Habitar el duelo es esencial para aprender a vivir con la ausencia del ser querido. El duelo es una respuesta normal y saludable a la pérdida, es esencial permitirnos sentir tristeza, enojo, confusión e incluso, alivio en algunos casos.

Por María Silvina González Astobiza

En la vorágine de la vida moderna, el duelo por la muerte de un ser querido sigue siendo una de las experiencias más triste y profundamente humana. En muchos casos, se vive en silencio, esperando que el tiempo sane el dolor como por arte de magia, pero el tiempo solo no sana el dolor; lo que sí lo sana es el trabajo interno y las decisiones que tomemos para sanar.

Algunos de los factores que median en el dolor son las circunstancias de la muerte, la relación con el fallecido y el contexto sociofamiliar, entre otros. Es esencial reconocer que, inevitablemente, el golpe de la pérdida nos sumerge en un mar de emociones, en un proceso doloroso que debe ser abordado con paciencia, comprensión y compasión.

Diferentes autores definen las etapas o fases del duelo en: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Mientras que las tareas para elaborar un duelo -con la finalidad de sanar el proceso de pérdida-, son: aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente, recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo.

Cuando las personas no trabajan ni procesan sus duelos, estos se acumulan con el tiempo, lo que puede llevar a la aparición de duelos patológicos. En lugar de sanar y avanzar, el dolor no resuelto se convierte en una carga emocional cada vez más pesada, afectando negativamente el bienestar emocional de la persona por lo que es muy importante abordar y gestionar cada duelo de manera saludable para evitar complicaciones futuras.

Compartir nuestros sentimientos con amigos, familiares o un terapeuta puede ser extremadamente útil, pues hablar sobre la persona que hemos perdido, compartir recuerdos y expresar nuestras emociones puede aliviar la carga emocional. También los grupos de apoyo ofrecen un espacio donde se puede compartir la experiencia con otros que están pasando por una situación similar.

Habitar el duelo es un viaje profundamente personal que requiere paciencia, apoyo y autocompasión para reconocer y aceptar nuestras emociones, buscar el apoyo de otros, honrar al ser querido, cuidarnos y permitirnos el tiempo necesario para sanar.

El duelo no tiene un límite de tiempo establecido; cada persona procesa la pérdida a su propio ritmo, y es vital permitirse el tiempo necesario para sanar. Algunas personas pueden sentir que están atravesando saludablemente la pérdida en unos pocos meses, mientras que para otras puede tomar años. No hay una manera correcta o incorrecta de vivir el duelo; lo importante es avanzar a un ritmo que se sienta natural.

Aunque el dolor de la pérdida nunca desaparece por completo, aprender a vivir con él y encontrar formas de seguir adelante nos permite honrar verdaderamente la vida y el legado de aquellos que hemos perdido. En última instancia, el duelo es un testimonio del amor y la conexión que compartimos con los seres queridos, y aprender a habitarlo es una parte esencial de la experiencia humana.

El duelo, al igual que el amor, tiene sus tiempos, ritmos, períodos y sentires.

 

María Silvina González Astobiza es Diplomada en Tanatología Asistencial y Educativa. Doula de Fin de Vida. Fundadora de Sentir y Acompañar y, de Resilio & Vita. Facilitadora del Programa Jugar y aprender: muerte y duelo en Colegios. Coordinadora del Grupo de Apoyo: Duelo por Suicidio. Facilitadora de Death Café Málaga. Co-coordinadora del “Ciclo de Conversaciones”.