Hace algunas semanas atrás estaba en el apartamento de Anita Lobel, la escritora e ilustradora judía quien se escapó de Auschwitz cuando tenía tan solo ocho años. Le comentaba que había terminado “Snow” de Orham Pamuk, que en mi opinión es uno de los mejores libros que he leído en mi vida. “Y después de Pamuk,” le decía, “Tomé un libro de un escritor Colombiano. Su primera novela. Queriendo leer algo en español.”

“Oh God,” decía ella en inglés, sirviendo una ensalada que le llama ‘Desperation salad.’ Y añadió,“Después de leer un libro maravilloso, el que le sigue es…sabe como una ensalada de estas hecha de cualquier vegetal en la nevera.”

“Pues para que veas, adoro tus ensaladas y el libro me encantó…no lo he terminado pero creo que se pone mejor.”

“Surprise, surprise.” Con un redoble coqueto dispone las servilletas en la mesa. “Y que es lo que te gusta tanto?”

“El buen gusto.” Con lo cual le atinaba a su mesa,  a la tabla quesos, a la decoración de su casa y al libro de David Troncoso.

“Eso es como responder con una redundancia, Dear.”

Y era que precisamente no sabía que era. El lenguaje, con tintes colombianos, la estructura simple e intensa, los personajes interesantes y con el peso de un pasado.

Al terminar mi cena con Anita, me fui de su apartamento en Soho para tomar el metro con dirección a Brooklyn. Cuando caminaba a lo largo de Spring Street los goterones de agua empezaron a caer. Era inútil tratar de correr sin paraguas hacia la entrada del tren. Me refugié en el portal un edificio antiguo. La lluvia eran torrencial, con un viento rugiente. Esto iba para largo. Me senté en las escaleras y me recosté en el vidrio de la entrada y bajo la tenue luz saqué el Francotirador de Pablo Sexto y  continué leyéndolo. Ya llevaba un rato allí. La lluvia en su ira salpicaba las páginas y al ver esas hojas con letras mojadas y algo borrosas, al verme a mismo, leyendo atiborrado en la puerta de un edificio, me di cuenta que eso era lo que me gustaba de la prosa de Troncoso: La composición de las imágenes, con ese toque bizarro que solo ocurre en los sueños o en la realidad de las tormentas neoyorquinas pero que este caso vienen de un barrio de Bogotá.

David, muchas gracias por concedernos esta entrevista.

JS:Aparte que te vi leer de tu libro en La Nacional y que me has recomendado donde comprar tamales en Queens, no sé nada de ti. Entonces cuéntanos, queremos saber de este escritor cometamales.   

DT:Gracias Jhon, porque entre otras cosas, no sabes lo sabroso que se siente ser entrevistado, especialmente porque intuyo que tus preguntas van a ser soberbias.  Y para contarte de mí, creo que podemos aprovechar la anécdota de los tamales.  Mira que ese restaurante que te recomendé, lo encontré de chiripa un día en que salía yo del bar Terraza 7 con el actor Sebastián Ospina Garcés, después de una función ofrecida por él en este lindo establecimiento. Partiendo de esa escena ya tenemos el comienzo de una película o de una novela. ¿Qué caray están haciendo estos dos cachacos juntos una noche de invierno en esta intersección de una ciudad tan lejana de sus hogares originales? Entre esos dos personajes hay todo un arsenal de experiencias y coincidencias que ya parece burlarse de la ficción. Pero lo mismo se podría encontrar quizás en todas las personas que estaban saliendo de ese lugar esa noche. Tú y yo podríamos deleitarnos por horas hablando sobre esto, especialmente por el lado del actor Sebastián Ospina, quien además de ser un personaje impresionante, tiene un pasado y unos ancestros que se conectan con la historia patria de Colombia. Por mi lado podríamos resumir diciendo que un día cualquiera de la juventud decidí sucumbir a una de mis vocaciones, que es la del exilio y vine a Nueva York. He vivido aquí un par de otras vocaciones, han pasado cuarenta años y otro día cualquiera parece que decidí sucumbir una vez más a otra vocación, o quizás simplemente sucumbí a las ganas de escribir un libro. Una novela que llevaba adentro desde hace mucho tiempo y que no habría podido escribir en otra parte, excepto en este lugar geográfico y emocional que me gusta llamar exilio. Lugar donde he llegado al colmo de poder conectarme por aparente coincidencia con gente que quería conocer desde mi niñez.

JS: Cuando me llegó la invitación para la presentación de “El Francotirador de Pablo Sexto,” me imaginé que era ó la historia de un sicario contratado por el Papa mismo, ó la historia de un atentado fallido contra él. La verdad es la novela no tiene nada que ver con nada de eso, pero si tiene un título sexy, que sigue siéndolo cuando uno descubre su porque. Te dejo a ti que nos cuentes lo del título.

DT: Cuando me senté a escribir esta novela, no me cabía duda que el título tendría que ser el de ese personaje mítico que existió en mi barrio de la infancia, gracias a las coincidencias y la confusión  y a la prensa que acuñó el nombre de El Francotirador de Pablo Sexto en sus titulares. Comprendí que el título de la novela iba a ser confuso, pero ese detalle me gustó, pues la confusión que puede crear, recoge algo de ese aroma emocional que se notaba mientras ocurría la historia de la vida real. En otras palabras, el título es una buena cáscara de plátano para, digamos,  continuar la serie de resbalones que caracterizaron esos días.

JS: Otra cosa, cuando te vi hablar, me imaginé que la novela era una novela de lo que llamamos en inglés, ‘coming of age’ o novelas de un adolescente llegando a ser adulto. Y por ende asumí que se trataba de un libro de literatura juvenil. Y quiero decir que no lo es….pero al mismo tiempo, lectores juveniles encuentra su espacio leyéndola, creo. Qué opinas?

DT: Otra pregunta bonita. Escribir este libro fue un proceso intuitivo muy parecido al de esos proyectos de la niñez con los amigos. Por ejemplo, hacer una fogata o construir un carro de balineras o encontrar en los potreros un buen árbol muerto para  hacer un árbol de navidad, como los hacíamos  en ese entonces, pelados y untados de algodón. Eran proyectos que carecían de diseño y lo único que se tenía planeado eran las ganas del producto final. Una vez finalizado el libro, entendí con alegría que este era muy parecido a la imagen impresionista que tenía de él. Pero entonces, contemplándolo claramente, me di cuenta  – gracias a los lectores- de varias cositas chéveres. Quizás su detalle más interesante es que se puede considerar sin miedo como un libro juvenil, de la misma manera que Tom Sawyer se puede considerar como tal si se quiere. Y ahora que has mencionado ese término tan bacano y que parece solo existir en inglés “coming of age”, este libro se puede considerar como tal, excepto que los protagonistas son maduros, o mejor aún, son un par de niños viejos, quienes quizás están pasando por una especie de “coming of age” tardío o que se les había quedado pendiente. En conclusión, este es un libro que me hubiera gustado haber leído joven, pero es uno que me ha deleitado a esta edad, pues contiene la ñapa o el bono de llevarme a la juventud.

JS: Hablando de los lectores más jóvenes, crees que la novela brinda una ventana para entender la vida de los abuelos y padres que vivieron durante la década de los 60 y 70 en Colombia?

DT: Si. Totalmente, aunque esa intención, si existe, fue inconsciente. Los abuelos como yo, o sea, un cachaco de 60 diciembres, pertenecemos a un grupo único. Hemos vivido en dos siglos y en nuestra juventud vivimos un momento de revolución del que ahora solo hay copias malas. Y ahora que estamos catanos, el mundo no sabe qué hacer con nosotros y hasta se nos quiere asignar un nombre para nosotros, tal y como se inventó en el pasado el nombre “adolescentes” para los adolescentes. Parece que nos hemos quedado en una época y nos negamos a vestir el proverbial traje de abuelos. En cuanto a los jóvenes, digamos que los abuelos vestimos ya hace décadas aquello que ellos consideran ahora nuevo y bacán y probamos hace casi medio siglo las drogas que ellos creen haber descubierto.

JS: Al recordar  algunas personas del público esa noche en La Nacional, que ya había leído el libro, se referían a la historia como algo real. Y entiendo que se basó en hechos reales, en personajes reales, e incluso la voz del narrador es tomada de alguien que existe, pero todo es ficción al mismo tiempo. Tengo una teoría creo que la diferencia entre la ficción y la realidad está en la intensidad. Pero tú me dirás qué opinas y porqué algunos lectores viven la historia como quien lee una noticia de un periódico.

DT: Interesante lo que dices. Y de ahí se me ocurre repetir algo que dije al frente de unos estudiantes de bachillerato: como una fotografía, una novela es un trozo de vida separado de la realidad dentro de un formato donde es tan importante lo que aparece tanto como lo que ha quedado afuera de él. Partiendo de ahí, no hay duda de que una fotografía y una novela sean dos momentos congelados que ahora viven en un plano diferente. Un plano de intensidad. Ahora, mi novela, como he afirmado antes, es peligrosamente autobiográfica y por lo tanto se puede experimentar casi como un relato histórico por momentos. Pero desde un principio quería que el producto final se pudiera disfrutar como un película que me hubiera gustado haber visto. En ese plano pictórico, se goza de espacio y licencia para dejar muchos guiños y contar muchas verdades dentro de un camuflaje.

JS: Te cuento que una de mis principales influencias como escritor es la de un caricaturista, Sam Ferri, uno mis mejores amigos. Y en tu caso, tu influencia y uno de tus editores fue Naide, el caricaturista Colombiano. Qué tienen los caricaturistas que nos pueden servir tanto a los escritores? Que le aprendiste a Naide? Dános una clavecitas.

DT: Uy. Pregunta difícil. Así de una te puedo decir que, en la niñez,  lo primero que me tramó de los caricaturistas fue sus nombres. Ahí sin darse uno mucha cuenta, uno intuye o entiende que un sonido escrito tiene mucho poder. Los caricaturistas tienen unos nombres cheverísimos y solo un nombre. Sin apellido. El solo sonido ya lo encanta a uno y hay sonidos que lo encantan más a uno que otros. Ellos, los caricaturistas, gracias a esa combinación de la originalidad de sus nombres y lo que estos pueden implicar e incitar y el estilo de sus trazos combinado con su contenido y propuesta, nos enseñan a sentir una localización emocional casi geográfica. NAIDE te enseña el preciosismo de la simplicidad. Enseña, por ejemplo, que dibujar con plumilla tiene un “swing” especial que es parte de su estilo y que se puede notar hasta en esos trazos sin tinta que hieren el papel aquí y allá, como notas de trompeta donde ya solo queda un resuello y la impresión de una frecuencia. Eso te lo explicaría Cortázar lindamente.  

JS: Hablemos del narrador, John Ferdinand Blackburn. En la Nacional, cuando dijiste que tu no eras el narrador, nadie te creyó. Nadie—bueno Naide, je, je, je. El hecho que no te creyeran es un verdadero halago. Cuéntanos de este narrador y como le diste vida.

DT: Jota Efe Blackburn es basado en mi compinche y vecino de la infancia en el barrio Pablo Sexto de Bogotá. Este bogotano de ancestros ingleses tiene en la vida real un nombre muy parecido que no me permitió utilizar para el libro, pero este nombre que escogí en su lugar contiene la misma cantidad de sílabas y las mismas iniciales. No creo conocer a nadie en el mundo mejor que a él -así prefiera evitar su compañía- y el ejercicio de narrar a través de su cara no solo no me fue difícil, sino que lo encontré divertido y benéfico. Se podría decir que terapéutico. Desde el principio tuve la intuición de que él sería el vehículo de narración más efectivo, pues su personalidad bien definida y estricta se prestaba mejor para conectarse con el lector y ponerle de su lado. Pero detrás de esta decisión quizás también hubo un deseo de homenajear al verdadero Jota Efe. Darle un ramo de rosas con una que otra espina por así decirlo.      

JS: Creo que la novela es muy violenta. No es la violencia de las bandas criminales, ni la violencia de las guerras, ni la del enfrentamiento entre el Estado y la población civil, ni tampoco la violencia de la desigualdad económica. Es una violencia latente, es un preludio de lo que se nos vino después a los Colombianos en los años 80s, 90s, 2000s y ahora mismo.

DT: Muy interesante lo que dices y aunque te encuentro la razón, me agarras desprevenido, porque nadie había calificado la novela como tal. Pero esta misma “sorpresa” la experimenté cuando Liza Ariza, la escritora y muy inteligente técnica a cargo de revisar el último manuscrito antes de la imprenta, afirmó que esta novela es una historia de amor. Diría que el factor que facilita el trasfondo violento de estas páginas sin duda tiene su origen en el periodo y el lugar donde el aroma de violencia comenzó a enrarecer el aire que respiraban los dos niños desprevenidos, futuros personajes adultos del libro. Una violencia que se implantó como una moda entre los habitantes del barrio que, a nivel práctico, no tenían ninguna necesidad de ella.

Quizás el mundo simplemente se había cansado de la moda de paz y amor. Aunque se podrían  trazar vectores para identificar fenómenos sociológicos en la propuesta del libro, para los personajes de este, la violencia era un producto de la mediocridad de los demás y uno que se les estaba imponiendo, tal y como se imponen las costumbres religiosas. Pero el autor, tal vez a forma de venganza,  se da permiso de rendirle homenaje a las películas de su niñez, donde la violencia podía ser algo tan divertido cuando los torturados héroes triunfaban.

JS: Y hablando de violencia como crees que un muchacho de 13 años con un rifle de balines se ve frente a la oleada de adolescentes utilizando armas de largo alcance en los EEUU.

DT: Ahí sí me corchaste. Yo creo que hemos llegado a tales extremos que, estos días, los chicos de 13 años no creo que entiendan lo que es una escopeta de balines y si van a tener en las manos algo que dispare, seguramente será una escopeta de verdad. Para nosotros, a esa edad, la idea de una moda de homicidio con armas letales a manos de jóvenes, habría sido un concepto inconcebible, aun y cuando los asesinatos de civiles a manos de francotiradores civiles, en ese momento ya era un concepto conocido.

JS: Es también una novela de migrantes en relación a diferentes culturas, la Colombiana, la Estadounidense, la Checa, la gitana. Creo que hay un dialogo constante entre culturas. Nos hablas al respecto.

DT: En el momento en que dejas tu país, no tienes más remedio que interactuar con gente de otras culturas y ese es uno de los privilegios del exilio, a no ser que tu exilio sea forzado y busques reemplazar tu país abandonado con versiones locales de él en el país adoptado. En el caso de El Francotirador, este está exiliado en una región inesperada del este de Europa. En la republica Checa. Mi mejor amigo del colegio era mitad checo y mitad bogotano. Por ese lado siempre estuve escuchando cosas sobre ese país y hacia ese lugar gravité cuando me fue posible, como si hubiera ido en una peregrinación. Pude corroborar cosas que había escuchado de mi amigo durante la infancia. Cosas tales como que La Republica checa es el verdadero país de la cerveza, en la misma medida en que Colombia es el del café. Pude corroborar que los gitanos más puros son los de allá y que el término bohemio tienen sus raíces en Bohemia (República Checa) y las connotaciones de este término, con los gitanos de la región. A la hora de escribir la novela, uno de sus protagonistas encontró naturalmente su lugar allí y mi homenaje hacia la vocación del exilio encontró su lugar en la novela.              

JS: Todo ese viaje a la Republica Checa donde nuestro narrador se encuentra con su pasado en Bogotá tiene un efecto catártico. Y se nos es muy profundo para nosotros los que hemos salido del país y que siempre queremos hacer sentido del país que dejamos atrás. De esa manera las palabras de La Loca, una pintora, al final son muy dicientes al referirse a sus propias pinturas, “Te aseguro que si yo viviera en uno esos paisajes agrestes, los motivos de mis pinturas serían edificios fríos. Quien sabe. A lo mejor un día me voy a vivir a un paraje  agreste para poder hacer una pintura de este barrio.” Dime que piensas.

DT: La Loca es la heroica personalidad que nos llevamos a casa como “sorpresa” después de la piñata. ¿Te acuerdas esas bolsitas mágicas que nos daban de chiquitos a la salida de una fiesta de cumpleaños?  Sorpresas les llamaban en Bogotá. La Loca es la héroe que venció de una vez por todas al dragón del exilio y no solo vuelve a su país y ciudad sino al barrio a donde nadie retorna. Lógicamente el barrio donde nadie retorna pertenece a mi versión pictórica y ficticia  de ese lugar, porque recientemente descubrí que por lo menos una persona sí ha retornado. Hace unos meses hice la presentación de este libro en el barrio Pablo Sexto, que fue la primera parada de un pequeño tour en Bogotá y allí conocí a la versión masculina de La Loca. El Mono Díaz. Elegante trotamundos de gualda cabellera y en su juventud, uno de los corchetes melenudos que mantenían el barrio libre de todo mal. El había sido feliz en el barrio y lo había experimentado en su momento más sublime, cuando las aves migratorias todavía aterrizaban en las llanuras que lo rodeaban y él se bañaba con sus amigotes en las ciénagas que entonces existían. Había llorado ese primer día en que sus pies tocaron de nuevo el barrio.  Qué te podría decir. Otro de los encantos del exilio es saber que uno puede romperlo. Y volver. Pero el dilema siempre está ahí presente, pues puede ser que, al abandonar tu exilio, estés exiliándote una nueva vez.          

JS: No puedo seguir preguntando, pero encantaría. Pero la última. No creo, que este sea tu único trabajo. Qué más tienes en mente y como se retroalimenta tu profesión como fotógrafo en la literatura. Algún proyecto mixto, por ejemplo?

DT: Pues mira que estoy trabajando en una posible novela y es un proyecto que se podría considerar mixto, simplemente porque está basado en un corto que hice con la participación del actor colombiano que ya mencioné al comienzo, Sebastián Ospina Garcés. A esta altura, déjame recalcar un punto que quizás ya toqué y que tiene que ver con la fotografía en movimiento, o sea las películas. La fotografía me ayuda a narrar y a querer servir un producto que muy bien podría ser proyectado en una pantalla sin cambiar una sola escena ni suspender  un solo corte.

JS: Finalmente, oye gracias por la recomendación de los tamales, los compartí con Jaime Manrique y con mucho gusto te digo a ti y al Francotirador de Pablo Sexto, “Bienvenidos a mi biblioteca personal.”

DT: Muchas gracias Jota.  Me honras. Te quedo muy muy pero muy agradecido. A ver    cuando almorzamos chatico.


David Troncoso: Bogotano incorregible, exiliado por vocación, músico en su juventud, fotógrafo y cineasta. Troncoso escribe su primera novela en Nueva York, colmena de colombianos artistas y su hogar adoptado desde la década de los ochenta.

Jhon Sánchez: Escritor nacido en Colombia, el Sr. Sánchez llegó a la ciudad de Nueva York en busca de asilo político, donde ahora es abogado. Sus publicaciones literarias más recientes incluyen «‘My Love Ana’—Tommy», disponible en Bio-Sci-Fi Fiction on the Web, Volume 4 (Audible Anthology), “Without Scars” en Dark Horses Magazine (2024), “The Fragrant Flavor of the Strawberry Rhubarb Pie” en la antología Put Out the Lights and Cry, Diner Noir (2023), “Tigui” en la antología I Used to Be an Animal Lover (2023), “Handy” en Baseline Feed (Podcast) y en Teleport Magazine(Defunct), “The Chocolate Doll Cake” en Landing Zone Magazine (2022), “A Weekly Call” en Everybody Press Review(2022), y “On Writing” en the other side of hope (2021). Fue galardonado con la residencia de Horned Dorset Colony en 2018 y con el Byrdcliffe Artist Residency Program en 2019. Su colección Enjoy a Pleasurable Death and Other Stories that Will Kill You, editada por Helen Evrard, será publicada por Broken Tribe Press. Para actualizaciones, por favor visite su página de Facebook @WriterJhon, Instagram @jhon_author, y Twitter @jhon_author. También puede encontrar sus artículos en Muck Rack.