La liberación de Julian Assange no significa el triunfo de la libertad de expresión. El fundador de Wikileaks jamás debió ser perseguido y encarcelado por autoridades estadounidenses empeñadas en violar las tan mentadas libertades de prensa y expresión para esconder los horrendos crímenes de sus fuerzas militares en Medio Oriente.
Su delito, por el que pidieron 170 años de prisión en EEUU, consistió en violar el secreto de Estado para sacar a la luz pública vulneraciones de derechos humanos y del derecho internacional, abusos y otros desmanes de gobiernos considerados “democráticos” y en utilizar la tecnología y las posibilidades que brinda internet para poner a disposición de la opinión pública global, a través de la plataforma WikiLeaks, la documentación que demostraba la comisión de esos crímenes.
Quizá sin proponérselo, desbarató el secretismo del gobierno estadounidense que garantizaba (y garantiza) la impunidad de quienes cometen crímenes de Estado con la excusa precisamente de proteger a estos Estados del mal. Y pagó carísima su osadía de fiscalizar el poder imperial y exponer la verdad, amparada en documentación oficial.
El proceso contra Assange fue diseñado para dejar un mensaje claro a todo el mundo, que el poder imperial utilizará todos los medios, todas las herramientas para impedir que nuevamente quede al desnudo. Para muchos, esto no significa ni más ni menos que el asesinato del periodismo y de la tan mentada libertad de expresión e información (en nombre de la sacrosanta democracia occidental y cristiana).
La realidad cotidiana nos muestra que una de las señas de identidad del neofascismo es la utilización de los bulos y las mentiras para construir su discurso político. Parten de premisas falsas para levantar sobre ellas un relato hecho a su medida.
Por eso se mueven como peces en el agua al margen de los medios de comunicación y de los periodistas. Crecen y se reproducen al calor de las redes sociales, lejos de cualquiera que fiscalice sus falacias y las desmonte; señalan públicamente a periodistas y medios. Europa llevas años en un retroceso constante de derechos.
“Son matones de baja estofa, pero con herramientas enormemente sofisticadas a su alcance que utilizan con maestría. ¿Habría salido Assange libre con Donald Trump en el gobierno de EEUU? ¿Qué habría ocurrido con Chelsea Manning de no haber conmutado Obama su pena?”, señala Virginia Alonso en Público.
No ha habido mejor excusa que los atentados islamistas en Europa para podar derechos fundamentales. No hubo sicarios para Assange, sino una persecución sin cuartel de la que fueron cómplices (y lo siguen siendo) no pocos de los medios de comunicación que al principio WikiLeaks utilizó como aliados para difundir sus filtraciones.
La liberación de Assange no deshace los males imperdonables que Estados Unidos infligió en su persecución, ni revierte el daño mundial que se ha hecho al hacer de él un ejemplo público para mostrar lo que le sucede a un periodista que dice verdades incómodas sobre el gobierno más poderoso del mundo. Como señaló Rasmus Nielsen, profesor de la Universidad de Oxford y director del Instituto Reuters, “Es peligroso empoderar a los gobiernos para que sean árbitros de la verdad”.
Desde las entrañas mismas de los servicios de inteligencia militares la analista Chelsea Manning hizo llegar centenares de miles de cables que contaban una historia extremadamente diferente a la que gobiernos y medios habían relatado sobre la “guerra al terror” de EEUU sus aliados a nivel internacional.
La inteligencia estadounidense sostuvo que ese debilitamiento de la posición de Washington fortaleció la actividad de Al Qaeda, del Talibán y otras organizaciones terroristas. Así, el periodismo de investigación, la búsqueda y divulgación de la evidencia de crímenes ejercidos desde el poder, se convierten en conspiración en un proceso de criminalización, y tiene un objetivo aleccionador, una advertencia contra quienes quieran publicar las pruebas que revelan los métodos con los cuales a menudo se construye poder en el sistema internacional.
Lo cierto es que el Departamento de Justicia estadounidense nunca comprobó sus acusaciones en un juicio. Obligar a Assange a declararse culpable de un solo cargo implica que el gobierno mantendrá la amenaza de usar la Ley de Espionaje contra cualquier periodista que se atreva a reportar sobre asuntos de seguridad nacional
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Los abogados que representan a Estados Unidos insistieron en que ni Assange es un periodista ni Wikileaks es un medio, en particular por el desdeño a la protección de activistas, periodistas, abogados de derechos humanos y otras fuentes de Estados Unidos en países como Afganistán, China o Irak, según la acusación de mayo de 2019, que retomaron los abogados de la acusación de la administración Biden.
Sea o no Assange considerado un periodista, el hecho de que se haya reconocido culpable de la actividad que practican periodistas de investigación en todo el mundo puede sentar un precedente. Stella Assange, esposa del fundador de Wikileaks y también abogada, aseguró que su equipo legal pedirá al presidente Biden el perdón porque el cargo que quedó es “una preocupación muy seria” para la libertad de prensa en todo el mundo, aun cuando no significa necesariamente reconocer la inocencia.
El cargo que quedó responde al uso de la ley de 1917 contra el espionaje y esto inquieta especialmente a los defensores de la libertad de información. Estados Unidos consiguió una condena con la ley de espionaje, por primera vez en los más de 100 años de historia de la ley, por actividades periodísticas básicas, señaló el New York Times.
Se ha sentado un peligroso precedente legal, dejando abiertas las puertas para que periodistas puedan ser juzgados (en EEUU y sus repetidoras) bajo la ley de espionaje, si reciben material clasificado de filtradores. Por ello, en Estados Unidos, defensores de derechos humanos y periodistas subrayaron que el verdadero culpable en este caso criminal no fue el fundador de Wikileaks, sino Washington y sus aliados.
“Los cargos contra Assange por parte de Estados Unidos han sentado un precedente legal dañino abriendo la vía para que periodistas puedan ser juzgados bajo la ley de espionaje si reciben material clasificado de filtradores. Esto no tendría que haber pasado nunca”, señaló Jodi Ginsberg, consejera del Comité para la Protección de Periodistas.
La Federación Internacional de Periodistas consideró que el hecho que le hayan retirado 17 de los 18 cargos de los que le acusaba, “evita la criminalización de las prácticas periodísticas corrientes” y “estimula a que las fuentes, base irremplazable de donde nace todo contenido informativo serio, sigan con la disposición de “compartir confidencialmente pruebas de irregularidades y criminalidad”.
David Greene, de la Electronic Frontier Foundation, emitió un comunicado acusando que “Estados Unidos, por primera vez en la historia de más de 100 años de la Ley de Espionaje, obtuvo una condena bajo esa ley por actos básicos de periodismo… Esto sienta un precedente práctico peligroso”.
El activista Trevor Timm expresó su decepción por el hecho de que el presidente Joe Biden haya optado por continuar con el procesamiento de Assange en lugar de demostrar en los hechos sus declaraciones de apoyo a la libertad de prensa.
Cuando no hay libertad de información, de movimiento ni de reunión, no hay derechos humanos. El encarcelamiento de Julian Assange “era muy injusta, era como tener en prisión a la libertad”, afirmó el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador.
Metieron preso a Assange por desnudar la hipocresía del país más poderoso del mundo”, señaló el periodista argentino Santiago O´Donnell, quien dirige la plataforma de análisis y noticias Filtra Leaks. El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia: por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Estados Unidos, juzgándolo y condenándolo, quería sentar el precedente: era la primera vez en la historia que no solo quien proveía la información sino el que la publicaba también iba preso. Pero la tecnología ha avanzado: hoy todos publicamos, periodistas o no.
Nos encontramos ante un momento extremadamente delicado para el periodismo internacional, con la alineación de la línea editorial de los medios internacionales a las narrativas proyectadas por los gobiernos de los Estados donde tienen su principal sede. La información a nivel internacional ya cargaba con su fardo hecho de manipulación, fake news, precarización laboral y concentración mediática.
Nada de esto deshace los males que EEUU infligió en su persecución de Julian Assange, ni revierte el daño mundial que se ha hecho al hacer de él un ejemplo público para mostrar lo que le sucede a un periodista que dice verdades incómodas sobre el gobierno más poderoso del mundo.
La liberación de Assange significa apenas el cese de un solo acto de depravación por parte de un imperio que sólo está retrocediendo puntualmente, para dejar espacio a nuevas y quizás más importantes depravaciones: crímenes de guerra, genocidios y violaciones masivas de derechos humanos, criminalizando permanentemente a una parte esencial de la labor periodística.