Pese a la gran cantidad de intelectuales, politólogos y opinólogos que teorizan sobre la democracia, lo cierto es que el mejor arquetipo de esta lo definió Abraham Lincoln al señalarla como el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. En la realidad, son muchos los regímenes que se asumen como demócratas, aunque incumplen con los tres deberes definidos por el ex presidente de los Estados Unidos.

Es un lugar común decir que es en Europa donde mejor se expresan los gobiernos democráticos, así como hay quienes creen que los Estados Unidos es el mejor referente de la soberanía popular.

Entre todas las pretensiosas naciones, se señala en América Latina a Uruguay y Costa Rica como los países más democráticos de la Región, aunque desde el término de la dictadura pinochetista, Chile busca, ¡vaya qué audacia!, asumirse como ejemplo y con autoridad moral para determinar quiénes son o no son demócratas en el mundo. De esta forma es que Gabriel Boric fue uno de los primeros mandatarios en desconocer la validez de los comicios presidenciales de Venezuela, exigiendo transparencia en los escrutinios de su proceso electoral.

Asimismo, mucho se asegura que es bajo los regímenes democráticos cuando mejor las naciones encuentran paz, seguridad y progreso, soslayando que los países más prósperos del mundo deben su alto estándar de vida a la explotación inicua de los pueblos atrasados o subdesarrollados, donde por lo general reina el caos y la violencia. El exitismo capitalista se debe a la mano de obra barata que todavía trabaja para las grandes empresas europeas y norteamericanas. Lo que comprueba el colonialismo que sigue explotando sus recursos naturales y somete a los gobiernos subyugados.

A otra escala, pero lo que sucede es muy parecido realmente a lo que fueron la democracias griega y romana, en que esclavos, mujeres y los pueblos invadidos nunca encontraron una pizca de participación en la política y la economía de las metrópolis. Sin acceso alguno al Ágora o al Foro donde se definían el presente y el futuro de estos regímenes. Porque si bien es cierto que, después de las guerras mundiales, las grandes potencias abrieron sus fronteras a la inmigración, en la actualidad sabemos que mueren ahogados en el Mediterráneo o en el río Bravo miles de africanos, asiáticos y latinoamericanos que pretenden llegar a vivir al interior de sus “democráticas” fronteras. De lo que se trataba es que las guerras fratricidas dejaron a todos los combatientes sin los trabajadores necesarios para encarar la reconstrucción y el desarrollo.

El concepto “democracia” se ha reducido a la posibilidad de tener elecciones libres para que el pueblo elija a sus representantes. Sin embargo, todos sabemos que esa “libertad” es muy relativa y muy poco soberana. Hoy mismo, las candidaturas presidenciales de Estados Unidos a lo que más se dedican es a reunir millonarias sumas de dinero para destinar a la propaganda electoral y conseguir, mediante un colosal cohecho, la adhesión de los votantes menos ilustrados del país.
Ciertamente con muy escaso raciocinio y conciencia.

Con todo, pese a lo inmensos recursos que obtienen de los países y continentes donde se extiende su poder imperial, Estados Unidos reconoce hoy a millones de habitantes que viven en la pobreza y la miseria. Así como su estatus de país desarrollado hace rato que viene perdiendo terreno frente a la China dictatorial y comunista, pero que se ha dado el lujo de sacar a millones de pobres del fango en que vivían. Inundando hoy los mercados mundiales con sus productos.

Claro, el régimen chino perfectamente puede asegurar que su gobierno es del pueblo y para el pueblo, mucho más de lo que son aquellas democracias occidentales gobernadas por los que logran reunir más recursos económicos para convertirse en sus “representantes”. Se puede plantear, por supuesto, que el régimen de Xi Jimping no es verdaderamente un gobierno “del pueblo”, cuando las decisiones se toman dentro del partido oficial en el poder.

Los llamados “tigres asiáticos” ni siquiera pretenden ser reconocidos como democráticos cuando pertenecen abiertamente a monarcas y tiranos que manejan con mano dura a sus pueblos, aunque al menos en su prosperidad chorrean más bienes y servicios a sus habitantes en comparación a otros países auto considerados democráticos. Tal es el caso de los Emiratos Árabes Unidos (recién visitados por nuestro Presidente Boric), Kuwait, Marruecos, Arabia Saudita y tantos otros regímenes autoritarios que son aliados, por lo demás, de Estados Unidos y a los cuales no se les reprocha su falta de identidad democrática.

En nuestro continente muy excepcionalmente tenemos mandatarios elegidos por el pueblo y empeñados a darle prosperidad a sus naciones. La mayoría de nuestros países distan mucho de gobernar “con el pueblo y para el pueblo”, cuando lo por lo general son las castas políticas las que controlan y se aferran al poder, sirviéndose a sí mismas e incumpliendo flagrantemente con sus promesas electorales, en rutinas que también son influidas por el dinero y la propaganda. Son las “democracias” infiltradas por la corrupción o los llamados narco estados que reprimen el descontento social con más y más policías y militares, sin avanzar un ápice en justicia social e igualdad de oportunidades, objetivos que debieran ser consustanciales a toda democracia.

Más que pan, trabajo, educación pública, vivienda y otros derechos fundamentales tenemos gobernantes que se ufanan de elevar el número de guardianes del orden y entregarle mayores y onerosas armas disuasivas para que velen por una paz ficticia y siempre explosiva. Gobiernos que, por lo demás, son tan débiles que tienen que rendirse a los dictados de Estados Unidos en materia internacional, callando frente a aquellos regímenes que violan los derechos humanos, pero nos proporcionan buenas oportunidades de negocios. Sumándose a quienes tienen por costumbre denunciar la “paja en el ojo ajeno”, sin considerar la viga que los enceguece y lleva a traicionar los anhelos del pueblo.

Es difícil, sino imposible, señalar a países plenamente democráticos. Hay que vivir en la idea de que la soberanía popular sigue siendo una hermosa utopía humana y lo que abunda son regímenes ilusamente democráticos o impostores. No basta con el voto, ni menos cuando este es manipulado por los poderes fácticos que finalmente son los que gobiernan las naciones.