Cada pañuelo es una vida rota. Cada puntada, una lágrima. Cada hilo usado, un grito de frustración ante la muerte y la impunidad. Las manos mexicanas que bordan la paz son de madres que buscan a sus hijos, de hermanos que piden justicia y de estudiantes, profesores, activistas y artistas solidarios.
En medio de cuestionamientos ciudadanos, el conservador Felipe Calderón se prepara para entregar este sábado 1 de diciembre la Presidencia de México a Enrique Peña, el nuevo líder del tradicional Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Pero una protesta, entre todas, se destaca por su fuerza moral: es un tendedero de miles de pañuelos blancos, bordados con los nombres y las historias de miles de muertos y desaparecidos en México, como producto de la «guerra contra el narcotráfico» que emprendió Calderón desde el comienzo de su mandato, en diciembre de 2006.
«Queremos despedir a Calderón por el dolor que nos ha causado a miles de familias. Porque (las acciones de su gobierno) nos deshizo totalmente como familia, nos cambió la vida, y nada más el amor a mi hijo es lo que nos sostiene», dice a IPS una de las impulsoras de los bordados, Leticia Hidalgo, de la norteña ciudad de Monterrey.
A su hijo Roy Rivera, estudiante de filosofía en la Universidad Autónoma de Nuevo León, lo secuestraron el 11 de enero de 2011. La familia pagó su rescate, pero nunca regresó. Estaba por cumplir 19 años.
Hidalgo bordó en su pañuelo: «Mi niño, te coloco en las manos de Dios. Te esperamos pronto, muy pronto. Fuerza. Tu mamá y Richi».
El memorial de los pañuelos blancos será instalado en la Alameda Central de la Ciudad de México, donde se sumarán los pañuelos que por más de 15 meses han sido bordados en decenas de ciudades de este país y del exterior por cientos de manos. Unos tienen mensajes dolorosos de padres, madres y familiares. Otros cuentan historias recuperadas del olvido por manos anónimas.
«15 de enero. NL. Dos mujeres pierden la vida en una balacera en la col. Balcones Altavista. Bordó: Otra mujer», dice un pañuelo que cuelga en la capitalina plaza de Coyoacán.
La idea de bordar pañuelos como un acto de protesta surgió del colectivo Fuentes Rojas, un grupo de artistas plásticos que había teñido de rojo varias fuentes como señal de condena a la sangre derramada por la estrategia bélica de seguridad de Calderón.
Comenzaron a bordar en sus reuniones. La primera acción en este sentido se concretó en agosto de 2011, en una jornada artística y cultural organizada por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad en el Zócalo, el principal paseo de Ciudad de México.
Luego repitieron esta acción cada domingo en la plaza de Coyoacán, en el sur de la capital, y a un lado de la céntrica Torre Latinoamericana.
«Quisimos sensibilizar a la población civil de esta gran tragedia, con el gesto simbólico de resarcir estas historias rotas que ha producido la violencia», explica a IPS la artista visual Elia Andrade.
«Nosotros somos los que bordamos por todos, y lo que ponemos básicamente en el pañuelo son los datos que logramos conseguir: el nombre, cómo fue la muerte, la fecha y quién los hizo, pero cuando es un familiar el que lo borda, es muy distinto», indica.
«Por eso, cuando la acción empezó a replicarse en otros lugares, cada colectivo empezó a darle sus propias variaciones», apunta
Así, las mujeres de Nuevo León, uno de los estados que destaca en el mapa nacional por la cantidad de desapariciones forzadas, cambiaron el hilo rojo de las personas asesinadas por el hilo verde para bordar los pañuelos de sus hijos desaparecidos.
«El verde es el color de la esperanza, de que los vamos a encontrar», repite Hidalgo, quien desde marzo se reúne a bordar con otras mujeres frente al palacio municipal de Monterrey. Empezaron cinco y ahora tienen más de 200 pañuelos, porque cada semana llegan rostros nuevos de personas que buscan a un familiar desaparecido, añade.
En Guadalajara, la capital del occidental estado de Jalisco, se moviliza uno de los grupos más grandes y activos de los bordadores por la paz.
«Bordar un pañuelo es un acto de amor, de reconocimiento», escribió en el blog de «Bordamos por la paz» Teresa Sordo, una de las impulsoras del grupo, que se reúne cada domingo en el Parque Rojo.
Muchos de los nombres y las historias que bordan en sus pañuelos son tomados de una lista titulada «Menos días aquí», una iniciativa del colectivo Nuestra Aparente Rendición, que, usando información de los diarios, se ha dado a la tarea de contar los muertos de cada día en el país.
«Bordamos, tal vez, porque unas manos pueden transformar las cosas y necesitamos transformarlas en cosas bellas porque ya muchas manos trabajan en hacer lo detestable, lo innombrable, lo incomprensible».
Otros grupos locales y del exterior eligieron los aros, la tela y los hilos como armas frente a las balas.
Los indígenas desplazados de la comunidad de San Juan Copala, en el sureño estado de Oaxaca, bordaron los pañuelos de sus 28 muertos. Lo mismo hicieron varias comunidades de Michoacán. En Guatemala y Nicaragua también dedicaron lienzos a los 72 emigrantes asesinados en Tamaulipas, en agosto de 2010.
Manos de la ciudad de México bordaron telas por los 49 niños y niñas que murieron en el incendio de una guardería en junio de 2009 en Sonora.
En Coahuila, otro de los estados con mayor número de personas desaparecidas, también comenzaron a bordar. Hay grupos haciéndolo en Morelos, Puebla, Chihuahua, en el estado de México, además de países como Francia, Alemania y Japón.
Los pañuelos blancos formarán el memorial que pidieron las víctimas a Calderón durante los diálogos públicos que sostuvo en junio de 2011 con los representantes del movimiento por la paz. El presidente solo activó la construcción de un mausoleo para militares y una polémica edificación, que el gobierno llama Memorial para las Víctimas, dentro del Campo Militar.
Con manos hábiles, la michoacana María Herrera borda en hilo rojo el nombre de uno de los miles de muertos en el sexenio de Calderón y su Partido Acción Nacional, que interrumpió hace 12 años siete décadas de gobierno del PRI.