“¿Serán más que criaturas?¿Acaso dioses como nosotros?” (Popol Vuh. Libro del Pueblo Quiché)
Con gran alegría retornaron al país casi una decena de jóvenes medallistas ecuatorianos, que sorprendieron al mundo en las últimas Olimpiadas de París 2024. Coincidiendo con la celebración del Día Mundial de las Juventudes, las imágenes muestran a la población de diversos rincones del Ecuador profundo, movilizada festejando como suyo este regalo de aliento que enciende esperanza en tiempos de violencia generalizada e inseguridad.
A Lucía Yépez, medalla de plata, le recibieron con caravana y homenajes: “ya está entre los suyos, aunque no tenía previsto ir por la crisis de seguridad”, informa la noticia local (La Hora), que destaca: “la bienvenida de La Tigra paralizó hasta a la delincuencia en Quevedo”, ciudad comercial de la Costa.
La joven afro Lisseth Ayoví, diploma olímpico, recibió la ovación en el estadio lleno con una calle de honor formada por los jugadores del equipo de futbol de su ciudad, Machala, el puerto bananero del sur del país, donde creció en uno de los barrios más peligrosos del país. Ella recuerda que tuvo que escoger entre el estudio y el deporte porque en casa no había para pagar los dos.
Glenda Morejón, medalla de plata en Marcha, recuerda que “antes entrenaba sin el apoyo del Gobierno, ni del Ministerio, ni de entidades deportivas, ni de las empresas privadas, que se han unido desde que gané el Mundial Juvenil en Kenya, en 2017, donde se hizo conocer más por el tema de los zapatos rotos” (www.Primicias.ec). “Eso me da más fuerza para seguir luchando por lo que más quiero y demostrarle al mundo que no se necesita de mucho dinero para conseguir cosas grandes” (Norte TV). “Estaba en octavo curso y necesitaba dinero para el uniforme y las botas. Le dije a mi papá y él me puso como reto ir a vender sandías en Otavalo para ahorrar y comprarlo. Lo cumplí”.
Semillas de vida, modelos inspiradores en tiempos neoliberales de recortes presupuestarios al deporte y la educación, con grave impacto en los derechos de las niñas, niños y adolescentes (NNA), expuestos a situaciones de alto riesgo, exacerbadas por la falta de oportunidades, el abandono estatal y el crecimiento de la economía del delito. Hace pocos días circuló el testimonio del profesor de un barrio del puerto de Guayaquil en el que relata como “los colegios funcionan como sitio de reclutamiento de las mafias” y que “quienes hacen el trabajo sucio son los menores de 12 a 15 años porque ellos idolatran ser parte de esas organizaciones (Ecuavisa, 07-08-2024)
Historias como las de Lucía, Lisseth y Sandra, y de tantas otras silenciadas, son huellas visibles de la presencia en cada ser humano de esa raíz profunda que vuelve a las personas protagonistas de sus vidas. Señales de la posibilidad de una cultura de la no violencia, con políticas públicas fundadas en los Derechos Humanos, con el aporte de todas y todos, con sus mayores capacidades y fortalezas éticas.