Recientemente ha salido a la luz pública la cantidad de dinero que estaba oculto en los paraísos fiscales conocido como los “Panama Papers”. Esos dineros están invertidos a través de empresas llamadas “offshore”, término que literalmente significa “en el mar” o “ultramar”, haciendo con esto referencia a que son países islas, en su mayoría. La característica de estas empresas es que no tienen ninguna actividad productiva, por lo tanto son un paraíso para los capitales financieros y especulativos.
Pero, ¿por qué se llaman paraísos fiscales? Porque son países en donde se paga muy poco impuesto.
Según datos entregados por SII, en el año 2015 eran aproximadamente 400 contribuyentes chilenos que tenían invertido en esos países, unos US$11.000 millones de dólares.
Unas rápidas comparaciones:
Los US$11.000 millones divididos por cada uno de esos contribuyentes son US$27,5 millones. Por otro lado el PIB chileno per cápita al año 2015 fue de US$ 23.564 (no millones). Es decir cada uno de estos contribuyentes que invierte sus capitales en los paraísos fiscales (con el solo objetivo de pagar menos impuestos) representa el ingreso de 1.100 chilenos.
Y si hacemos la comparación con el presupuesto de la Nación, que actualmente es de US$60.000 millones (aprox.), podremos decir que ellos representan el 18% de todo lo que se gasta en Chile durante un año para 17 millones de personas. No es de extrañar que tengan tanta influencia sobre los parlamentarios y que se aprueben leyes que favorecen sus negocios (Ley de pesca, royalty minero, reforma tributaria, etc.).
Por otro lado se escuchan muchos argumentos tales como: “Si esos capitales fueron bien habidos (es decir no producto de las drogas, venta de armas u otro negocio ilegal) ellos son dueños de hacer lo que quieran con su capital”, del mismo modo que la señora Juanita decide guardar su plata bajo el colchón. El único problema sería si esos capitales fueron mal habidos.
Déjeme recordarle que esas ganancias que ellos obtuvieron no fueron solamente por el capital que invirtieron sino que también por la gente que trabajó en sus empresas, por las carreteras que están construidas para que puedan trasladar sus productos, por el apoyo que tuvieron del Estado a través de subsidios, asesorías y franquicias tributarias.
Las ganancias deberían invertirse en el país que se obtuvieron y, por sobre todo, deben ser reinvertidas en la empresa que se generaron. El capital debe tener su máximo rendimiento productivo. El capital tiene que generar nuevos empleos, tiene que estar dirigido a la expansión y diversificación de la empresa. Si esto no ocurre, se está derivando al circuito de la especulación financiera.[1]
[1] Extraído del Documento Humanista (Carta a mis amigos Nr. 6), SILO, volumen I Obras Completas, Editorial: Latitude Press, año 1993.