El llamado “Acuerdo del siglo” escenificó el reconocimiento de facto de la soberanía israelí sobre gran parte de las colonias judías en Cisjordania (incluido el valle del Jordán, los altos del Golán y la práctica totalidad de la ciudad santa de Jerusalén, con la excepción de dos distritos periféricos del Este) y pretende que la comunidad palestina renuncie por completo a sus reivindicaciones históricas y al derecho que le asiste, reconocida por la legalidad internacional a cambio de la promesa de una inyección de 50.000 millones de dólares en el plazo de 10 años, lo que en la práctica imposibilitará la existencia de un Estado Palestino.

Dicha Doctrina chocaría con la visión de Theodor Herzl, considerado el padre del actual Estado de Israel y fundador del sionismo al promover la creación de la OSM (Organización Sionista Mundial), quien en su libro “El Estado judío: ensayo de una solución moderna de la cuestión judía”, propuso la creación de un Estado judío independiente y soberano para todos los judíos del mundo. Asimismo, en su obra “La vieja Nueva Tierra”(1902), sienta las bases del actual Estado judío como una utopía de nación moderna, democrática y próspera, en la que se proyectaba al pueblo judío dentro del contexto de la búsqueda de derechos para las minorías nacionales de la época que carecían de estado, como los armenios y los árabes. Posteriormente, en 1938, el visionario Einstein avisó de los peligros de un sionismo excluyente al afirmar: “Desearía que se llegase a un acuerdo razonable con los árabes sobre la base de una vida pacífica en común pues me parece que esto sería preferible a la creación de un Estado judío”.

Hacia el Gran Israel 
El Gran Israel (Eretz Israel), es un ente que intentaría aunar los conceptos antitéticos del atavismo del Gran Israel (Eretz Israel) y que tendría como principal adalid a Isaac Shamir al defender que “Judea y Samaria (términos bíblicos de la actual Cisjordania) son parte integral de la tierra de Israel. No han sido capturadas ni van a ser devueltas a nadie”, doctrina en la que se basarían los postulados actuales del partido Likud liderado por Netanyahu quien aspira a convertir a Jerusalén en la “capital indivisible del nuevo Israel” tras la invasión de su parte oriental tras la Guerra de los Seis Días (1967) y que tuvo su espaldarazo internacional al trasladar la Administración Trump la Embajada Estadounidense a Jerusalén.

Así, el Gobierno de Netanyahu estaría acelerando los plazos para implementar el endemismo del Gran Israel (Eretz Israel), que bebería de las fuentes de Génesis 15:18, que señala que “ hace 4000 años, el título de propiedad de toda la tierra existente entre el Río Nilo de Egipto y el Río Eúfrates fue legado al patriarca hebreo Abraham y transferida posteriormente a sus descendientes”. Ello supondría la restauración de la Declaración Balfour (1917), que dibujaba un Estado de Israel dotado de una vasta extensión cercana a las 46.000 millas cuadradas y que se extendía desde el Mediteráneo al este del Éufrates abarcando Siria, Líbano, parte noriental de Irak, parte norte de Arabia Saudí , la franja costera del Mar Rojo y la Península del Sinaí en Egipto así como Jordania, que pasaría a denominarse Palesjordán tras ser obligado a acoger a toda la población palestina de las actuales Cisjordania y Gaza forzada a una diáspora masiva (nueva Nakba).