David Lynch, un artista con una cabeza que lo mismo podía ser borradora que de elefante o de conejo, pero siempre impactante, y cuyas obras son fiel reflejo de la realidad, ya sea la de enfrentarse al pasado y a las responsabilidades que conlleva como la de ser diferente en un mundo que excluye todo lo que no comprende.

Qué paradójico que el año en que su película The elephant man, sobre la vida de un hombre lejos de lo entendido por ´normal`, optaba a varios premios de la Academia de Hollywood se los llevara Ordinary people, ópera prima de Robert Redford sobre gente muy corriente. Ahí estamos pintados.

Tuvo el corazón salvaje, la piel de terciopelo, la vida en la carretera entre picos gemelos y el alma caminando con el fuego, lo que le llevó a ocupar un lugar preferencial en los altares del cine, porque la mayoría de sus producciones se pueden catalogar como de culto.

Twin Peaks fue uno de los grandes booms televisivos de entonces y hoy sigue siendo un referente entre las series de televisión con una historia que nos dejó buscando a la asesinada Laura Palmer envuelta entre la incertidumbre que le daba un guion inquietante y una banda sonora turbadora.

Una oreja, un sombrero, o un relato onírico son elementos que le sirvieron para crear líneas narrativas rompedoras y construir una producción entre el cine negro y el terror psicológico que quedará marcada por su especial mirada surrealista a lo cotidiano. Además de en el cine, su actividad artística llenó espacios en la televisión, la fotografía, la música, la pintura o la publicidad.

Una prueba fehaciente de que para dejar una huella indeleble no se necesitan los galardones que casi todo el mundo busca es que las películas de Lynch no ganaron ninguna de sus nominaciones a los premios Óscar ni a los globos de oro. Sin embargo, su labor obtuvo el reconocimiento europeo en los festivales de Cannes y Venecia.

En cualquier caso, su cine seguirá ocupando un lugar destacado en la historia del séptimo arte. El 20 de enero de 2025 habría cumplido 79 años.