Por Emilio Godoy

La indígena maya María Bacab se considera a sí misma “guardiana de las semillas”, por cuidar la milpa, un ancestral policultivo mesoamericano que mezcla maíz, frijol, calabaza y algún otro vegetal y fomentar su práctica  y consumo en México.

“Trabajaba desde chiquita con mis padres, aprendí con ellos. La milpa es beneficio, porque no compramos maíz. Me gusta, porque lo hacemos desde niñas”, relató a IPS en la comunidad de X’box (la negra, en lengua maya), en Chansinkin, un municipio del estado de Yucatán, en el sureste de México.

La campesina intercala labores del cuidado familiar con la agricultura. Luego de cocinar el desayuno y llevar a sus hijos a la escuela, Bacab, de 41 años, divorciada y con siete descendientes, labora en su parcela de una hectárea, regresa a las 11 de la mañana para atender a sus hijos que van a la escuela secundaria, para luego volver a la siembra.

Cada año obtiene unos 750 kilogramos del grano para autoconsumo, cría también cerdo pelón, especie nativa de esta región mexicana, y teje hamacas para completar su ingreso. Sus tres hijos mayores colaboran en la plantación.

Bacab es la única mujer en un grupo de 11 productores de la milpa en X’box y que almacenan e intercambian semillas. Seleccionan las mejores y las guardan por un año, lo que les permite estar preparados para situaciones como escasez, pérdidas por inundación o sequía. En el municipio operan al menos dos bancos de simientes.

«Necesitamos el maíz para alimentarnos, producirlo es lo que hacemos. No podemos quedarnos de brazos cruzados”: Leonardo Puc.

Cada campesino del grupo siembra diferentes variedades, para que persistan múltiples opciones maiceras, entre ellas varias resistentes a la sequía, y algunos tienen apiarios para la venta y el autoconsumo. Han adoptado semillas del sureño estado de Chiapas y las suyas han llegado al vecino Campeche, con el que comparte la península de Yucatán, junto con el estado de Quintana Roo.

La península concentra la mayoría de población maya, uno de los 71 grupos originarios de México y uno de los más representativos cultural e históricamente.

El maíz no es solo un cultivo nativo y predominante en México, sino un producto básico en la dieta de sus 129 millones de habitantes que traspasa lo culinario para integrarse en las raíces culturales del país, vinculadas con los pueblos nativos.

Los surcos de la milpa que en época de cosecha, generalmente de enero a marzo, brillan por el verde de las cañas, de las que cuelgan mazorcas a la espera de la mano recolectora. De sus filas saldrán los granos que terminan en masas, tortillas (panes planos del grano nixtamalizado), atoles (bebidas espesas) y otros varios platillos.

Los tres millones de agricultores maiceros de México cultivan alrededor de ocho millones de hectáreas, de las que dos millones se destinan consumo familiar, en un país que tiene 64 variedades del grano, 59 de ellas nativas.

México es el séptimo productor mundial  del maíz, el cereal más cultivado en el planeta, y su segundo importador. Obtiene unos 27 millones de toneladas anuales del grano, pero aun así debe importar otras 20 millones para atender a su consumo interno.

Como en todo el país, la milpa resulta fundamental para su alimentación en el municipio de Chansinkin. Habitado por 3255 personas, nueve de 10 eran pobres y un tercio, pobre extremo en 2023.

El campesino maya Ricardo Piña cultiva 14 variedades de maíz, cuyas semillas almacena para plantaciones futuras e intercambio comunitario, en la comunidad de X’box, en el municipio de Chacsinkin, en el estado de Yucatán, en el sureste de México. Imagen: Emilio Godoy / IPS

Germinación del futuro

El proyecto Milpa para la Vida, que ejecuta la organización no gubernamental estadounidense Heifer International desde 2021,  con financiamiento de la también estadounidense Fundación John Deere, promueve la mejora de los colectivos milperos como el de X’box.

La iniciativa es una de varias en Yucatán que busca la defensa del territorio y la oferta de opciones económicas en el medio rural.

Persigue el aumento de ingresos en al menos 19 %, el incremento de la productividad de la milpa en al menos 41 % y el alza de la cantidad de tierra bajo manejo sostenible en 540 hectáreas entre los agricultores participantes en 10 comunidades de Yucatán y otras dos de Campeche.

Desde 2021, el proyecto ha beneficiado a 10 800 personas y la meta es llegar a 40 000 para 2027.

Parcelas demostrativas han logrado una producción de 1,3 toneladas de maíz por hectárea, mediante prácticas agroecológicas como uso de semillas nativas y biofertilizantes, frente a los 630 kilogramos que se cosechaban en 2021 con prácticas convencionales.

Pero persisten limitantes, como la aplicación de agrotóxicos y de fertilizantes donados por la Secretaría (ministerio) de Agricultura.

Productores mayas revisan una milpa, un sistema ancestral de policultivo de maíz, frijol, calabaza y otros vegetales, extendido desde México por toda Mesoamérica, en el municipio de Tadhziú, del estado de Yucatán, en el sureste de México. Imagen: Emilio Godoy / IPS

En el vecino municipio de Tahdziú (lugar del pájaro zui, en maya), el milpero maya Leonardo Puc, de 65 años, atesora las simientes como su bien más preciado.

Aunque cayó lluvia suficiente este año luego de una sequía intensa en 2023, “enfrentamos muchas dificultades, mucho gusano cogollero (que se come la planta de maíz). Necesitamos el maíz para alimentarnos, producirlo es lo que hacemos. No podemos quedarnos de brazos cruzados”, dijo a IPS el productor.

“Por eso, la naturaleza nos enseña”, aseguró el también coordinador del grupo Flor de Tajonal (una flor emblemática de la región), de 28 miembros, casado y padre de seis hijos.

“Al ver el resultado, otras mujeres muestran interés en entrar y las que ya están quieren aumentar sus gallineros. Con nuestro conocimiento y experiencia, asesoramos a las nuevas”: Nancy Interiano.

En la zona de Tahdziú operan cinco bancos de semillas. En una choza de techo alto de huano, una palma local, y paredes de vigas de madera, frascos plásticos transparentes, de tapa blanca, se alinean en un estante. En su interior guardan una parte fundamental de la vida campesina: simientes de maíz amarillo y blanco, calabaza y frijol negro.

Tahdziú también vive entre carencias, pues sus 5502 habitantes son prácticamente todos pobres y la mitad vive en situación de pobreza extrema.

La maya Flora Chan inspecciona una gallina en el corral de su casa en el municipio de Maní, del estado de Yucatán, en el sureste de México. La productora posee 39 gallinas ponedoras que constituyen la base de su sustento, mientras adiestra a otras mujeres rurales de su entorno a sumarse a esta iniciativa comunitaria. Imagen: Emilio Godoy / IPS

Gallinas que cambian vidas

La mamá de la maya Flora Chan compraba y criaba gallinas y por ello no le resultó desconocido el programa de productoras de huevo de aves libres de jaulas al que ingresó en 2020 para mejorar su economía familiar.

“Cuando empezamos, costó mucho, porque la gente no conocía nuestros huevos. Ahora compran todos los días”, declaró a IPS en el patio de su casa en el municipio de Maní (donde todo ocurrió, en maya), cercano a Chacsinkin.

Chan, soltera y sin hijos, posee 39 gallinas y quiere tener más. Cada día recoge entre 40 y 50 huevos. Limpia el gallinero temprano, revisa agua y alimento y el ritmo de producción. Además, teje textiles y supervisa 100 colmenas de abeja melipona sin aguijón, una especie endémica de la región y cuya miel es de preciado valor.

Un grupo de 217 productoras, de las cuales hay 19 en Maní, formaron el Colectivo Kikiba (algo muy bueno, en maya) y cuyo sello, una gallina, va en cada unidad.

Un grupo de 19 productoras rurales de huevos integran el Colectivo Kikiba (“algo muy bueno”, en lengua maya) en el municipio de Maní, del estado de Yucatán, en el sureste de México. El colectivo abastece de huevos de corral a una conocida cadena de restaurantes mexicana en Mérida, la capital yucateca. Imagen: Emilio Godoy / IPS

Las criadoras pertenecen a la iniciativa Mujeres Emprendedoras, que comenzó en 2020 en 93 comunidades de 30 municipios en Campeche, Quintana Roo y Yucatán, de la mano de la organización Heifer.

El programa busca fortalecer los medios de vida locales, para así aliviar el hambre, la mala nutrición por falta de proteínas animales y los escasos ingresos debido a la falta de acceso al mercado.

En Maní, tres cuartas partes sus 6129 habitantes sufren pobreza y un quinto, su grado extremo.


También le pueden interesar:

Las chinampas mexicanas sobreviven rodeadas por amenazas

Mujeres indígenas de México responden unidas a la desigualdad

Pueblos indígenas defienden su derecho al agua en México


Cada participante recibe capacitación sobre instalación de gallineros en el patio de sus casas, cuidado de los animales y gestión de negocios. Cada año reemplaza el lote de 50 aves que recibe y traspasa el suyo a una nueva integrante, hasta que las aves dejan de poner y entonces las mujeres las consumen en sus hogares o las venden en mercados locales.

El programa ha cubierto a 796 productoras y la meta es 1000 en 2026. El Colectivo Kikiba entrega cada semana 4300 huevos de corral a dos restaurantes de una conocida cadena mexicana de restaurantes en Mérida, la capital de Yucatán. Además, vende al menudeo y destina 30 % al consumo familiar.

Al principio, a Nancy Interiano, vecina de Chan, no le interesó el proyecto, pero su amiga la convenció de conocerlo. Hoy, la pequeña empresaria, de 43 años, casada y con tres hijos, posee 60 gallinas ponedoras.

“Al ver el resultado, otras mujeres muestran interés en entrar y las que ya están, quieren aumentar sus gallineros. Con nuestro conocimiento y experiencia, asesoramos a las nuevas”, indicó a IPS.

En México, 14.7 millones de mujeres viven en localidades rurales, representando casi 23 % de todas las mujeres del país y 12 % de la población total de México.

Debido a la falta de proveedores suficientes de gallinas ponedoras, las criadoras tienen limitantes para satisfacer una demanda creciente.

Mientras no está en sus manos resolver ese déficit, Chan e Interiano disfrutan cada día viendo a sus gallinas picar el suelo, treparse a vigas de madera o acomodarse en los nidos para poner los huevos que han cambiado sus vidas.

El artículo original se puede leer aquí