La inauguración de las Olimpiadas París 2024 ha sido un ejemplo de respeto por las gentes y sus culturas, de reconocimiento de la diversidad y de inclusión de lo distinto.

Si hace unos días la sociedad francesa, con sus futbolistas tomando partido, nos enseñó cómo frenar a quienes quieren acabar con las libertades y los derechos de todas y todos, la fiesta inaugural de la XXXIII Olimpiada ha sido otra demostración de los valores humanos universales.

En un recorrido de más de seis kilómetros por el Sena, la presentación de los Juegos Olímpicos ha construido una representación amplia y abierta de la inabarcable cultura gala, de su riqueza y tradición, sin dejar de lado toda la variedad y el mestizaje que atesora y que le ha hecho ser un referente mundial.

Por primera vez en la historia de los Juegos la ceremonia no se ha limitado al recinto cerrado de un estadio. Y esa apertura al exterior les ha permitido a sus organizadores incluir gran parte de los escenarios icónicos de la Ciudad de la Luz, dar cabida a las artes y a las tecnologías y ceder el protagonismo de esta gran obra no sólo a personajes famosos, del deporte o de otras áreas, sino también a personas comunes de la sociedad civil.

Además, y para tumbar parte de esa fama de chauvinistas que los acompaña, les han dado papeles relevantes a representantes del deporte y de la cultura de otros países como Comâneci, Dion, Gaga, Lewis, Nadal o Williams.

Tal vez les faltó la guinda de expresar con contundencia las contradicciones de ese espíritu olímpico que promueve la excelencia, la amistad y el respeto, al incluir entre los países participantes al de la estrella de David. Pero puede que eso no sea una decisión que le competa al Comité Olímpico francés, sino a la comunidad internacional en pleno que no tiene los arrestos necesarios para usar el mismo rasero con todos los países y en todos los casos. Y siempre se les podrá criticar el cómo solventar la movilidad, los derechos civiles y el disfrute del espectáculo con mantener esa ´bendita` seguridad.

Aun así, y a pesar de algunas lecturas terciadas y retorcidas por parte de personas fundamentalistas cristianas -que seguro que no se rasgan las vestiduras públicamente por lo que está sucediendo en Palestina- la ceremonia del viernes 26 de julio de 2024 pasará a la historia como una lección de cultural universal, todo un espectáculo artístico y deportivo y una reafirmación de los tres pilares que sustentan al país organizador desde la revolución de 1789: libertad, igualdad y fraternidad.