Es cierto que desde hace mucho tiempo ya no llama la atención la total subordinación fáctica de nuestra “centro-izquierda” a la derecha en el ámbito político y económico-social. Desde el ya lejano regalo de la mayoría parlamentaria efectuado por el liderazgo concertacionista a la derecha en 1989 y de sus políticas que llevaron a la consolidación del modelo neoliberal impuesto por la dictadura y al exterminio de todos los medios escritos de centro-izquierda bajo los sucesivos gobiernos de la Concertación; hasta el actual regalo de la mitad del litio hecho a Ponce Lerou hasta 2060 o de cerca de mil millones de dólares a las Isapres, perdonándoles –entre Gobierno y
Congreso- las exacciones ilegales efectuadas durante muchos años a sus cotizantes.

Sin embargo, ahora esta subordinación se ha extendido también a la consideración de personajes históricos como Manuel Baquedano. Así, la postura de hacer volver su figura a la Plaza Italia, entusiastamente planteada por el candidato Orrego (Francisco) de la derecha; ha sido también replicada por el otro candidato Orrego (Claudio) de la “centro-izquierda”. Frente a esta nueva conjunción valórica, valdría la pena repetirse la pregunta que se hizo nuestro ilustre compatriota Vicente Pérez Rosales en 1882, cuando publicó su clásico Recuerdos del pasado: “¿Qué razón tendrá la humanidad para erigir estatuas a los seres que se adiestran en hacer y usar máquinas para acortar
la vida, y no a aquellos que se desvelan en hacerlas para prolongarla?” (Pomaire, Barcelona, s/f; p. 190).

Más todavía cuando sería renovar una actitud abiertamente inamistosa hacia Perú ya que Baquedano fue el general que encabezó las cruentas batallas de Chorrillos y Miraflores por las que el ejército chileno logró derrotar a Perú y ocupar Lima desde 1881 hasta 1883. Es evidente también que los chilenos siempre hemos tenido una dificultad enorme para seguir la máxima evangélica de tratar a los demás como se desea que lo traten a uno (“Entonces, todo lo que ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos”); o, para decirlo en términos más seculares, en ponernos simplemente en el lugar del otro. Es cosa de revisar cómo hemos maltratado horriblemente a nuestros pueblos originarios.

En este sentido podríamos hacer el esfuerzo de imaginarnos cuál sería nuestro sentimiento hacia los peruanos si estos hubieran ganado la guerra del Pacífico y ocupado varios años Santiago. Y que si, posteriormente, el general que hubiera comandado el ejército triunfante habría terminado en una estatua -erigida desde 1928- realzando la plaza más famosa de Lima en conjunto con su Plaza de Armas…

Es cierto también que esto se ha dado en un contexto nacional más general. Esto se constata, por ejemplo, en los énfasis conque conmemoramos todos los años el 21 de mayo, la toma del morro de Arica y la batalla de La Concepción. Prácticamente seguimos a este respecto comportándonos con una mentalidad decimonónica. Y para situarnos comparativamente, estamos ciertamente a “años luz” de distancia de cómo se comportan amistosamente entre sí franceses y alemanes luego de que mucho después –en pleno siglo XX- procedieron a matarse por millones en dos guerras mundiales…

Peor aún estamos respecto de Bolivia con quien todavía no podemos solucionar efectivamente nuestras diferencias de una forma mutuamente aceptable, eternizando así una profunda enemistad.

Sentimiento que se palpa de modo recurrente, como lo hemos experimentado en los últimos años con ocasión del éxodo venezolano y de la ausencia total de voluntad del gobierno boliviano en cooperar con el nuestro para aminorar lo más posible el gravísimo problema migratorio que sufrimos en el norte grande y que afecta tan sensible y crecientemente nuestra seguridad pública a lo largo de todo el país.

Y evidentemente también en nuestro caso se ha cumplido el aserto de que cuando uno tiene tres vecinos y está mal con dos de ellos, el tercero tiene una gran ventaja sobre uno, ¡aunque no lo quiera!…

Entonces, podríamos esperar de los dos Orrego algo más de sabiduría pensando en el futuro…