poder, contestes en la opinión de que es la banca quien maneja los hilos del poder en la sombra y no tan en la sombra, tuvieron la certificación de sus conclusiones. Las voces que atribuyen al complejo militar industrial un rol en el reparto del poder, han reconocido que es la banca, en última instancia, la que prevalece. En realidad, verdades de Perogrullo para los analistas pero que no habían llegado al público con tanta crudeza.
La pregunta por los “objetivos finales de la economía” está contestada. No es el bienestar del pueblo -o de la sociedad, si aquella palabra tiene carga ideológica- sino el mayor beneficio para la Banca.
Si no se acepta la tesis anterior no es posible diseñar planes -mucho menos un programa- de gobierno con sentido humanista. Es decir, donde el ser humano sea el valor y la preocupación fundamental de la política. Esto lo ha señalado el humanismo político desde su aparición a comienzos de los años ‘80 ofreciendo una plataforma de ideas, principios y propuestas de acción sólidamente engarzadas con valores. Pasó desapercibida hasta ahora y sus posiciones son deliberadamente menoscabadas como “humanitaristas” o “humanitarias”, una impresión que viene del uso falseado de este concepto por sectores religiosos.
Desde luego, el planteamiento humanista tampoco tiene que ver con la “economía de la felicidad” cuya idea central es que esta pretendida ciencia social tiene sentido si el grado de bienestar colectivo aumenta. Está planteada en la obra “The Politics of Happiness”, de Derek Bok o en informes que miden el progreso económico y social. En el caso del ex rector de Harward su concepción de la felicidad gira en torno a la equidad, la familia y la salud pública. Lo expresa más o menos así: “A menor desigualdad, mayores son la confianza, la asociatividad y el capital social y eso genera más felicidad y salud”. En cuanto a los que se esfuerzan por las mediciones, pensamos que les cabe la frase de Robertt Kennedy: “El producto bruto lo mide todo, salvo lo que hace que la vida merezca la pena”.
Para que la vida valga la pena vivirla sin duda son necesarias la paz, el desarme y la estatización de la Banca, ya que las guerras, la venta de armas y la expoliación por parte de los banqueros son los principales obstáculos al desarrollo humanos. En ese marco, la acción del Estado debe ser prioritariamente la garantía de educación, salud y calidad de vida, en niveles de excelencia para todos los miembros de la sociedad. Así vamos a llegar a la disminución de la brecha entre las clases sociales e incluso a hacer inútil tal distinción entre ellas. Eso es lo más parecido a una sociedad humanista que podemos visualizar.
Mientras tanto, podemos considerar con sentido a la acción política que va en la dirección correcta, aún dentro del capitalismo. Aunque muchas veces nos parezca que queda corta en su alcance, la gestión que está bien orientada nos aproxima al ideal soñado. Y nuestro ideario humanista trasciende al capitalismo como lo nuevo supera a lo viejo: inevitablemente.