Luis decidió irse a Manabí después del terremoto. Quiso compartir experiencias previas que ya había tenido en la ciudad de Riobamba, donde vive, cuando años atrás explotó un depósito de armas y más tarde, cuando hizo erupción el volcán Tungurahua. Es funcionario en el municipio de Riobamba y eso le da la posibilidad de apoyar en este tipo de situaciones. “Quise apoyar en la superación de la crisis y en el fortalecimiento de la resiliencia, en particular a los niños, niñas y sus familias”
No salió inmediatamente. Se preparó junto a un grupo de psicólogos educativos y jóvenes. Se preparó personal y grupalmente, y pudo estar durante dos semanas en cinco cantones: Portoviejo, Calceta, Pedernales, Rocafuerte y Crucita.
Cuando habla de lo que lo moviliza a hacer esto, afirma que quiere “ser una semilla, un motor de cambio en las relaciones que tenemos los adultos con los niños y viceversa. Las situaciones de crisis ponen en evidencia la alta vulnerabilidad que vive la niñez y al haber hecho una opción en mi vida el trabajo por los niños, pensé que esta era otra oportunidad de servicio”.
Allá, en Manabí, Luis coordinó con Nicky Bravo, dirigente nacional del Movimiento por la Niñez y la Adolescencia, con su padre, Jorge Bravo y con el Ministerio del Interior. Encontró alrededor de 100 niños, niñas y adolescentes de todas las edades.
Luis me cuenta que llegó tempranito, como a las 8 de la mañana, a Calceta. “Llevábamos juguetes. Me acerqué con unos balones de fútbol y apenas llegamos me dijeron “queremos pelotear”, querían jugar fútbol. El nexo siempre fue el juego. Pelotas, pelucas, la mochila de los sueños, en la que había perinolas, dados, legos, rompecabezas, cuentos para colorear, pero lo que más les atrae son las pelotas y los peluches”.
Entre las historias que recuerda, Luis trae a su memoria a una niña que perdió todo y también perdió a su perrito. “Ella se encariñó con uno de peluche, al que le contó lo que le había pasado. Al otro día de conocerla, cumplía años. Entonces, pedimos permiso para regalarle el peluche y le dijimos que él la iba a acompañar porque era un “peluche quita miedos”.
Con emoción y alegría, Luis recuerda también a una niña que cumplió sus 15 años, una semana después en el albergue de Pedernales. “Fue fenomenal porque la amiga de ella, que se hizo amiga en el albergue, le preparó su cumpleaños. Le escogimos el mejor peluche que teníamos. Su amiga madrugó y a las 6 de la mañana le regaló el peluche que la niña abrazaba fuerte contra su pecho. Se fueron al colegio y fue toda una fiesta y luego por megáfono, le dimos mensajes a la quinceañera y en la noche hicimos una fiesta donde cada uno puso sus obsequios y en ese cumpleaños sus lágrimas eran de alegría por su cumpleaños pero también de tristeza porque su mamá no estaba con ella: estaba cuidando sus cosas. Ella sentía esa falta de afecto inmediato de su mamá”.
Del mismo modo, Luis comenta que había niños cuyos padres no estaban allí, estaban en el campo. Y también comenta que no se activa un sistema de protección, un sistema de alertas que pueda resolver en forma oportuna, inmediata. “Hay varios casos de niños y niñas sin sus padres y familiares, particularmente del sector rural. Había niños y niñas con graves situaciones de salud e incluso, niños y niñas que no habían sido aún registrados. Es decir, su derecho a una identidad y una nacionalidad, no se había cumplido”.
“El terremoto pone en evidencia vulneración de derechos de niñez y adolescencia ya existente antes del terremoto. Hay casos de niños que aún no están en el sistema educativo, que no tienen atención en salud. Todo es más importante que la atención a la niñez. En una sociedad de consumo como la nuestra, recuperar las pertenencias materiales es prioridad. El ser humano y los niños pasan a segundo plano”.
Los niños requieren procesos de fortalecimiento de la resiliencia. “Lo que ellos quieren es una oportunidad de vida”, afirma Luis.
Cuando le pregunto por la solidaridad y su mirada política de la solidaridad, Luis me dice que siempre asocia el poema de monseñor Leonidas Proaño que dice que “hay que mantener siempre abiertos los oídos al grito del dolor de los demás”.
“La solidaridad no es la palabra, ni dar lo que te sobra, es la entrega de lo que uno es para lo que el otro necesita. Podemos estar nosotros muchas veces en situaciones de carencia o necesidad, por tanto, la solidaridad siempre tiende a la reciprocidad”.
Luis afirma que comprobó que es así, mientras estuvo en Manabí. Me cuenta: “la gente me invitó a una comida suculenta, me dieron caldo de gallina de campo, yuca, patacón, sal prieta, menestra. Era, realmente, una comida suculenta, abundante. Allí viví la reciprocidad de la solidaridad. No somos tan pobres para no dar nada ni tampoco para solamente esperar de los demás una caridad. La solidaridad es recíproca”. Con emoción, Luis afirma que fueron días maravillosos para él. Siempre fue bien tratado, bien cuidado. “Y lo que vi y viví para mi, también lo vi entre ellos”.
Sin embargo, Luis comenta que hay muy poca organización social. “Hay buenas lideresas, por ejemplo, pero no hay organización. La gente pide ayuda en forma individual y si lo hace desde lo individual lo hace desde sus intereses inmediatos y no desde el interés común. Hay mucha gente que no quiere dar las donaciones a través del sistema establecido por el Estado, llega a personas que no están organizadas y que se aprovechan de esa dádiva a nivel individual”.
“Mi mensaje en el trabajo que hemos hecho es que de esto salimos todos, salimos juntos. Cantar una ronda en la que decimos “si tengo, tenemos, todo alcanza el doble cuando nos tenemos”, es un mensaje muy claro de que solo la unidad va a permitir salir de estas y de las que vengan”.
“Los niños y las niñas reciben este mensaje. En Quiroga, una parroquia de Calceta, un niño se colgó del cuello del papá y le exigió que le abrazara. Por esa necesidad de contacto, de afecto que tienen los niños y las niñas, no necesitan hablar para demandarla. Ellos se expresan y te contactan a través de lo que hacen.”
Para concluir, con lágrimas de emoción, Luis me cuenta que esta experiencia es una marca muy importante en su vida. Que siente que era uno antes y es otro ahora, después de Manabí. “Yo antes tenía siempre la premura, siempre quería estar adelante. Allá me di cuenta de que puedes lograr igual o más cosas si la vida la vas tomando con más pausa, también observando activamente. Sin querer salvar el mundo desde un espacio pequeño, sino buscando que lo que hagas, siempre marque algo en ti y en los demás. Entonces no hay por qué apresurarse”.
“Yo quise ir al otro día, en la familia me retuvieron en casa quince días y eso es una marca previa porque conociéndome, era necesario prepararse. Tomarlo, como dicen mis hijos, “más suave”, y eso me ayudó bastante. También allá. Hubo días muy tensos, con mucha actividad, pero siempre tratando de dar cierta pausa, hacer las cosas con más tranquilidad y apresuramiento”. Eso ha marcado ahora al Lucho, después de esta experiencia en Manabí.
“Hay mucho por hacer. Yo tengo la necesidad de regresar, no al apuro, pero regresar en el momento que sea, con otro tipo de aporte. He pensado mucho en el tema del pensamiento mágico, de la simbología. El uso de elementos que permitan que los niños y niñas, dejen sus miedos. Se alivien. Yo fui a aliviar y curar, y los niños y niñas me curaron a mí. Luis siente que es importante trabajar con imágenes y símbolos que ayuden a los niños y niñas, que se lleven sus miedos”. La próxima vez que vaya, dice Luis, “me iré con un ejército de ángeles, porque serán 200 figuras que se están fabricando en San Antonio de Ibarra. Llegaremos también con bicicletas, porque son útiles como medio de transporte, particularmente para el sector de Manabí”. Así que, ángeles y bicicletas llegarán a Manabí, de la mano de Luis Terán y su equipo.