En un rincón mágico de La Serena, donde el desierto y el mar se entrelazan en un abrazo eterno, un grupo de personas se reunió con un propósito común: celebrar el Día de la Paz y la Noviolencia. No éramos muchos, pero éramos suficientes para formar un océano de esperanza.

Las miradas se encontraron y las sonrisas comenzaron a florecer. No importaba si llegamos solos o acompañados, todos compartíamos un mismo anhelo profundo: construir un mundo libre de violencia. Las palabras fluían como una corriente suave, creando un círculo humano de unión y compromiso. Todos estábamos conectados por la firme convicción de que la Tercera Marcha Mundial por la Paz y la Noviolencia debía recorrer el planeta, llevando consigo ese anhelo de paz que habita en cada corazón.

Marchamos juntos, dejando nuestras huellas en la arena, con el viento frío que nos acariciaba, pero con la calidez que nace del encuentro entre almas afines. En un día gris y frío, creamos un ambiente cálido y lleno de vida, entre personas que, aunque desconocidas, compartían un lazo invisible: el deseo de un mundo más justo y pacífico.

No hubo grandes cifras, ni titulares en los medios. Pero en ese pequeño rincón de La Serena, se abrieron corazones y se hizo una promesa silenciosa: seguir adelante en la construcción de un mundo más amable y libre de violencia.

Así concluyó nuestro encuentro en la playa. Pocos, pero suficientes, recordamos que, incluso en medio de las crisis globales, la esperanza y la lucha por un futuro mejor siempre prevalecerán.

 

Marcela Arriagada, Gladys Mendoza, Ricardo de la Fuente

Miembros de Convergencia de las Culturas y El Mensaje de Silo

Ciudad de La Serena, Chile