Por Robert Kibet

NAIROBI – En el corazón de la aldea Empash, una comunidad fragmentada ubicada en Suswa, en el condado de Narok, a casi 100 kilómetros al noroeste de Nairobi, la historia de Naomy Kolian se ha desarrollado como una conmovedora saga de dolor, resiliencia y determinación inquebrantable.

Fue aquí, en los alrededores de donde vive su familia y es su hogar, donde fue sometida a la mutilación genital femenina (MGF), una tradición brutal que le dejó cicatrices físicas y emocionales. Este trauma oculto perduraría y la atormentaría hasta bien entrada en la edad adulta.

Aquí, la cultura masái prospera sobre un tapiz de abundantes tradiciones y costumbres profundamente arraigadas. Los cantos rítmicos de canciones ancestrales se mezclan con los mugidos lejanos del ganado, pintando un cuadro de tranquilidad pastoril. Sin embargo, bajo esta pintoresca fachada se esconde una cruda realidad para muchas mujeres masáis, que Kolian conoce muy bien.

Madre de cinco hijos y luchadora indetenible contra la MGF, una práctica que casi destruye su vida, ella testimonia la fuerza del espíritu humano.

Su viaje comenzó con una oportunidad inverosímil. Compasión Internacional, una organización humanitaria cristiana, le ofreció la posibilidad de ir a la escuela en una comunidad donde educar a las niñas, por lo general, está subestimado.

Le fue muy bien tanto en la parte académica como en el deporte y se convirtió en una de las mejores corredoras en su escuela primaria.

Pero este futuro prometedor fue interrumpido abruptamente cuando, a los 14 años, luego de los exámenes finales del nivel primario, la obligaron a someterse a la MGF; un rito de iniciación que le robaría su potencial atlético y mucho más.

“Nos llevaron donde estaba mi madre”, recuerda, su voz teñida con una mezcla de dolor y resiliencia. “Allí, nos encontramos con varias personas y una vaca sacrificada. Cuando pregunté qué sucedía, me mintieron y respondieron ‘nada’. Mi madre finalmente me reveló que debía someterme a la ablación, dado que todas mis amigas ya lo habían hecho”, rememora.

A la mañana siguiente, Kolian quedó al cuidado de ancianas en una manyatta, una cabaña de barro tradicional. Lo que siguió fue una verdadera pesadilla. En las horas frías de la madrugada, la llevaron hacia afuera, la desnudaron y la rociaron con agua helada destinada a adormecer sus nervios.

“En ese momento me desmayé”, cuenta, secando sus lágrimas con la palma de la mano.

La voz de Naomy titubea mientras describe los detalles atroces de su mutilación. Unas mujeres fuertes la sentaron y la sostenían contra el suelo. A pesar de su lucha, logró dominarlas por un momento, pero esto solamente condujo a más medidas brutales.

“Optaron por atarme las piernas con sogas y pasarlas por agujeros a través de la pared. Los hombres que estaban afueran sostenían las sogas, para forzar la apertura de las piernas y darle tiempo de sobra a la anciana para llevar a cabo su tarea”, explica y recuerda cómo sintió que una pierna se adormecía.

En la comunidad masái, la MGF carece de un método preciso y a menudo termina en complicaciones graves. Kolian continuó sangrando mucho y las mujeres que la atendían recurrieron a aplicarle azúcar, miel y leche fría en la herida.

Ante el fracaso de estos remedios, le ataron las piernas juntas en un intento inútil de detener la hemorragia. La desesperación las llevó a extraer casi un litro de sangre fresca de vaca, que la obligaron a beber, con la esperanza de que pudiera cortar la pérdida de sangre.

El calvario de Kolian es una clara representación del sufrimiento al que se enfrentan muchas mujeres masái, que soportan estas prácticas inhumanas bajo el pretexto de la preservación cultural.

Lilian Saruni, otra víctima de ablación, es madre de siete hijos y está casada con un hombre mayor con 10 esposas. “Me dedico al negocio de las perlas, que me permite educar a mis hijos, y así ellos pueden obtener la educación básica”, afirma.

Relata que “mi esposo amenazó con la maldición de que cualquiera que impidiera la ablación de sus hijas moriría, incluido el médico”. Con el respaldo del jefe de área y el clero, Sarumi logró proteger a su hija y ampliar sus esfuerzos para ayudar a otras niñas.

Con su propia experiencia como poderosa narrativa, actualmente Sarumi es una de las promotoras de la erradicación de la MGF más influyentes y persuasivas de Kenia. Como fundadora de la organización comunitaria Eselenge Engayion, se centra en empoderar a la juventud y proporcionar refugios seguros a las niñas que huyen de la práctica de “cuchillo forzoso” en su aldea natal.

“El dolor por el que pasé está fresco en mi mente hasta hoy y lo peor de todo es que perdí mi talento deportivo por completo”, confiesa. Pero eso sí, su determinación permanece intacta.

“Los profesores de la escuela secundaria me castigaban por no participar en el deporte que indicaba mi certificado; confundían mi incapacidad de participar por ignorancia”, comenta Kolian.

Decidida a no permitir que su pasado defina su futuro, perseveró.

“Me dije a mí misma que no debía rendirme. Le dije a mi padre que estudiaría en la universidad. Trajeron a un hombre mayor a casa. Se resistieron diciendo que tras haberme sometido a la mutilación genital, debía contraer matrimonio. En ese momento decidí fingir y comencé una relación con un hombre joven que no amaba. Y luego quedé embarazada”, relata.

El miedo a los hospitales por las cicatrices de la MGF complicó aún más sus dificultades durante el parto. “Temía ir al hospital por el desgarro a causa de la cicatriz. Tuve un parto prematuro. Le pregunté a mi mamá qué estaba sucediendo y ella me animó diciéndome que generalmente es así. Me derivaron al hospital Kijabe. No podía caminar bien”, comparte.

El segundo parto fue igual de doloroso, pero con el apoyo de su comprensivo esposo, Kolian logró seguir un curso certificado en Educación para el Desarrollo de la Primera Infancia. Trabajó como voluntaria y aprovechó todas las oportunidades para educar a niños pequeños y niñas sobre los efectos de la MGF.

Puede leer aquí la versión en inglés de este artículo.

Patrick Muia Mdavi, profesor adjunto de ginecología y obstetricia en la Universidad de Nairobi, explica que “cuando se analizan los impulsores de la MGF, dicen que es una cuestión cultural, religiosa. Pero incluso cuando preguntamos qué religión avala esta práctica, no pueden especificar qué culto prescribe este vicio”.

Resalta el daño severo infligido a las niñas y mujeres al afirmar que “la MGF viola la integridad corporal y ha resultado en muertes de mujeres y niñas. En Kenia, la MGF puede provocar fístulas, que afectan la comunicación entre la vejiga y el canal de parto. A menudo, las madres jóvenes forzadas a someterse a la ablación tienen hijos con parálisis cerebral”.

Muia subraya las complicaciones crónicas y de por vida de la MGF, que abarcan problemas médicos y de salud mental. Asegura que “las mujeres y niñas sufren de ansiedad y temor a la intimidad, especialmente en los lugares donde se utilizan los peores métodos para llevar a cabo esta práctica”.

Jane Soipan Letooya, poetisa de la localidad de Keekonyoike, usa su talento para denunciar la MGF.

Afirma que “la MGF, considerada como una práctica cultural, se vuelve generalizada en nuestra comunidad. La práctica ha truncado el futuro de muchas niñas”. Soipan comenzó su campaña en 2020, durante la pandemia de covid-19, motivada por el temor y pérdida que experimentaron sus compañeros de clases.

Sharon Saruni, una alumna de 23 años, fue rescatada por su madre, Lilian Saruni, de la agresión de su padre.

“Es necesario un debate común entre las partes interesadas para indagar sobre la raíz de este vicio generalizado en la comunidad masái”, insiste Saruni. Insta a las jóvenes a denunciar sin temor, a la vez que resalta la baja autoestima y los sueños destruidos a causa de la MGF.

Según el Ministerio de Asuntos Sociales de Somalia y un informe del Fondo de Población de Naciones Unidas de 2020, Somalia tiene la prevalencia de MGF más alta registrada a nivel mundial, con alrededor de 98 % de mujeres de entre 15 y 49 años a las que sometieron a ablación.

El Artículo 9 de la Constitución somalí les garantiza a las mujeres el derecho a no ser víctimas  de violencia. Sin embargo, en la actualidad no hay una política anti MGF viable aprobada. El Ministerio de Asuntos Sociales, en colaboración con las partes interesadas correspondientes, está redactando una política anti MGF que ya se ha presentado al gabinete para su aprobación.

“Esta política dará asistencia y respaldará la lucha contra la MGF en Somalia. Sin ella, no existe una referencia para tomar medidas contra los responsables. Esta política mejorará significativamente nuestras intervenciones para poner fin a la MGF”, dijo Yahye Mohamed, un líder de equipo que también trabaja para Action Aid de Somalia, a IPS en una entrevista virtual.

El conflicto continuo en el este y la sequía han interrumpido el avance de la lucha contra la MGF y la aprobación de esta política.

Jacinta Muteshi, líder regional de equipo de The Girl Generation – Support to the Africa‑Led Movement denominado TGG‑ALM, señaló que los índices de prevalencia siguen estando muy altos en muchos países de África oriental.

“Hemos estado a la vanguardia apoyando a quienes lideran la lucha contra la MGF en la región del este de África”, comentó a IPS en una entrevista.

TGG-ALM es un consorcio dirigido por Options Cunsultancy Services, que incluye Amref Health Africa, Action Aid, The Orchid Project, The African Coordination Centre for the Abandoment of FGM/C y la inglesa Universidad de Portsmouth.

Trabajan activamente en Kenia, Etiopia y Somalia, en la región de África oriental, además de la occidental Senegal, para combatir la MGF.

En una conferencia de la Unión Africana en Tanzania, los representantes de gobierno destacaron la importancia de las acciones colaborativas e hicieron hincapié en la necesidad de unificar las leyes y sanciones, establecer asistencia telefónica para personas en riesgo y estandarizar definiciones de MGF para consolidar sus enfoques.

“Si observamos el continente africano, para los 28 países donde la prevalencia es alta, estamos hablando de cerca de 55 millones de niñas que padecen la MGF. Generalmente, los matrimonios forzosos y tempranos están en línea con estos índices de prevalencia”,  dijo Muteshi a IPS.

En Kenia, los mandatarios tienen una postura firme contra la MGF en términos de políticas, recursos y declaraciones públicas. En Senegal Amref Health Africa y Action Aid han colaborado con los miembros del parlamento para destacar la importancia de unificar las leyes regionales para erradicar la MGF.

“Muchos países tienen leyes, pero su incongruencia en hacerlas cumplir o asignar los recursos para que esos esfuerzos sean eficaces es preocupante. Por lo tanto, es necesario reunir a los miembros del parlamento para poner en evidencia estas cuestiones”, añadió Muteshi.

Un informe publicado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), titulado Mutilación Genital Femenina: Una preocupación global 2024 , indica que el ritmo del progreso se está acelerando, pero la tasa de disminución debería ser 27 veces más rápida para alcanzar el objetivo de eliminar lla ablación para 2030.

Es una de las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), en que se establece la eliminación de prácticas nocivas para las mujeres en 2030.

Saruni Reson, jefe sénior en Enosupukia, subcondado de Narok Oriental, vive hace cincuenta años en Oloserian. Solía ser profesor y comenzó su lucha contra la MGF al dar el ejemplo con sus hijas.

“Como familia, hemos salvado a 59 niñas de someterse a la ablación y nos hemos propuesto difundir el mensaje contra este vicio”, afirma.

Reson destaca las dificultades en la lucha contra la MGF. Sostiene que “La distancia es una de las principales dificultades, especialmente cuando se trata de la movilidad sumado al terreno de la localidad cuando llueve”.

A pesar de estos obstáculos, el modelo de seguridad de la comunidad, incluidos los ancianos de la aldea y la policía local, ha sido decisivo a la hora de rescatar niñas.

“La visión del gobierno de erradicar la ablación para 2030 se logrará por medio de nuestra asistencia, pero apuntamos a lograrlo antes de ese año”, asegura. Reson pide el establecimiento de hogares seguros cerca de instituciones educativas, que brinden refugio a las niñas y les den la oportunidad de un futuro mejor.

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