Por Rodolfo Schmal S.
En el ámbito educacional en Chile se está viviendo una crisis de proporciones y de carácter múltiple, lo que explica las dificultades para emprender caminos de solución. Pero no por ello se deben bajar los brazos.
Se trata de una crisis de larga data. El país se vanagloria de logros en materia de cobertura en educación media, y muy especialmente en educación superior. Pero lo positivo que ello podría conllevar se ve eclipsado porque todo indica que no es consecuencia de que una mayor proporción de estudiantes egresados de la enseñanza media tengan los conocimientos y las capacidades para cursar exitosamente estudios superiores. Más bien pareciera que fuese consecuencia de que un gran número de las instituciones responsables de esta educación –centros de formación técnica, institutos profesionales y universidades- han abierto sus puertas de par en par incrementando sus vacantes sin limitación alguna. Decisión impulsada por el afán de lucro antes que por el afán de formar, de educar.
Un afán de lucro que se aprovecha de las legítimas aspiraciones de movilidad social de gran parte de las familias, que desea lo mejor para sus hijos. Desafortunadamente, bajo el modelo educativo que tenemos, entre las nefastas consecuencias que se viven, destacan la elevada deserción que afecta esencialmente a las familias de menores ingresos, por factores socioeconómicos y/o académicos. Estos últimos se centran en la mala formación previa que les dificulta rendir exitosamente los desafíos que le impone la educación superior cuando ésta aspira a ser de calidad.
Otro factor de frustración, si es que se ha logrado finalizar los estudios superiores, tiene relación con las dificultades para insertarse laboralmente, ya sea por una deficiente formación o por la carencia de redes y contactos de los estudiantes, especialmente cuando son de primera generación, esto es, cuyos padres no son profesionales. Y en el caso de quienes se vieron en la necesidad de contratar un crédito que en algún momento habrá que pagar, sin tener la formación para cursar con éxito sus estudios, estaríamos ante una estafa educacional de proporciones dado que el servicio contratado tuvo un precio que no se condice con lo que en su momento se publicitó. El de arriba se aseguró que el de abajo pague, y si éste no paga, se aseguró que Moya pague, pero el de arriba nunca pierde.
Este es el drama de no pocos producto de un modelo educativo inspirado en tiempos del innombrable donde los de arriba lucran con los de abajo. Lo mismo que ocurre con el modelo previsional.
Es imperativo detener y revertir este flujo. En un país solidario, colaborativo, que se ve a sí mismo como una sociedad, como una comunidad, las cosas deben ser distintas.