por Aram Aharonian y Álvaro Verzi Rangel

Hace casi 90 años, en 1935, la novela distópica de Sinclair Lewis “Eso no puede pasar aquí”, alertaba sobre la llegada del fascismo a Estados Unidos. Pero sí, puede pasar, porque no existen controles institucionales sobre las ambiciones autoritarias de Donald Trump desde que la misma Corte Suprema respalda una investidura presidencial con tintes imperiales.

El lunes 1° de julio, último día del período de sesiones de este ciclo anual, la Corte Suprema estadounidense emitió su dictamen en el caso “Donald Trump contra Estados Unidos”. En un fallo de seis votos a favor y tres en contra, la mayoría conservadora del alto tribunal concedió al expresidente inmunidad frente a procesos judiciales por las acciones de carácter “oficial” que llevó a cabo durante su mandato presidencial.

El fallo constituye una victoria para Trump, que está intentando eludir ser sometido a juicio por intentar revocar los resultados de las elecciones presidenciales de 2020 para permanecer en el poder.

En un contundente escrito de disenso, la jueza Sonia Sotomayor expresó: “El presidente de EEUU es la persona más poderosa del país y, posiblemente, del mundo. Cuando utilice sus poderes oficiales, sea como sea que los utilice, […] ahora estará protegido de afrontar cualquier proceso judicial. ¿Ordenar a [la fuerza de operaciones especiales] Sexto Equipo SEAL asesinar a un rival político? Inmune. ¿Organizar un golpe de Estado militar para aferrarse al poder? Inmune. ¿Aceptar un soborno a cambio de un indulto? Inmune. Inmune, inmune, inmune. […] En cada uso del poder oficial, el presidente es ahora un rey que está por encima de la ley”.

Rey. Autócrata. Totalitario. Autoritario. Dictador.Donald Trump admira a los dictadores. En una entrevista reciente con el presentador de Fox News Sean Hannity, el expresidente afirmó que, si volvía a ser presidente, querría ser dictador por un día: “Me encanta este tipo. Me pregunta ‘¿Usted no va a ser un dictador, cierto?’ Y yo le digo: ‘No, no, no; excepto el primer día [del mandato]’”, recuerda Amy Goodman en Democracy Now!

Muchos dictadores, desde Julio César hasta Adolfo Hitler, han llegado al poder por medios legales antes de hacerse con el poder absoluto.

En 1990, Mike Godwin, abogado experto en internet y libertad de expresión, publicó la humorística “Ley de Godwin” acerca de la entonces incipiente internet: “A medida que una discusión en internet se alarga, se hace cada vez más probable que alguien establezca una comparación con Hitler o con los nazis”, lo que hará que la discusión se torne cada vez más vacía de contenido.

Hay que ver el mundo de frente. Hoy, con el aumento de gobiernos autoritarios y el surgimiento de una ola de líderes populistas de derecha que ganan elecciones en las cada vez más escasas democracias del mundo, las nuevas comparaciones con el ascenso del fascismo hace un siglo ya no son irrelevantes ni irresponsables, sino que por el contrario son perninentes: es más, se necesitan con urgencia.

En Europa, los partidos ultraderechistas están en el poder en Croacia, República Checa, Finlandia, Hungría, Italia y Eslovaquia. Hace pocos días, el ultraderechista Partido por la Libertad, liderado por el islamófobo Geert Wilders, formó en Países Bajos un gobierno de coalición. En Francia, partidos de izquierda y centro se juntan para impedir que la extrema derecha alcance el poder, mientras el ultraderechista y xenófobo primer ministro húngaro, el Viktor Orbán, asumía la presidencia rotatoria de la Unión Europea.

En América Latina, Nayib Bukele en El Salvador, Daniel Noboa en Ecuador, Javier Milei en Argentina, representan esa nueva ultraderecha alimentada desde Estados Unidos y la Europa occidental, mientras Jair Bolsonaro sueña con el retorno a la presidencia brasileña y José Antonio Kast pretende dirigir Chile.

En 1935, hace 89 años, el renombrado periodista independiente George Seldes publicó “Sawdust Caesar”, una biografía política del dictador italiano Benito Mussolini, donde advertía: “El fascismo no solamente existe en Estados Unidos, sino que se ha vuelto fuerte y temible. Solo hace falta un Duce, un Führer, un líder, así como la generosidad de los bolsillos de quienes se benefician económicamente con su victoria, para que se convierta en la fuerza más poderosa que amenaza a la república”.

Supremacismo blanco

Ese mismo año, W. E. B. Du Bois publicó Black Reconstruction in America, obra fundamental de la historiografía revisionista afroamericana que apareció entre el tumulto de la persecución a los Nueve de Scottsboro (nueve adolescentes negros acusados falsamente de haber violado a dos mujeres blancas en un tren en Alabama en 1931) y mientras Jesse Owens conseguía su medalla en las Olimpíadas de Berlín, hecho que fue visto tanto como una burla hacia Hitler como un gesto de desaprobación a los Estados Unidos segregacionistas.

No es una coincidencia que Du Bois en su estudio implique más de una vez que el supremacismo blanco del Estados Unidos segregacionista podría ser considerado “fascismo”. Casi medio siglo después, Amiri Baraka volvió explícita la concepción de Du Bois argumentando que el fin de la Reconstrucción enfrentó a los afroamericanos de Estados Unidos ante el fascismo, señala Sarah Churchwell.

“No existe otro término para describirlo. El derrocamiento de gobiernos elegidos democráticamente y el control mediante el terror directo por parte del sector más reaccionario del capital financiero […] llevado adelante mediante el asesinato, la intimidación y el robo por parte de las primeras tropas de asalto, de nuevo el prototipo hitleriano, del Ku Klux Klan, financiado directamente por el capital del norte”, señaló.

El programa antinegro proveería “una causa común a los fascistas estadounidenses así como el antisemitismo lo había hecho con los alemanes. Otros esperaban que las profundas raíces antisemitas del cristianismo evangélico proveyeran una causa común igualmente plausible para el fascismo estadounidense.

Churchwell señala que uno de los últimos y más horrorosos linchamientos públicos en EEUU ocurrió en octubre de 1934 en el noroeste de Florida, donde una multitud de al menos cinco mil personas se reunió para contemplar un evento publicitado horas antes en la prensa local. Claude Neal fue quemado y castrado, se le colocaron los genitales en la boca y se lo obligó a decir a sus torturadores que le gustaba su sabor.

Después de ser arrastrado hasta morir detrás de un auto, la multitud orinó sobre su cadáver mutilado, al que luego colgaron del juzgado de Marianna. La prensa alemana hizo circular fotos de Claude Neal, cuya horrible muerte describieron con “agudos comentarios editoriales afirmando que los EE. UU. deberían poner en orden su propia casa” antes de censurar el trato que otros gobiernos dan a sus ciudadanos.

“Dejen de linchar negros responden nazis a críticos estadounidenses” fue el titular del Pittsburgh Courier donde se informaba sobre la versión alemana de la violencia racial estadounidense.

El peligro Trump II

En EEUU (casi) todos señalan que ganará Donald Trump, el mismo que en 2016 compartió en la entonces red social Twitter una cita de Mussolini: “Es mejor vivir un día como un león que 100 años como una oveja”. Luego, en la cadena NBC News defendió su publicación: “Sé quién dijo [esa frase]. Pero, ¿qué importa que haya sido Mussolini o cualquier otra persona? Es, sin dudas, una cita muy interesante”.

Sarah Churchwell, de la Escuela de Estudios Avanzados de la Universidad de Londres, señala que los vestigios del fascismo de entreguerras han sido desenterrados y adaptados a los tiempos modernos.

James Waterman Wise instaba a la población a reconocer la gravedad del fascismo como una amenaza interna. “Los Estados Unidos del poder y la riqueza –advertía Wise– necesitan del fascismo”. Es muy posible que el fascismo estadounidense llegue “envuelto en la bandera estadounidense y anunciado como un llamado a la libertad y la defensa de la constitución”, señaló.

Algunos creen que el antisemitismo es una prueba de fuego, otros el genocidio. ¿Cuenta el colonialismo? Aimé Césaire, C. L. R. James y Hannah Arendt, entre otros pensadores notables cuya vida estuvo atravesada por los primeros fascismos, pensaban sin duda que sí, y consideraban que el fascismo europeo infligió sobre cuerpos blancos lo que los sistemas coloniales y esclavistas habían perfeccionado sobre cuerpos negros y morenos.

La resistencia de los principales medios de comunicación a la palabra fascismo tiene sus raíces en el horror de las élites a “tomar partido” en las disputas políticas y en el temor que sus financistas –individuales y corporativos- les corten sus aportes. La inconfundible tendencia fascista del movimiento Trump quedó muy clara cuando promulgó su primera prohibición antimusulmana y utilizó su poder ejecutivo para crear una agencia federal para combatir la inexistente plaga de delitos violentos de los inmigrantes.

Las expresiones disidentes no solo de estudiantes en Estados contra la complicidad con Israel en su guerra, la defensa de los libros y la libertad de expresión contra la censura ultraderechista, la lucha por los derechos de los trabajadores, de las mujeres, de la comunidad gay, de los derechos civiles básicos de las minorías, los indígenas y los inmigrantes, contra el descontrol de las armas de fuego, la lucha por la justicia ambiental, entre otras cuestiones– se manifiestan de manera cotidiana. De ello depende la supervivencia de lo que queda de democracia y el futuro de esa república.

Para los analistas, ésta es la tercera llamada para lo que abiertamente se anuncia como una obra neofascista. La primera llamada fue la elección de 2016, la segunda fue el primer intento de golpe de Estado en la historia de Estados Unidos, en 2021. La tercera es la elección presidencial que culminará en noviembre próximo. No pocos ya están haciendo planes para el autoexilio…y no están bromeando, señala David Brooks.

Trump pretende rehacer el gobierno federal a su imagen de “hombre fuerte”, utilizar el sistema de justicia federal para “vengarse” de los enemigos políticos e invocar la Ley de Insurrección para criminalizar la disidencia y adoptar versiones nuevas y mucho más draconianas que sus primeras prohibiciones de inmigración.

«Trump llama ‘alimañas’ a los enemigos políticos, haciéndose eco de los dictadores Hitler y Mussolini», señaló el Washington Post. Forbes, publicación considerada la biblia de la alta burguesía indicó que “Trump compara a sus enemigos políticos con ‘alimañas’ en el Día de los Veteranos, haciéndose eco de la propaganda nazi”.

Por definición, un fascismo estadounidense haría uso de símbolos y lemas estadounidenses. “No esperen verlos alzar la esvástica –advertía James Waterman Wise, hijo del ilustre rabino estadounidense Stephen Wise– o emplear cualquiera de las formas populares del fascismo europeo”.

El carácter ultranacionalista del fascismo implica que opera a través de su propia normalización, apelando a costumbres nacionales que resultan familiares para promover la idea de que no ha habido una modificación en los asuntos políticos. Tal como lo proclamó en 1934 José Antonio Primo de Rivera, líder y fundador del partido protofascista Falange Española, todos los fascismos deberían ser locales y autóctonos.

Antecedentes

En vísperas de la Segunda Guerra Mundial ya actuaban en Estados Unidos las organizaciones fascistas Camisas Plateadas, el Bund Germano Norteamericano, el Frente Cristiano, que dirigía el pastor Cougling, y la organización America First, que dirigía Gerald Smith, este muy similar al movimiento que impulsó Donald Trump.

Al iniciar la Segunda Guerra Mundial hubo quienes plantearon la posibilidad de establecer una «dictadura fascista disfrazada». Este fascismo estadounidense tendría sus propias características y particularidades y había surgido con el fortalecimiento de los militares en la política estadounidense, con guerras de guerrillas racistas, avaladas por el gobierno y la CIA, por el fortalecimiento del poder ejecutivo de poder declarar la guerra de manera unilateral.

El periodista Mike Newberry señalaba que ese surgimiento se debía, también, a las medidas que se tomaron de restricción de libertades públicas, como la de expresión, y de las libertades civiles, como las establecidas en las leyes Smith y McCarran, la famosa Comisión de Actividades Antinorteamericanas, del senador McCarthy, que originó la persecución más grande de ciudadanos, en la década de 1950, , llevándolos incluso a la pena de muerte.

Se estableció de esa manera un régimen dictatorial vestido de democracia, lo que sigue siendo una clave para entender mucho de lo que sucedió bajo el gobierno de Donald Trump, con el apoyo tácito que daba a organizaciones racistas y a actuaciones policiales altamente represivas, estimulando las acciones salvajes y desmedidas de sus seguidores, de calificar negativamente y como delincuentes a quienes se le oponían o criticaban.

En la década de 1930, hubo tendencias en Estados Unidos de interrumpir las relaciones internacionales, y las de tipo cultural, así como Trump tendió a sacar a Estados Unidos de instituciones internacionales, y de romper su presencia en la globalización económica que también habían impulsado a construir.

Entre Hitler y Trump

Como en la década del 30, Trump concentró su interés en fortalecerse en los Estados más atrasados políticamente, con población bastante analfabeta en lo político, conservadora por su militancia en el Partido Republicano y por la influencia de las corrientes religiosas no católicas, especialmente las pentecostales.

El catedrático costarricense Vladimir de Lemos señala que Trump, a diferencia de Hitler, ya tenía un Estado, el de la Unión, unificado en todo sentido, en cierta forma un Estado autoritario, militarizado, policialmente fuerte, con mecanismos aptos para desarrollar formas terroristas y despóticas del ejercicio de gobierno.

Desde 1961, cuando el presidente Eisenhower, dejó el gobierno, advirtió del surgimiento del llamado complejo industrial militar, advirtiendo en cierta forma el peligro que eso podía contener para el Estado norteamericano, en cuanto a la alianza de los sectores productivos para el ejército y las guerras con los grupos o camarillas gobernantes. El senador Ralph Flanders, en esa época llamó la atención sobre el sacrificio que se estaba haciendo de «perder» la libertad y de convertir el modo de vida norteamericano en un «modo de vida de un Estado cuartel».

A los radicales políticos de la derecha en Europa y en otras partes del mundo los llaman fascistas, mientras en Estados Unidos tan solo radicales de derecha, o la derecha. Trump acusó fuertemente al Partido Demócrata de socialistas y a los demócratas hasta de «comunistas», procurando construir ese escenario de guerra fría interno y de revivir esas tradiciones fascistas en Estados Unidos.

“Si a Kennedy lo mataron los fascistas y ultraderechistas de su época, su asesinato mostró la forma, en ese momento, de dar un cambio de timón en el gobierno, de dar un golpe de estado a lo gringo. Algo así quiso hacer Trump con su marcha sobre Washington, al estilo fascista de la de Mussolini, el 6 de enero. Ese golpe de estado a lo Trump sigue vigente mientras él mantenga que su triunfo electoral le fue robado y que el gobierno de Biden es ilegítimo por su origen fraudulento”, añade de Lemos.

Joseph Raymond McCarthy, senador republicano por el estado de Wisconsin desde 1947 hasta su muerte a los 48 años en 1957, se convirtió en el personaje más visible del fascismo en los EEUU. La cara pública de un período en EEUU en el que las tensiones de la Guerra Fría alimentaron pesadillas de una “subversión comunista”. El término “macartismo”, acuñado en 1950. se aplicó a las actividades anticomunistas en general.

Después del descredito de McCarthy, permanecieron en puestos de gran poder político y económico numerosos fascistas entre ellos el director del FBI, J. Edgar Hoover, quien siempre se apresuró a equiparar cualquier tipo de protesta con la subversión comunista, incluso las por los derechos civiles encabezadas por Martin Luther King Jr., a quien calificó de comunista y trabajó encubiertamente para intimidar y desacreditar al líder de los derechos civiles.

La información fabricada por el FBI resultó esencial en casos legales de alto perfil, incluida la condena en 1949 de 12 líderes prominentes del Partido Comunista Estadounidense acusados de haber “propugnado” el derrocamiento del gobierno. Los agentes de Hoover ayudaron al fascista Roy Cohn (más tarde mentor de Trump) a construir el caso contra Julius Rosenberg y su esposa Ethel, que –sin prueba alguna- fueron condenados por espionaje en 1951 y asesinados en la silla eléctrica en 1953.

Desde el fin de la guerra, con el macartismo, el fascismo en Estados Unidos empezó a desarrollarse y a crecer. Trump encarna hoy esta figura monstruosa del nuevo líder fascista de Estados Unidos.

*Codirectores del Observatorio en Comunicación y Democracia del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).  Aharonian también es director de CLAE. Con la colaboración del equipo de investigación de CLAE

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