El mes pasado participé en Quito, Ecuador del Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica. Una reunión anual que coordina una serie de medios comunitarios y populares que tienen como eje fortalecer la comunicación y la inserción de la temática de la integración regional.
Algunos piensan que este deja de ser un tema de agenda tras los traspiés electorales de los progresismos en la región. Bueno, electorales y también golpistas, como lo que está sucediendo en Brasil. Lo cierto es que cambia el eje de esa integración, pasamos de una integración para los pueblos, a una integración para los capitales. Y más particularmente para los que quieren hacer negocios a costa del hambre de la gente.
Esto lo digo, porque muchas veces se tiende a pensar que la integración es algo lejano, es algo de cúpulas, es un paso de profundización posterior. Bueno, nosotros creemos que es una construcción colectiva que requiere del trabajo permanente y que además, viene impulsado desde el pasado. La historia de los pueblos, primero liberados de las colonias y en proceso de avances y retrocesos en lo que se refiere a su independencia, es una herencia de los padres fundadores. Como también lo es desde el punto de vista de los pueblos originarios que también se nucleaban y se relacionaban entre sí y mantenían relaciones de intercambios.
El sueño de la Patria Grande debemos asumirlo como propio, debe ser una imagen guía que desarticule los prejuicios racistas que hemos adquirido. Pensar en esa integración es soñar en independencia, es prepararse para defendernos de las fuerzas de opresión y convertirnos en un polo de nuevos paradigmas.
Esos progresismos que nos supimos dar como gobiernos, hicieron algunos pasitos en ese camino, pero está claro que lo que queda por recorrer es mucho más y excede a las instituciones. Ese fue un síntoma de aburguesamiento de nuestros pueblos, creernos que un buen gobierno era suficiente para profundizar la democracia, dar guerra al neoliberalismo y ampliar los derechos. Nos creímos que ese signo positivo y esa dirección evolutiva era suficiente para transformar nuestras sociedades. Leímos ese fenómeno de manera invertida. Esos gobiernos se constituyeron por el empuje de los pueblos y no fueron los pueblos los que se toparon con esa clase política.
No estoy con esto, bajándole el precio a Chávez, a Kirchner, a Lula, ni a ninguno del resto de líderes latinoamericanos que han transformado nuestro continente. Ellos tuvieron la oreja abierta y el corazón esponjoso, como para absorber estos reclamos históricos, para ponerse al frente de las prioridades más urgentes.
Pero la “Real Politik” tiene límites y, fundamentalmente, las superestructuras institucionales tienen límites. Las mismas burocracias que incluyen, imparten justicia y amplían derechos son un dique que frena el desarrollo armonioso de los pueblos.
Este análisis no nos pone como espectadores de las cuentas pendientes y nos hacen despotricar sobre oportunidades perdidas o falta de voluntades. Nada de eso, nos pone en la dinámica de los pueblos, en asumir las necesidades y en comprometerse para generar nuevamente las condiciones para que una nueva ola progresista, revolucionaria, emancipadora irrumpa en NuestrAmérica y supere los avances y logros de esta pasada década.
Hay que defender los procesos progresistas en marcha, hay que denunciar el golpe parlamentario y judicial que está sufriendo Brasil y la guerra económica que sufre Venezuela. Lo de Brasil no solamente alecciona a la región, sino que también es una batalla global que busca adoctrinar a los BRICS, romperlos.
La realidad es que hay que fortalecer todos los espacios de integración que ya existen y los que falten, crearlos. Hay que dotarlos de capacidad política, de fuerza de movilización. El 10% del PBI argentino lo mueve la economía solidaria y cooperativista. No estamos hablando de construir castillos en el aire. Hay un montón de realidades concretas que deben ser un colchón para que los gobiernos tengan que ser para la gente. No esperemos salvadores liderando las instituciones, generemos un poder capaz de dotar a los dirigentes de una fortaleza que permitan conducir procesos revolucionarios.