Esta pequeña reflexión fue provocada por el reciente mensaje del presidente colombiano, Gustavo Petro, en relación con las elecciones en Venezuela y el estallido mediático y vandálico que acompañó este evento. En su declaración, entre otras cosas, Petro dice: «…Invito al Gobierno venezolano a permitir que las elecciones terminen en paz, permitiendo un escrutinio transparente con conteo de votos, actas y con veeduría de todas las fuerzas políticas de su país y veeduría internacional profesional. Mientras se realiza ese proceso, la tranquilidad puede llegar a las fuerzas ciudadanas opuestas y detener las violencias que lleven a la muerte hasta que termine el escrutinio y terminen oficialmente las elecciones. Proponemos, respetuosamente, llegar a un acuerdo entre Gobierno y oposición que permita el respeto máximo a la fuerza que haya perdido las elecciones. Le solicito al Gobierno de los EE.UU., suspender los bloqueos y las decisiones en contra de ciudadanos venezolanos. El bloqueo es una medida antihumana que solo trae más hambre y más violencia de las que ya hay y promueven el éxodo masivo de los pueblos. La emigración a EE.UU. desde Latinoamérica disminuirá sustancialmente si se levantan los bloqueos. Los pueblos libres saben tomar sus decisiones. […] El escrutinio es el final de todo proceso electoral, debe ser transparente y asegurar la paz y la democracia».

Antes de revelar toda mi esencia totalitaria y antidemocrática, me atrevo a poner en duda la sinceridad de este discurso. Estas palabras podrían haber sido escritas por algún teórico europeo desde algún café suizo muy creyente en las leyes y en los organismos internacionales, pero desconociendo totalmente la cruda realidad tercermundista. No puedo creer en la ignorancia ni en la ingenuidad del presidente colombiano. Pienso sinceramente que estas palabras no pueden haber nacido de la mente de un conocedor de las luchas populares y políticas de América Latina. A la ultraderecha venezolana, hermana gemela de la ultraderecha colombiana, con su temple paramilitar y su tremendo desprecio por la vida, emanado de siglos de violencia y esclavitud; no la dejan ser «una fuerza ciudadana opuesta», como la llama Petro, porque, antes que nada, es una fuerza patronal, colonial, paraca…, todo menos ciudadana. Es tan absurdo como ‘solicitarles’ a los Gobiernos de EE.UU., que crían, mantienen y alimentan esta fuerza, que «suspendan los bloqueos, porque hacen daño a los pueblos», ‘impidiendo’ el triunfo de la ‘democracia’.

Sabemos que la principal amenaza para los pueblos de América Latina y del mundo no proviene de «un contrincante político ciudadano» que gane o pierda elecciones, ni por las «decisiones erróneas» del Departamento de Estado. Cuando algunos repiten que Hugo Chávez siempre abogaba por la democracia no nos cuentan toda la verdad: Chávez desde el primer momento en el poder insistió solo en un tipo de democracia, la democracia participativa. La participación ciudadana es algo diametralmente contrario a lo que conocemos como ir a votar y en dos horas olvidarlo durante los próximos 4 o 6 años.

Hablemos entonces de esta palabra que se manosea tanto en el mundo entero, de la democracia. Hay quienes opinan, y con bastante razón, que la democracia es un invento burgués para el segmento acomodado de la población, que puede darse el lujo de ponerse a adornar la vida con bonitos conceptos y sabias reflexiones. Igual que en la Grecia antigua, la democracia era el privilegio siempre de unos pocos, mientras que los demás, la mayoría, los plebeyos y esclavos hacían funcionar la sociedad con elevadas ideas democráticas para los de arriba. ¿Habrá una gran diferencia entre esa democracia y la actual que se practica? ¿Realmente la mayoría participa en la toma de decisiones políticas?

¿Qué tenía que suceder en estas últimas décadas para que una idea tan atractiva y simple, como la de la democracia, se convirtiera en el concepto más profanado y pervertido de estos tiempos? ¿Por qué para la mayoría de las personas que no han olvidado cómo pensar esta palabra no hace más que causar irritación y sarcasmo?

Seguramente, varios votantes habituales se sorprenderán mucho cuando se enteren de que la democracia no es un fin en sí mismo, sino uno de los métodos para mejorar nuestra sociedad. Que no es un sistema político, sino una herramienta para gestionarlo. O que la celebración periódica de elecciones no es el único indicador de democracia ni mucho menos el principal. Que lo único realmente democrático que debería suceder en nuestras sociedades es, como lo soñaban Chávez y muchos otros, la participación activa cotidiana de los ciudadanos comunes y corrientes en la política y su organización para eso.

La democracia actual, que nos está siendo impuesta por los dueños del poder de los medios de comunicación, sin ética, sin educación, sin cultura y sin el acceso libre a diferentes fuentes de información, se parece a unas clases de natación en una piscina sin agua.

En el envoltorio de las «votaciones democráticas» periódicas por diferentes matices de lo mismo, al mundo se le impone la tiranía de la vulgaridad, la ignorancia y la idiotez.

La sociedad de consumo ha alimentado a un individualista colectivo vulgar y autocomplaciente, acostumbrado a hacer valer solo sus propios derechos de acuerdo a la comodidad y a su placer, aquí y ahora, a cualquier precio y con nula capacidad de reflexión, autocrítica o empatía. Esta civilización es, en sí misma, una enfermedad autoinmune de la humanidad.

La hipocresía se ha vuelto tan cotidiana y necesaria como el aire. Si todos los agresores que han lanzado numerosas guerras en las últimas décadas bajo pretextos espurios y con millones de víctimas civiles hubieran recibido alguna vez siquiera una décima parte de la condena, las sanciones y el boicot cultural que se aplican hoy contra Rusia, este mundo se habría convertido hace tiempo en un paraíso terrenal. Obviamente, esto implicaría también un suicidio colectivo de asesinos económicos y otras mil maravillas, al mejor estilo de la declaración de Petro.

Llamar ‘democracia’ a los procesos electorales que se basan enteramente en el ‘marketing’, la manipulación y la ignorancia es no querer aceptar el significado ni el espíritu de esta palabra. Tampoco nadie explica que el modelo occidental de democracia no es el único ni que está lejos de ser el mejor. Las elecciones ‘directas y generales’ de una población manipulada que no entiende nada de política no pueden elegir nada en absoluto. Justamente por eso existe una mayoría de edad para votar, porque se supone que el infante no tiene la capacidad para la toma de decisiones, una población enajenada y manipulada es exactamente como el menor de edad. Presidentes como Milei o Zelenski son la prueba de ello. Abusando descaradamente de esta realidad, el poder nos anuncia que debe ser tutor, el curador de los pueblos que, manipulados por la ‘desinformación’, no se saben dirigir (como ellos querrían), así como lo dijo Klaus Schwab, en su discurso en el Foro de Davos 2024.

Otros modelos de participación democrática han existido y existen. Desde los sóviets (consejos) en la Revolución rusa, hasta los Comités de Defensa de la Revolución cubanos o en los territorios autónomos indígenas en varios estados de México, inspirados por el zapatismo. Es decir, diferentes formas del poder popular, normalmente menospreciadas por los países occidentales, que se autodenominan democráticos, aunque algunos incluso por elección divina sean también monarquías.

El concepto de democracia se ha convertido en una categoría moral absoluta, al igual que antes lo fue la práctica religiosa. No ser demócrata es una herejía. Nuestro mundo es tan grande y diverso que nadie puede exigir que en todos sus rincones, culturas, historias y sensibilidades sean reducidos a un solo esquema social que, además, no funciona en ninguna parte, porque es una farsa.

Sin educación, sin cultura y sin valores colectivos universales en la sociedad, cualquier votación no será una elección. En otras palabras, para que una democracia sea realmente democrática debe convertirse en un poder popular, con valores totalmente opuestos a los que nos impone el decadente sistema neoliberal capitalista.

El artículo original se puede leer aquí