El viernes 1 de febrero el humanista chileno Tomás Hirsch participó en la Conferencia Internacional por la Paz en la ciudad alemana de Munich, convocada como «Las vías no violentas para un cambio de régimen». Publicamos aquí la transcripción de sus palabras:
«Comienzo diciendo que el nombre que propuesto para esta conferencia es ya discutible.
En primer lugar, y lo digo sin ánimo de crítica sino que de reflexión, si me piden hablar de
vías no violentas para un cambio de régimen es porque en el fondo se supone que existe la
posibilidad de un cambio de régimen a través de la violencia. Evidentemente ella aún está
instalada en la cabeza de muchos de nosotros y creemos que puede producir los cambios
que buscamos, mientras la no violencia aparece solo como una posibilidad adicional a las
existentes.
Más allá de la postura ética que nos lleva a rechazar su uso, cabe preguntarse ¿es realmente
posible el cambio con la violencia? ¿Hay ejemplos reales de que con ella se modificó
efectivamente la situación política, económica o social?
Para responder tendremos que consensuar a qué nos referimos cuando hablamos de
violencia. Seguramente todos coincidimos en que golpear a otro es un acto de violencia.
No hay discusión al respecto. Pero más allá de la particularidad de la violencia física, su
esencia es impedir la expresión de la libertad del otro y esto lo puedo hacer con golpes y
también de manera menos vistosa pero igualmente monstruosa.
Si pongo un cerco alrededor de una ciudad o país y controlo a todo aquel que entra o sale,
eso es violencia. Si un sistema financiero restringe mis derechos de alimentación, vivienda,
educación y salud cercándome a través de deudas, intereses y compromisos especulativos
de difícil comprensión, eso es violencia. La violencia física y la violencia económica son
diferentes solo en apariencia. ¿Y qué me dicen de la violencia psicológica? Conocemos
bien la manipulación de las conciencias y la generación de temor a través de la propaganda
y el control de la información.
Cualquier modo de coartar la libertad de otro ser humano o de una sociedad completa,
sea por la fuerza, sea por el control de la subjetividad, sea por el control de los medios
de sustento, todas son diferentes formas de violencia porque anulan lo esencial del Ser
Humano: su libertad.
En el último siglo grandes momentos de la humanidad en términos de no violencia han sido
por ejemplo la creación de las Naciones Unidas, el impresionante proceso descolonizador
que dio origen a la mayoría de los Estados de la actualidad y el desarme unilateral que
inició la Unión Soviética de Gorbachov. Y más recientemente han sido relevantes los
anuncios de Alemania y Japón de poner fin en los próximos 30 años a las centrales
nucleares. Hay una fuerza que lucha por la vida y la superación del sufrimiento. Pero
estos modelos son rápidamente degradados para enlentecer su implementación y son
descalificados como ejemplos a seguir.
Debemos tener cuidado de no caer en la trampa de creer que porque se reemplaza a un
gobernante por otro de distinto signo, menos cruel, mas demócrata, por ese solo hecho se
ha erradicado la violencia. Ese nuevo gobernante quizás disminuya la violencia física, la
brutalidad de la tortura, la desaparición de personas, pero eso de ninguna manera significa
que se termina la violencia.
La violencia que viven día a día millones de personas es económica, racial, religiosa,
generacional, sexual, psicológica. Cuando se termina un régimen dictatorial se sale de la
violencia más explícita y brutal y todo el mundo está feliz por el cambio, pero en realidad
tras ese hecho tan vistoso se mantienen todas las otras formas de violencia. Entonces, si no
hay una dirección decidida hacia un cambio estructural, todos los avances logrados pueden
desvanecerse fácilmente y en definitiva no modificar nada.
Así sucedió en Chile, donde vivimos 17 años bajo una de las peores dictaduras y finalmente
logramos derrotarla con el voto en un plebiscito que ellos mismos idearon. No voy a
recordar aquí todo ese largo proceso, pero déjenme decirles que 22 años después del fin de
la dictadura todavía tenemos la misma Constitución antidemocrática creada por Pinochet.
Aun vivimos en un sistema muy poco democrático, muy bien vendido como exitoso en el
extranjero, pero profundamente injusto.
Llevo 15 años recorriendo el mundo para explicar los fracasos de este aparente éxito.
Y en todas partes me encuentro con una imagen espectacular del proceso chileno. Y la
razón de esta buena imagen es muy simple. Quienes la dan son los que se han beneficiado
de la continuidad del modelo económico, político y social heredado de la dictadura. Los
jubilados que han visto desvanecerse sus pensiones, las minorías sexuales que siguen
discriminadas, los estudiantes que deben endeudarse hasta lo inimaginable, las mujeres
pobres que no logran sobrevivir con sus sueldos miserables, los ciudadanos de pueblos
contaminados hasta la enfermedad y la muerte, los mapuches a quienes les arrebatan
sus tierras, ninguno de ellos han tenido el dinero ni las posibilidades de salir al mundo
a denunciar su drama, ni tampoco el espacio en los medios de comunicación para dar a
conocer su realidad. Por años recorrí países denunciando la realidad chilena y fui mirado
como bicho raro, negativo, incapaz de ver “el espectacular éxito de la transición chilena”.
Solo el año pasado esto comenzó a cambiar luego de esas gigantescas movilizaciones
estudiantiles con las que el mundo pudo enterarse que la realidad chilena es muy diferente a
lo que los poderosos han querido mostrar.
Vengo de un país que después de casi 30 años de permanente crecimiento económico
ha terminado siendo uno de los con peor distribución del ingreso en el planeta. Eso es
violencia.
En Chile, país de lagos y glaciares, el agua es privada y su propiedad se rige por una ley
única en su tipo en todo el mundo. La electricidad, el gas y toda forma de energía fueron
privatizados por los gobiernos autodefinidos como de centroizquierda. Los recursos
pesqueros han sido entregados hace solo unas pocas semanas sin licitación y a perpetuidad
a 7 poderosas familias. El Cobre, que es nuestra mayor riqueza y que alguna vez perteneció
a todos los chilenos, hoy es explotado mayoritariamente por unas pocas multinacionales
que se lo llevan casi sin pagar impuestos, solo un royalty tan bajo que es una vergüenza
nacional. Cada año mi país pierde miles de millones de dólares solamente por los impuestos
no cobrados a las mineras privadas. Todo en Chile se ha privatizado. Todo es todo. Las
grandes movilizaciones estudiantiles que ustedes vieron el año pasado pedían algo tan
básico como el derecho a la educación. Pedían educación pública gratuita y de calidad. Y a
esos jóvenes se los reprimió con la brutalidad propia de los peores regímenes autoritarios.
La educación en Chile es privada. Y es un excelente negocio para quienes la controlan.
Y así sucede con la salud y con la seguridad social. Y al pueblo mapuche se le siguen
arrebatando sus territorios despojándolos de lo que les pertenece. Todo eso ES violencia.
Entonces, ahí, en mi país está el mejor de los ejemplos de que la erradicación de la
brutalidad de una dictadura no significa el fin de la violencia. En realidad se cambiaron
administradores militares por administradores civiles pero manteniendo un mismo sistema.
Los civiles son más presentables y tienen mejor marketing que los militares, pero no nos
engañemos. En el fondo mantienen y profundizan un sistema violento. Si antes la violencia
era física, hoy es económica, sobre todo a partir de un sistema financiero especulativo que
está asfixiando a individuos y pequeñas empresas.
Alguien podría preguntar: ¿no es justamente eso que describes la prueba de que la no
violencia no conduce a cambiar las estructuras sociales? ¿Qué quedó de la esperanza que
despertó en el mundo el acceso de Allende al gobierno impulsado por millones de chilenos
que querían un mundo mejor? Responderé que aún cuando en Chile vivamos todavía
un momento penoso, quizás porque nos tocó el infortunio de ser el conejillo de Indias
de los Chicago Boys de Milton Friedman, quizás porque el sistema se niega a dejar caer
ese modelo inicial en un mundo donde el fracaso neoliberal es estruendoso y manifiesto,
responderé digo, que precisamente en esa Latinoamérica vejada por militares al servicio
de la estrategia norteamericana, en esa Latinoamérica se levantan hoy vientos de paz
y bienestar social, de inclusión, de hermandad, de aproximación al humanismo como
nunca se había visto en su historia. Y esa también es la herencia de aquello que comenzó
a insinuarse en los movimientos de los años 70 y que no pudo ni podrá ser acallado por
régimen alguno.
Pero quiero alejarme del caso puntual de Chile para compartir con ustedes algunas
reflexiones más generales sobre el tema:
Bien sabemos que la situación actual es crítica en todas las latitudes y está caracterizada por
la pobreza de vastas regiones, por el conflicto que surge entre las culturas ante el intento
de imposición por una que pretende ser única y universal y por la discriminación que
contamina la vida cotidiana de amplios sectores de la población. Hoy existen conflictos
armados en numerosos puntos y simultáneamente una profunda crisis del sistema financiero
internacional.
Tenemos que destacar que el problema más urgente a resolver es el de las armas nucleares
y las armas de destrucción masiva que crecen día a día amenazando la vida en la tierra. No
podemos quedar a merced de la locura momentánea de algún líder, o de algún grupo que
logra capacidad nuclear, o que por simple accidente se desate una hecatombe que se escape
de todo control. La peligrosidad de las armas actuales nos obliga a considerarlas un factor
prioritario en el esfuerzo por construir un mundo diferente. El desastre de Fukushima en
Japón ha sido una muestra del peligro que tenemos incluso con la energía nuclear de uso
civil. Traten de imaginar lo que puede significar su uso intencionado para la destrucción.
Si hay países que poseen armamento nuclear ¿qué argumento coherente pueden usar para
impedir que otros los tengan? ¿Cómo justificar la exigencia a Irán o Brasil o cualquier otro
país para que no adquiera estatus de potencia nuclear? No hay razón lógica que justifique
que unos países puedan desarrollar armas nucleares y otros no. La tesis de contar con
armamento nuclear disuasivo fracasó desde el momento en que la tecnología quedó al
alcance de cualquier grupo con mínima organización.
Mientras los poderes continentales y regionales se muestran los dientes en actitud
amenazante, las poblaciones en todas las latitudes sufren, incluso en esta Europa que se
suponía ya fuera de la lucha por su sobrevivencia.
Es urgente crear conciencia por la Paz y el desarme. En lo inmediato necesitamos crear
condiciones y exigir por todos los medios a nuestro alcance:
1- el desarme nuclear mundial;
2- el retiro inmediato de las tropas invasoras de los territorios ocupados;
3- la reducción progresiva y proporcional de los armamentos;
4- la firma de tratados de no agresión entre países y
5- la renuncia de los gobiernos a utilizar las guerras como medio para resolver conflictos.
Sin embargo, en última instancia la erradicación de la violencia no se logra sólo por un
cambio social. Su raíz no está en el sistema social, sino en el propio psiquismo y cada
uno tiene que hacer un esfuerzo por superarla en uno mismo. Se requiere de un cambio
simultaneo en el que a medida que mejoramos el sistema social, comprendamos cual es la
raíz de la violencia en nosotros y como se la puede superar. Esto no es un tema simple, hace
a lo esencial del ser humano y toca sus creencias más profundas. Hace a la comunicación
con otros y con uno mismo. Tiene que ver en definitiva con las preguntas fundamentales
acerca del Sentido de la vida, de quienes somos y hacia dónde vamos.
Y si alguien volviera a insistir en que el cambio no violento es solo un sueño lejano e
inapresable, le diría que ajuste su lente y vea los síntomas del nuevo mundo que ya está
aquí, muy cerca y entre nosotros.
Durante el último año hemos visto síntomas de una nueva sensibilidad que va emergiendo.
Hay que destacar a esa nueva sensibilidad, que comenzando en el mundo árabe, se ha
manifestado en distintas latitudes. Una nueva generación irrumpió en el paisaje social con
un nuevo estilo, un nuevo lenguaje, nuevas formas de organización. Los vimos en el 15M
de España y en los movimientos de Europa; en el Ocuppy Wall Street de Estados Unidos y
en los cientos de miles de estudiantes marchando en Chile. Se levantaron exigiendo mayor
democracia en Rusia, China y Occidente. Esta nueva sensibilidad irrumpió y sigue viva en
plazas y calles. Detesta la violencia, rechaza el verticalismo, aborrece de la discriminación
y está pronta a organizar movilizaciones masivas, planetarias y simultaneas. El Sistema al
comienzo se sorprendió y quedó sin respuesta frente a esta sensibilidad que emergía como
torbellino vital, para luego reprimirla con extrema brutalidad. No solo la reprimió sino que
en algunos lugares la acusó malintencionadamente de ser parte de grupos armados que
promueven una guerra civil y se mueven por intereses muy lejanos a la democracia y a la
justicia social. Pero más allá de la represión y la descalificación, esta sensibilidad existe
y seguirá dando señales de una nueva mentalidad universalista, no discriminatoria y no
violenta.
En ese escenario social quiero destacar el rol que puede tener el Humanismo Universalista
en el momento actual. Tomando las palabras de Silo, fundador de este movimiento: «Nos
interesa un humanismo que contribuya al mejoramiento de la vida, que haga frente a
la discriminación, al fanatismo, a la explotación y a la violencia. En un mundo que se
globaliza velozmente y que muestra los síntomas del choque entre culturas, etnias y
regiones, debe existir un humanismo universalista, plural y convergente. En un mundo
en el que se desestructuran los países, las instituciones y las relaciones humanas, debe
existir un humanismo capaz de impulsar la recomposición de las fuerzas sociales. En un
mundo en el que se perdió el sentido y la dirección en la vida, debe existir un humanismo
apto para crear una nueva atmósfera de reflexión en la que no se opongan ya de modo
irreductible lo personal a lo social ni lo social a lo personal. Nos interesa un humanismo
creativo, no un humanismo repetitivo; un nuevo humanismo que teniendo en cuenta las
paradojas de la época aspire a resolverlas».
Por último una reflexión: ¿Cuándo el ser humano va a dejar de usar la violencia? Creemos
que únicamente cuando ésta le produzca repulsión visceral. Cuando su cuerpo la rechace
como si se tratara de algo tóxico y peligroso para la vida. Eso todavía no se ha producido y
es un cambio fisiológico que puede demorar todavía muchísimo tiempo.
La pregunta entonces es ¿cómo podemos nosotros contribuir a que ese proceso se acelere?
Ese es justamente el sentido de la acción no-violenta que nosotros promovemos día a día.
Estamos contribuyendo de modo humilde pero importante al proceso histórico, a que el
ser humano avance desde esta prehistoria en que la violencia forma parte de su quehacer
cotidiano hacia un ser humano en que la violencia se recuerde como algo propio de otro
tiempo.
Nosotros, humanistas de distintas latitudes, estamos contribuyendo en esta dirección sin
siquiera saber si seremos testigos de ese gran cambio que anhelamos.
Y quizás ese sea el aspecto más inspirador de nuestra acción. Una acción que no termina
en nosotros. No estamos promoviendo la no-violencia por una cuestión personal; estamos
impulsando la construcción de una sociedad no-violenta para garantizar que las futuras
generaciones puedan vivir en condiciones dignas. Lo hacemos también para retribuir a
todos los que nos han precedido en el largo camino que ha recorrido la humanidad.
Lo hacemos sobre todo para garantizar la continuidad del ser humano hacia un futuro
abierto, libre y luminoso.
Muchas gracias.»