Existen diversos focos de tensión regionales en diversas partes del mundo que generan conflictos armados, siendo los más destacados y peligrosos, el conflicto de Rusia con Ucrania, dada la participación intrusiva de la OTAN, y el de Oriente Medio que involucra a Israel, Palestina, Líbano e Irán. Indudablemente ha sido el devenir histórico de la humanidad, con sus colonialismos, conquistas imperiales e ideologismos mesiánicos los que han generado mezclas étnicas, perdidas de territorios y recursos naturales, migraciones continentales, dando lugar a pequeñas regiones ricas y grandes territorios pobres y subdesarrollados.
Los conflictos regionales se han producido y se siguen produciendo en buena medida por los procesos de colonialismo que históricamente han conquistado territorios que producen mezclas étnicas y religiosas, que posteriormente generan conflictos de poder entre la diferentes etnias y creencias religiosas así generadas. Pero antes se combatía con fusiles y cañones que tenían un poder destructivo limitado. Hoy nos vemos enfrentados a guerras por el poder cada día más peligrosas y destructivas, que no solamente involucran a los países incumbentes, sino que a aquellos países que no están involucrados de ninguna manera en el conflicto, y que además están en contra de él, pero que se ven directamente perjudicados, porque sus consecuencias son tan devastadoras que amenazan su supervivencia, incluso lisa y llanamente amenazan con destruir el planeta entero y con ello a todos sus habitantes.
Pierre Schill, Jefe del Estado Mayor del ejército francés sostiene refiriéndose a la situación que vivimos actualmente: “el estruendoso regreso de las grandes guerras, que nuevamente se han convertido en el modo preferido de
resolver las disputas, y que ponen en marcha un desencadenamiento de violencia paroxístico, en donde los cerrojos morales y jurídicos se hacen añicos bajo los violentos golpes de la barbarie desenfrenada, cuando los creíamos relegados a los libros de historia”.
Para construir alguna propuesta sensata con el fin de intentar acabar el sempiterno flagelo de la guerra, se necesita tener claridad sobre la dinámica social, económica y geopolítica en la que se mueven las relaciones internacionales, y también un pequeño análisis sicosocial que nos haga entender el porqué no hemos podido detener este destructivo proceso que se torna cada vez más peligroso, y que amenaza a la supervivencia misma de la especie humana.
La mayoría de las personas de este mundo influídas por una cultura militarista enraizada históricamente, ven la cuestión de la guerra como un fenómeno natural inherente a la persona humana, a su naturaleza, y que por tanto no es posible cambiar, y lo aceptan y se resignan a la idea sin cuestionarla demasiado. Rendimos culto a nuestros héroes militares elevándolos a la categoría de ídolos. Pero se sabe que las conductas que forman parte de la cultura se aprenden, así la violencia se aprende, y la no violencia también. Sin embargo, hay elementos retardatarios, e intereses económicos, armamentistas, militaristas y neocolonialistas que promueven la actual cultura de la guerra.
Desde un punto de vista psicosocial, es necesario considerar varios elementos, entre los que los egos personales y nacionales han dado lugar a la mayoría de los conflictos, que se expresan en ideologismos políticos, creencias religiosas o supremacías raciales, y sobre todo intereses económicos codiciosos que se disputan los recursos naturales, abundantes en algunas regiones y escasos en otras. Estos egos han impedido conocernos y valorarnos como seres iguales en derechos y deberes, aunque aparezca destacado en la Carta de las Naciones Unidas. Y nos han hecho enfrentarnos durante milenios sin que haya un atisbo de disminuir. Es la naturaleza humana dirán algunos, aunque la educación puede enseñar otra forma de vida y cambiar nuestra cultura. El problema es que el ego nos coarta la voluntad de hacerlo
Todos los países no productores de armas, y sin intereses manifiestos en los conflictos, confían ingenuamente en que va a prevalecer la cordura, que el temor a un desenlace irreversible y fatal va a ser superior a los intereses geopolíticos y comerciales de los países que aspiran a mantener su hegemonía mundial. Los intereses imperiales neocolonialistas temen desesperadamente perder su poder, y es posible que jueguen al todo o nada, en una macabra ruleta rusa. Es ingenuo pensar que todo va a quedar acotado a una región lejana y que no va a alcanzar sus fronteras.
Los gobernantes del mundo, especialmente los de los países que no tienen arte ni parte en la beligerancia mundial han sido demasiado tibios en sus declaraciones y posiciones, al parecer desconociendo la peligrosidad de los acontecimientos, o también, por no ponerse en contra de potencias poderosas de las cuales dependen en buena medida, de su apoyo financiero, o de intereses comerciales gravitantes en su economía estadual.
La Coalición por la Paz aspira a una Convención por la Paz que desemboque en un Tratado como el de Westfalia, que en el siglo XVII restableció la paz en Europa luego de la guerra de los treinta años, y que dio origen a los conceptos de soberanía nacional e integralidad territorial, dando nacimiento al Estado Nación moderno. Fue de capital importancia en ese momento para recobrar la paz que parecía perdida para siempre. Sin duda hoy se necesita algo similar, pero para conjurar una amenaza apocalíptica que no existía en ese periodo histórico.
Sin embargo, es muy probable que esa anhelada instancia no se dé, dados los intereses económicos gigantescos que no sintonizan con la paz, ya que la paz no vende armas, sino que son absolutamente dependientes de lo contrario, de la guerra, de la inseguridad internacional, de la violencia armada a todo nivel, que es la que dinamiza el negocio de las armas, y genera enormes utilidades. Baste ver como crece el valor de las acciones y los dividendos, de empresas tales como Lockheed Martin, o Northrop Grumman, cuando hay un conflicto bélico importante. Y por lo mismo, tanto bancos, compañías de seguros y administradoras de fondos previsionales tienen invertidos sus activos en dichas empresas, en las cuales nosotros mismos, todos los trabajadores del mundo, tenemos puestos nuestros ahorros de toda la vida.
Se hace necesario que los países no productores de armas, y aquellos que sostienen el multilateralismo como fórmula para el desarrollo ecuánime, formen un gran conglomerado de naciones al estilo de los países no alineados, y que ejerzan una presión insostenible sobre los países nacionalistas, supremacistas, precursores de guerras y neocolonialistas, con el fin de aislarlos y bloquearlos comercial y diplomáticamente, si se rehúsan a deponer su carrera belicista y se allanen a un Tratado de Paz definitivo que prohíba las guerras y las armas de destrucción masiva, incluídas las nucleares. Es una medida de fuerza que puede traer consecuencias económicas y sociales difíciles de sobrellevar para el mundo entero, pero la humanidad se salvaría de su destrucción inminente.
Este tipo de medidas de rigor es necesario irlas evaluando, planificando y desarrollando en forma urgente, ya que, si no se produce ahora la temida tercera guerra mundial, o la primera y última guerra nuclear, en un plazo no superior a diez años inexorablemente habrá de ocurrir dada la tendencia beligerante progresiva, y el apetito incontenible de apoderarse del planeta completo. Es de vital importancia detener a estos desbocados jinetes del apocalipsis, que insisten en desmembrar a todos los países que pretendan ir en contra de sus intereses de dominio, aunque sea a costa de terminar con la vida misma. O tal vez sea un intento desesperado de salvar sus economías en bancarrota, y no ven otra salida que destrozar a los países opositores usando para ello países aliados como arietes, para no tener que poner ellos los muertos, lo que sería políticamente inaceptable.
Tal como sucedió luego de la Segunda Guerra Mundial, en que las naciones horrorizadas por las consecuencias de la guerra, fundaron las Naciones Unidas y dieron lugar a las Convenciones de Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario, la humanidad tenga que sufrir una nueva tragedia humana que termine con la vida de unas 500 millones de personas, tras un bombardeo nuclear, para darse cuenta que es hora de evolucionar definitivamente hacia otra forma de vida y cambiar los misiles, por flores. Porque del siguiente paso no se libraría nadie, y la humanidad completa perecería.
Todas las ideas de un Tratado de Paz corren el riesgo de fracasar si no se implementa una cultura no violenta paralela, que en términos prácticos se manifiesten en políticas de fomento de confianzas entre los Estados Parte de
Naciones Unidas, en particular entre los países tradicionalmente adversarios como entre los países de la OTAN, Rusia y Ucrania, y los países islámicos con Occidente, incluido Israel, y China con Estados Unidos y Reino Unido como ejemplos clásicos. Los intercambios culturales, y estudiantiles van en la misma dirección.
Al escribir estas últimas líneas me siento exponiendo ideas que debieran ser plausibles, pero que resultan cándidas, al ver la escasa voluntad palpable de generar una unión sincera y fraterna entre los bloques de naciones citadas, de los cuales se percibe un espíritu de confrontación, de enemistad, y de eliminación de los unos hacia los otros, independientemente de las condiciones que se den para hacerlo. Creo que lo que verdaderamente se necesita es que las personas del mundo se acepten entre sí, se toleren y se respeten, pero para eso se necesita una fuerte dosis de cariño que se implante en el corazón de las personas, que reemplace al espíritu de competencia y agresividad que reina en el alma humana. Pero como decimos los humanistas, la violencia se aprende y la noviolencia también, por lo tanto, tenemos que educarnos en los valores que conducen a ese espíritu noviolento, aunque los cambios culturales requieren de tiempo o de una situación traumática que los promueva. Tal vez tengamos que tocar fondo…
Esto hace sentido con lo anunciado por las profecías y las revelaciones tanto escritas como de videntes contemporáneos, que dicen que estamos en el umbral de una nueva civilización con un despertar en la conciencia de las personas que va a cambiar radicalmente la forma de vida de las personas. Lo que nadie precisa con certeza es cómo se va a producir ese fenómeno, si por el horror de un apocalipsis nuclear, o por un cambio súbito en la composición genética de las personas que les haga mirar la vida en forma diametralmente distinta tal como sucedió con la aparición de la especie humana tal como la conocemos, hace unos cien mil años.
Tengamos fe en que sea un proceso no violento como viene propiciando el Movimiento por un Mundo sin Guerras y sin Violencia y la Coalición por la Paz.