Un año después, la guerra seguía estando ahí.
Han pasado doce meses desde que una acción terrorista del grupo Hamás provocó la desmesurada y criminal respuesta del país de la estrella de David que ha convertido los territorios palestinos en desolación, destrucción y muerte.
Esa guerra, que permanece activa con mayor o menor intensidad desde hace más de setenta años, no es tal, es mucho más, es un genocidio. Es un crimen de lesa humanidad por parte de un país armado hasta los dientes contra una población indefensa. Pero la ONU y el mundo continúan hablando sin hacer algo útil y mirando para otro lado.
La retórica puede con todo, los eufemismos lo cubren todo y la ciudadanía mundial lee, ve y escucha la realidad a través del color del cristal que los poderes económicos, políticos, militares y mediáticos le ponen delante.
Estamos mediadas y mediados, condicionados, por una lectura del mundo plegada a los intereses del poder. Defendemos la resistencia frente a las injusticias, pero aceptamos algunas en función de quien las perpetra. Defendemos la paz, pero permitimos las guerras si el que asesina tiene el poder. Defendemos la libertad, pero nos dejamos oprimir por quienes se autodenominan “aliados”.
Palestina tiene quien la defienda, pero sus defensores no tienen -tenemos- el poder. Solamente el que nos dan la palabra y la acción por la justicia social. Sigamos denunciando y actuando por la paz, demandando los derechos humanos y defendiendo a Palestina.
Por el pueblo palestino, por la paz y contra el genocidio les comparto una de las historias de mujeres palestinas recogida en los carteles que conformaban el museo del muro en Belén y que está incluida en el libro publicado por el Arab Educational Institut The Wall Museum: Palestinian stories on the wall in Bethelem. La firmaron Jennifer, Jumana, Rasha y Nisreen, cuando tenían 16 años. Ojalá estén vivas para que sigan contándola:
The pigeon (la paloma)
«Había un niño pequeño que sostenía su juguete, una paloma.
Mientras jugaba, tuvo un sueño. Soñó con otro mundo donde podría hablar de sus juguetes y sus pasatiempos, sus intereses y sus sueños, en lugar de hablar de armas, sangre y asesinatos.
Un mundo donde podría correr y jugar con sus amigos. En ese mundo no había guerra, ni tanques, ni cohetes, ni bombardeos. Un mundo lleno de paz.
Una bala, una bala malvada, llegó como un ladrón y entró en su corazón. Se llevó su alma y su sueño.
Su paloma estaba a su lado, justo allí al lado de su cuerpo inmóvil. Pero la paloma recordó el sueño del niño, cobró vida y se fue volando. Decidió contarle su sueño al mundo. Y decidió hacer realidad este sueño».
Contra el sinsentido de la guerra y por una Palestina libre y en paz.