Antes de entrar en materia, es preciso definir qué entendemos por sistema. En las últimas décadas, muchos asocian esta palabra al neoliberalismo, pero el sistema viene de mucho antes. Tal vez, irónicamente, entre los votantes de Trump, que presumo no son muy adeptos a las sutilezas, el concepto de sistema está más claro: es la cultura de la violencia que se impone desde el poder hacia la gran mayoría de la población. Para mí, el sistema es una mirada sobre el mundo, una mirada violenta y discriminatoria. Y, lamentablemente, no es exclusiva de los poderosos, sino que la compartimos entre (casi) toda la población. Es una mirada deshumanizadora, que me hace ver al otro no como un ser humano con sus aspiraciones, sus sueños, sus amores, sus temores, sino como un enemigo al que vencer o, en el mejor de los casos, del que hay que sacar algo. Eso es para mí el sistema, y por supuesto entre los más poderosos están sus máximos representantes. En tanto mirada, el sistema “se nos cuela” en algunas actitudes, no es algo permanente, vamos fluctuando, a veces vemos las cosas de una manera y a veces de otra; la cuestión es que la mirada del sistema no nos gane la partida, sino que vaya retrocediendo. Porque, como me parece obvio, la felicidad es inversamente proporcional a esta mirada: cuanto más miro las cosas como el sistema, peor me siento, y a la inversa, cuando soy capaz de adoptar una mirada más cercana, más conectada con lo que siento, más alejada del sistema, mejor me siento.
El sistema se está derrumbando. Esto quiere decir que en los seres humanos va cobrando fuerza esa mirada más humanizadora, y eso es gracias a que la mirada del sistema se demuestra cada vez más inadecuada, más fracasada, más sufriente, y poco a poco nos vamos dando cuenta, aunque no seamos del todo conscientes.
Trump es un síntoma de ese derrumbe del sistema. Es lo grotesco en estado puro, el payaso que está encaramado a la cima del poder. Como se diría de forma popular, “un mono con navaja”. Cuando las estructuras se derrumban, caen de forma ridícula, como pasó con la caída de la Unión Soviética, que dio paso al borrachín Yeltsin. Qué hay más ridículo que las víctimas del sistema voten al máximo victimario, al más violento y discriminador.
Trump es consecuencia de ese derrumbe del sistema. Kamala Harris, así como el partido demócrata o la socialdemocracia europea, son la cara educada del sistema, la cara amable. No creo que sean malas personas, batallan dentro de sí el sentimiento humanista y la conducta antihumanista aprendida y glorificada en los espacios de poder. Esa cara educada y visible es la que la gente rechaza con más virulencia. Bastante los han engañado y perjudicado como para ahora hacerles creer que velan por su bienestar. Es mentira, y la gente lo siente, y por eso vota al “malo por conocer” porque lo otro es “lo malo conocido”. Trump, y sus copias en carbónico repartidas por el mundo, “parecen” decir la verdad, “parecen” hablar con sinceridad, y eso la gente, engañada por los más educados, lo valora positivamente.
Trump es causa de ese derrumbe del sistema. Estábamos al borde del abismo y dimos un paso adelante. Otro más. No sé si será el último, pero sin duda va en esa dirección. Puede que la mayoría de las personas no hagan un análisis racional de las políticas de unos y otros, sino que se muevan más por instinto, por sensación. Veremos qué sensación en el cuerpo les dejan los próximos cuatro años de Trump. Pero no nos debemos engañar, a pesar de que Trump pueda hacer políticas públicas muy perjudiciales, eso no significa que vaya a perder su popularidad; a la vista están los ejemplos de Milei o Ayuso. Los medios de comunicación y las redes sociales juegan su papel en esto. Pero que tampoco se engañen sus votantes, porque esta gente no va a cuidar a sus votantes, sino que va a destrozarlos, a hacerles la vida peor, a discriminarlos, a violentarlos, a explotarlos.
¿Al final qué queda de todo esto? Queda que el sistema se está derrumbando, y se abrirá paso una nueva mirada sobre el mundo y sobre las personas, una mirada humanizadora, en que las personas se reconozcan como tales, en que la discriminación, la explotación, la violencia de género, las guerras y todos los tipos de violencia comiencen a retroceder de manera irreversible. Estoy seguro que esto ocurrirá, aunque se me antoja atrevido ponerle una fecha.