En los siglos de la invasión europea, los Cronistas de Indias registraron la barbarie de la Conquista del ‘Nuevo Mundo’, alimentada por la sed imperial de oro y encendida por la violencia en nombre de un Dios lejano e incomprensible. Los conquistadores no vacilaban ante el crimen y veían en los pueblos de indios manadas odiosas, como dice William Ospina: “carne de servidumbre si se someten o cerco de sediciosos si se resisten”. Encontraron, adulteraron o fabricaron mitos americanos, como El Dorado o Las Amazonas, que excitaban su codicia o su fantasía.
Cinco siglos más tarde, los grandes poderes económicos tras los medios de masas corporativos alimentan el ilusorio mito del progreso, ahora en términos de guerra competitiva, ante el avance amenazante de un mundo multipolar. En efecto, nuestra región enfrenta la amenaza de una nueva cruzada conquistadora en un contexto mundial de escalada de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, en una época en que “la legitimidad imperial está desplomándose en la tierra”, según palabras de Rafael Bautista (Pressenza, 02,12,24).
América Latina se encuentra entre la espada y la pared: alimentada por rupturas entre países hermanos, como la invasión del presidente Noboa a la Embajada de México en Ecuador, encendida por disputas como la de Venezuela y Guyana por las reservas de hidrocarburos en el Esequibo, o amenazas de desmembración de territorios por el control del triángulo del litio en los territorios de Argentina, Chile y Bolivia o para frenar la recuperación de la soberanía en México.
Al público, cautivado como oyente y espectador, se le falsifica como beneficio el saqueo de nuestros recursos naturales por parte de las grandes transnacionales o se le presenta como necesidad el recorte de los presupuestos en los sistemas públicos de salud y educación, escondiendo la destrucción de los derechos sociales logrados en las primeras dos décadas de este siglo.
Entre las estrategias de manipulación mediática Chomsky mencionaba la de “distraer” y la de “crear problemas para después ofrecer soluciones”, como ha ocurrido en los últimos tres meses de obscuridad en Ecuador ante la crisis energética, forjada por el gran capital neoliberal, pero que ahora se oferta como solución ilusoria en la campaña política adelantada para la reelección del presidente Noboa, heredero de la mayor fortuna del país.
Ante los poderes monopólicos de las élites se alzan voces de las poblaciones y se multiplican medios que, como cronistas alternativos, muestran el coraje de decir la verdad, develan, desde abajo, el despojo económico, las heridas autoritarias a la democracia, la imposición de la cultura del odio y la violencia. Voces de los Pueblos que enseñan a las poblaciones a despertar y preguntarse, como lo hacían antes de la invasión europea, desde muy antiguo los Pueblos Nahualt:
“¿A dónde iremos?
¿Qué está por ventura en pie?
¿Qué es lo que viene a salir bien?
¿Dónde andaba tu corazón?
¡Que tu corazón se enderece¡” (Cantares Mexicanos)
Voces de hoy, proféticas, como la de Rafael Bautista, desde Bolivia, que invita a los pueblos a “despertar, porque estamos viviendo un período apocalíptico en el cual va a haber un desplome tremendo, no sólamente a nivel financiero-económico sino también un desplome de la credibilidad en el proyecto mismo que el mundo moderno ha globalizado” (Pressenza, 02,12,24).