Entre las numerosas barbaridades que conserva nuestra “civilización”, hay una que no sólo se mantiene, sino que además se incrementa. Me refiero a aquella que continúa considerando el boxeo como deporte e, incluso, ¡olímpico! Además de mantener como legítima una actividad que, por si misma, causa un mayor o menor daño entre sus cultores; se sigue considerando “deporte” una confrontación que contradice un objetivo esencial de aquel: Propender al perfeccionamiento y destreza física de quienes lo ejercen superando a sus rivales, pero de ningún modo dañándolos físicamente, lo que siempre está sancionado.
Así, el mejor jugador de fútbol es quien más goles mete en el arco del equipo rival; el mejor atleta es quien más rápido corre, más largo o alto salta, o quien a más distancia lanza un implemento específico; el mejor basquetbolista es quien más introduce el balón en el cesto del equipo contrario; etc. Es decir, el mejor deportista es la persona o equipo quien ejercitando una mayor destreza en una actividad física logra sobrepasar a sus rivales. Un logro que simplemente causa alegría en los ganadores y en sus seguidores; y desazón en los perdedores y sus adherentes.
Pero cuando hablamos del boxeo se convierte en algo completamente distinto. El mejor boxeador pasa a ser, en definitiva, quien más daño físico produce en sus rivales y, particularmente, ¡quien más traumatismos encéfalo-craneanos causa en sus oponentes, porque eso es lo que en términos médicos es un nocaut! Es increíble que nuestra sociedad actual, después de más de 75 años del reconocimiento universal de que la base de nuestra civilización radica en el respeto de los derechos humanos fundamentales, continúe considerando dicha actividad como una legítima actividad deportiva. La sociedad y el Estado se justifican en la medida que establecen normas e impulsan
prácticas destinadas al respeto y promoción de esos derechos, incluyendo el derecho a la integridad física y síquica. Además, desde muy antiguo se ha considerado delictivo el causar lesiones a otros a través de golpes, a no ser que se pueda acreditar que se lo ha hecho estrictamente como recurso extremo de legítima defensa personal.
Por otro lado, no se requiere ser un especialista para darse cuenta que la práctica permanente de dicho “deporte” causa, a la larga, un mucho mayor daño cerebral entre sus cultores que entre quienes nunca lo practican. Incluyendo en ello a sus mejores exponentes que nunca, o casi nunca, han sufrido traumatismos encéfalo-craneanos en el ring (nocauts). Y, por cierto, varios investigadores han llegado a comprobar que los boxeadores desarrollan particularmente con el el tiempo diversas enfermedades cerebrales, incluyendo el parkinson (ver Wikipedia).
Pero todavía más increíble –si es que cabe la expresión- es que en lugar de tender a abolir el boxeo como “deporte” ¡se haya extendido su práctica legítima a las mujeres! Así, a fines del siglo pasado se terminó con la prohibición que antes existía del boxeo femenino; en lo que ciertamente influyó una grotesca forma de entender una mayor igualdad de derechos de la mujer… Y en 2012, en la Olimpíada de Londres, se comenzó a incluir la barbarie del boxeo femenino, junto con el masculino.
Esperemos que el impacto mundial recientemente causado al ver como sólo en 46 segundos una boxeadora italiana tuvo que retirarse por el daño sufrido por dos golpes recibidos en su cara, genere una reacción condigna que no sólo termine con esta literal barbarie olímpica, sino que además provoque la abolición para siempre de esta brutalidad “deportiva” tanto entre hombres como mujeres.