Por Jorge Huneeus
La declaración de Trump de que Gaza no es más habitable, que debe ser totalmente reconstruida como un lugar “digno” y que los Palestinos que la habitaban deben ser desplazados a un lugar donde puedan “vivir una buena vida”, es algo difícil de comprender en un mundo que se supone civilizado. Y lo más increíble, además, es que piensa ocupar Gaza militarmente, con tropas de los Estados Unidos, desplazando con ello, también, a su aliado israelí de esa función. Desplazarlo es un término suave, porque en realidad está sólo pasando a ocupar el verdadero papel que le corresponde y que hasta la fecha, desde la fundación del Estado de Israel, lo ha hecho a través de su socio israelí en el Oriente Medio.
Hoy, ambos Estados se han unido en el emprendimiento inmobiliario “Nueva Gaza”, un proyecto del que por ahora poco se sabe, pero que sin una compensación adecuada a los habitantes desplazados de Gaza, puede calificase como “limpieza étnica”, por decir poco o simplemente de “genocidio”.
Estamos frente a un acto de conquista territorial, tal como lo fue en el siglo XIX la “conquista del Oeste” norteamericano por los colonos blancos, los que, en algunos casos, desplazaron a los nativos de sus tierras y en otros casos, simplemente los exterminaron. En esto, lo que pretende hacer Trump se parece mucho a los actos expansionistas del pasado. Y esta historia que un sector de la población de Norteamérica considera “heroica” vale también, para ese mismo sector fundamentalista, en la medida que se identifica con la ocupación de los territorios palestinos, desde los inicios en 1948 de la llamada “partición”.
No sé si a Trump se le ha ocurrido que una solución para el desplazamiento de los habitantes de Gaza podría resolverse con el envío de todos a la franja oeste del Jordán, territorio que, por lo demás, la ONU otorgó a los palestinos, pero que hasta la fecha sigue bajo ocupación israelí. Y no sólo bajo ocupación, sino que también con asentamientos de miles de colonos judíos a costa del desplazamiento de los palestinos de sus tierras. Y curiosamente, muchos son norteamericanos con doble nacionalidad israelí. En este análisis, sería difícil que Trump asumiera esta alternativa para ubicar a los desplazados de Gaza, porque significaría desmantelar los asentamientos judíos, que ya están afianzados en las tierras ocupadas por ellos.
Uno se pregunta entonces, ¿cuál sería el proyecto que pretende Trump realizar con su aliado Netanyahu u otro que lo reemplace, si fuera conveniente? Será tal vez consolidar el “Gran Israel” o algo parecido. Pero frente a esto tenemos no solo la oposición de una parte importante del mundo musulmán, sino también la de muchos otros países, entre los cuales está también la de aquellos que se han sumado a la postura de Sudáfrica ante la Corte Internacional de Justicia.
Sabemos que Trump no da mucha importancia a lo que provenga de la ONU. Ya se retiró en su gobierno anterior de la Unesco y ahora de la Organización Mundial de la Salud y de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, entre tantas otras organizaciones. Sabemos también que va a obligar a muchos países, sobre todo a los de la Unión Europea, a seguirlo en su proyecto. ¿Hasta dónde va a llegar este juego de poker, del que Trump, dueño de casinos, es incomparable? Y por acá, en nuestro continente americano, sin duda algunos lo van a aplaudir.
La gran pregunta es si esta decisión, de prevalecer, puede escalar en algo mayor. No solo porque va haber reacción en el Oriente Medio, sino porque también, actitudes imperialistas suelen abrir flancos en otros lugares. Trump ya ha amenazado con asumir el control del canal de Panamá. Y aunque por ahora no pasa de ser una declaración, esta podría concretarse en algo real. Y otras declaraciones fantasiosas dicen relación con Groenlandia, por ejemplo y también su campaña tarifaria para con muchos países.
Tendremos que ver qué sucede en los próximos meses: cómo se van a proyectar los designios imperiales del Sr. Trump y cuál será la reacción de los países musulmanes, particularmente Turquía y Arabia Saudita, sin dejar de mencionar a Egipto y Jordania, a quienes Trump quiere llevar el grueso de los palestinos de Gaza. También interesa saber la reacción de los países miembros de los BRICS, de cuya postura nadie pone en duda.
Pero, por ahora, es prematuro adivinar el grado de compromiso que estos países individualmente asumirán. Y también interesa saber la postura de los países de la Unión Europea, porque algunos, como Noruega, Irlanda y España, como es sabido, no han estado comulgando con la gran mayoría en este tema.
Y por fin, ¿en qué medida todo esto se sincroniza con la guerra de Ucrania? Aparentemente son hechos diferentes, pero en un mundo relacionante nada está del todo separado. Los actores son en gran medida los mismos. Y los productores de las armas son socios, por no decir los mismos que se encargan de la reconstrucción de los territorios que han destruido. Esto vale para Gaza y para Ucrania.
Así que por ahora y mientras siga pendiente el reconocimiento de la fórmula de dos estados en iguales condiciones, hagamos un pedido profundo para que el militarismo y la destrucción no prevalezcan y para que un mundo mejor surja como el Ave Fénix de las Tinieblas.