Por Rossana Ayabaca y Pablo Medina
Colaboración especial desde Portoviejo: Miguel Moreira
Ha pasado ya una semana desde que la costa ecuatoriana fue golpeada por un terremoto de 7,8 en la escala de Richter, afectó las instalaciones eléctricas en algunos lugares de la sierra y costa del país; este sismo duró cerca de un minuto y es considerado el peor en cuarenta años y la lucha apenas empieza. Muchos pensamos que lo peor había pasado, pero la realidad es otra, pasa el tiempo y nos damos cuenta que las afectaciones son más graves, con el transcurso de los días se seguirá haciendo una valoración de los daños.
La respuesta de los ciudadanos de otras partes del país fue casi inmediata, una gran muestra de solidaridad hizo que personas particulares se organizaran y actuaran para ayudar a los damnificados; los municipios utilizaron los recursos necesarios para llegar a diferentes cantones, países y organismos internacionales pusieron en marcha sus planes de contingencia, enviando abastecimientos como medicinas, víveres, entre otros, como equipos de alta tecnología en casos de siniestros, y a sus mejores profesionales para las labores de rescate acompañados de canes amaestrados; el gobierno puso sobre la marcha a los trabajadores de las diferentes instituciones estatales, a restablecer los servicios y tratar de mantener el orden y la seguridad de las personas. Ecuador hizo un trabajo en equipo admirable, reconocido a nivel internacional, se dejaron de lado las diferencias políticas y todos tenían un solo objetivo.
El objetivo principal que tiene el Ecuador, que está atravesando por difíciles momentos, es el de salvar vidas en estas provincias afectadas por el terremoto del pasado sábado 16 de abril del año 2016; este desastre natural será imposible de olvidar para muchos ecuatorianos. No se pierde la esperanza de que estas ciudades turísticas sean reconstruidas, un paso grande ya se visibiliza por la solidaridad de todos los ecuatorianos por ayudar a que estos lugares salgan adelante.
En la mañana del domingo 17 de abril en Quito, decenas y cientos de personas se organizaron con una sola misión de solidaridad para las costa ecuatoriana; en las primeras horas los hombres y mujeres cargaban en camionetas los primeros víveres y ropa.
La presencia de jóvenes era más evidente, la fila de carros se mantenía nutrida y cada minuto llegaban más donantes, se abrían los portamaletas y la Policía recogía los productos que pasaban de mano en mano; se apreciaba como cada uno aportado con su “granito de arena”. Un ejemplo notorio de solidaridad fue el de José Montesdeoca, un vendedor ambulante nacido en Portoviejo que, en una muestra de amor y cariño para su tierra, donó el dinero de la venta de empanadas para que sean enviadas a su ciudad, una de las más afectadas por el terremoto: «Estoy dando un granito de arena. Vine a dejar algunas cositas con todo mi corazón», dijo entre lágrimas en entrevista a un medio local.
También en la tribuna de Los Shyris en Quito se gestaban escenas de generosidad: gente de Perú, Argentina, Estados Unidos, Bolivia, Europa y hasta Ásia, configuraban un solo ser humano trabajando en equipo ante la adversidad.
Marco Pérez, uno de los 14 bomberos que acudió al lugar de las zonas afectadas mencionó para el diario El Tiempo de Cuenca que «rescatar a una persona con vida será el mejor regalo de cumpleaños que puede tener, comentó que durante años se han capacitado para atender emergencias de esta magnitud y salvar vidas, agregó que su familia, conformada por su esposa y cinco hijos, tienen un poco de temor de lo que le pueda pasar, pero el deber y amor a la profesión son más fuertes”; de la misma manera, la suboficial Paola Caranqui indicó que la misión «es ayudar a las personas que más lo necesitan», explicó que como toda persona que llega al lugar tiene un poco de temor, pero más vencen las ganas de salvar vidas. Ella tiene dos hijos, que quedan al cuidado de sus abuelos y dice que: “Ellos saben que voy hacer lo que más me gusta: ayudar a los demás”. Comentó que viaja junto a una compañera, y en un tercer grupo saldrán dos mujeres más para cumplir las mismas labores que los hombres.
Manabí fue una de las provincias que recibió el mayor impacto, sobretodo en Pedernales que quedó en su 80% convertida en ruinas. En Manta, la torre de control del aeropuerto se desplomó, el hospital del IESS quedó inservible y la gente aglomerada en las calles tratando de salir de la ciudad por falsas alertas de tsunami, mientras el sector conocido como Tarqui se desplomaba casi por completo; Montecristi vió caer la cúpula de su iglesia; Canoa, en la misma situación de Pedernales; Bahía de Caraquez parcialmente perjudicada y Portoviejo cuyo centro desapareció.
Las labores de rescate se hacían contra reloj, con la ayuda de bomberos de la ciudad de Quito y la maquinaria de la gobernación de Manabí, se dieron a la labor de buscar y rescatar sobrevivientes.
Se presentó la euforia de muchas personas que decidieron ir a entregar las donaciones por su cuenta, sin solicitar resguardo, se presentaron los primeros contratiempos como traumas psicológicos al ver los cadáveres o heridos, muchos se enfermaron por las condiciones del ambiente y la gran mayoría se expuso a los saqueos en la carretera, que muchas veces fueron violentos; en las vías antes de llegar a Portoviejo o a las comunidades, se podían ver a niños pequeños pidiendo agua y en el momento en que alguien paraba a darles ayuda, aparecían de los alrededores grupos grandes de personas que se llevaban todo lo que tuvieran en los carros; al principio esta situación era aislada de la zona cero, con el pasar de los días, conducir por la Av. Manabí, dentro de Portoviejo se volvió un peligro ya que grupos de hasta cincuenta personas, se lanzaban a la calle y los conductores se veían en la necesidad de detenerse para no lastimar a nadie, muchos actuaban por la desesperación y otros simplemente por maldad, rompiendo parabrisas y llevándose todo lo que encontraban; familias reportaban que no salían de sus casas, ni siquiera a abastecerse por temor a que les roben. Por otro lado, quienes no pasaban por los saqueos, se perdían en las carreteras ya que no contaban con personas que conocieran las vías y así debían regresar al punto de partida; de esta experiencia, también se dieron cadenas de favores en las que quienes necesitaban información para movilizarse, ayudaban a familiares y amigos de quienes les facilitaban dicha información o los llevaban a la zona y así tenían la satisfacción de ver sus donaciones entregadas en las manos de quienes realmente lo necesitaban.
La desinformación de las redes sociales representa otra lucha, se compartían fotos y nombres de personas “fallecidas”, pero también aparecían los cadáveres de amigos y conocidos que no constaban en las listas de las redes.
Cuando no se trabajaba en la zona cero, se debía trabajar en los centros de acopio de donaciones en donde la burocracia y el ego de algunos funcionarios públicos, retrasaban el reparto de los kits de ayuda a los damnificados, muchos fueron denunciados a las autoridades, logrando controlar un poco la situación, pero son muchos los que siguen entorpeciendo las labores.
Ya desde el día lunes, el hedor de los cadáveres empezó a ser evidente, los médicos en Manta debieron realizar su labor en las instalaciones de la F.A.E y en Portoviejo, las labores de rescate se volvían tensas, porque desde horas de la mañana con los equipos especiales, se podían escuchar los latidos de las personas bajo los escombros, pero ya entrada la noche y madrugada, estos eran débiles y algunos ya no se escuchaban más.
Se especuló mucho sobre el exceso de donaciones y que éstas ya no eran requeridas, pero la información completa es que hay comunidades alejadas o ciertos cantones, en donde el número de fallecidos es tan alto y los pocos vivos están tratando de enterrarlos, concentrados más en llorar a sus muertos que en comer y se necesitan más manos para organizar el reparto de esa ayuda; a esto se suma el hecho de que al ser tantos días desde el terremoto, ciudades como Pedernales, Jama, Canoa, Portoviejo, deberán entrar en cuarentena para contener la emergencia sanitaria que se presenta y así evitar un brote de epidemias.
Dentro de todo este panorama, da esperanzas el ver que en 72 horas se movieron muchos mecanismos e instituciones sociales, bancarias y gubernamentales, para tratar de levantar a las ciudades; en Portoviejo desde el domingo empezaron de a poco a restablecer la energía eléctrica, desde el lunes algunos ya pudieron contar con agua y desde el martes muchas personas abrieron sus negocios, hay quienes instalaron cocinas para alimentar a los voluntarios y rescatistas, la gente que debía documentar las labores de la gobernación, también se puso a cargar costales y a ayudar a hacer las fundas con los alimentos para los damnificados, se han puesto en marcha planes de crédito, financiamiento y pago de deudas para quienes lo perdieron todo y deseen empezar o retomar sus negocios.
Andrea Ingham, Jefa de la oficina en el terreno del ACNUR en Esmeraldas informó que llegó un camión cisterna con agua de un hotel, desde la ciudad de Atacames; además llegó a Quito un avión con un cargamento de ayuda vital de emergencia desde Copenhague, que es el centro logístico global del ACNUR, que incluye 15.000 colchonetas, utensilios de cocina, bidones y para prevenir el virus del Zika y otras enfermedades trasmitidas por mosquitos 18.000 mosquiteros impregnados con repelente, además de 900 tiendas de campaña y lonas de plástico, que se han repartido en la zona de Chamanga, Pedernales y Canoa para las personas que no tienen un techo donde dormir.
Este fin de semana vimos como la esperanza empuja a la gente a reconstruir sus vidas, las personas mayores que vieron la evolución de Portoviejo, opinan que se necesitarán entre quince y veinte años, para volver a tener el movimiento comercial que se tenía hasta el sábado 16 de abril del 2016 donde tembló la tierra, por esta razón han decidido empezar lo más pronto posible a reconstruir y levantar su ciudad que los vio nacer y crecer.
Mientras varias vidas se perdieron, otras llegaron como es el caso de San José de Chamanga en Esmeraldas, una de las zonas afectadas por el sismo, donde un bebe nació y con el paso de los días, se han reportado más nacimientos. La esperanza renace.