Por Juan Manuel García

Un año de gobierno, una nueva crisis y un pueblo que ya no aguanta más. 

La mañana del viernes 21 de noviembre nos sorprendió con la noticia: más de 1600 policías y militares cercaron el Centro Histórico de Quito, a donde se dirigiría la manifestación ese día. Ante una noticia así, se siente el miedo entre la gente. Pero también se sienten las ganas generalizadas de manifestarse, de cualquier manera, para cambiar esta situación. La situación en el país lo amerita. Dos meses de cortes de electricidad, la falta de empleo, la ola de inseguridad sigue dominando al país, un sistema de salud colapsado, universidades sin recursos, y un gobierno que no tiene ningún problema con vulnerar derechos y reglamentos nacionales e internacionales. 

La manifestación, acorralada por un cordón policial, intentaba llegar al centro de la ciudad. A pesar de que la Corte Constitucional del Ecuador había declarado inconstitucional la suspensión del derecho a la reunión, el bloqueo policial evidenciaba la intención de silenciar las voces disidentes. La violencia policial exaltaba los ánimos. En medio del tumulto, una mujer, que también marchaba, le preguntó a un joven manifestante: “¿Por qué utilizar violencia?”. A lo que él respondió: “Violencia, violencia es vivir en este país”. Estas palabras resumen la realidad actual del Ecuador. Una violencia que nos envuelve, en muchos sentidos. 

La policía motorizada dispersó la manifestación y arrestaron a 12 personas, incluidos dos defensores de derechos humanos de la organización Inredh, que realizaban una veeduría sobre violencia policial. Este es el nuevo Ecuador.