Cuando finalmente lleguemos a comprender que por el bien de Chile y de nuestra región tenemos que superar todos los resabios bélicos y limítrofes decimonónicos que aún nos separan de nuestros países vecinos; ahí nos daremos cuenta –entre muchas otras cosas- de la insensatez de haber tenido, en la principal plaza de Santiago, un monumento al general que condujo la cruenta conquista y ocupación de Lima durante la guerra del Pacífico.
Poniéndonos en el lugar del otro (algo que especialmente nos cuesta a los chilenos) habría sido como si los peruanos hubiesen conquistado y ocupado cruentamente Santiago, y luego hubiesen puesto por décadas -en la principal plaza de Lima- un monumento al general que habría conducido a sus tropas victoriosas. Obviamente, no podríamos tenerle la más mínima simpatía a un pueblo, un país y un Estado que nos “refregara” permanentemente nuestra derrota de esa manera.
Pero además, es notable el mito que se ha ido creando respecto de la figura de Manuel Baquedano, particularmente en los sectores más conservadores de la sociedad chilena. Esto, porque el historiador más considerado por ellos, Francisco Antonio Encina, ha valorado muy pobremente su figura. Y, además, porque de acuerdo a lo que él nos relata, durante mucho tiempo (el texto fue publicado en 1951) su prestigio fue bastante bajo, pese a la erección de su monumento en 1928.
Encina nos cuenta que la desconfianza del gobierno de Aníbal Pinto y de los políticos en los generales más destacados fue lo que llevó, como efecto de carambola, a la designación de Baquedano como general en jefe. Al menos, Baquedano era un conocido que no caía mal en las altas esferas, en gran parte como “resultado del roce con la alta sociedad chilena, en el largo comando de(l Regimiento) Cazadores y en la vida de oficina en Santiago” (Historia de Chile, Tomo 17; Edit. Nascimento, Santiago, 1951; p. 177).
Así, Encina señala que Baquedano, “tartamudo y de una extraña pobreza de ideas, hacía el efecto de un ser elemental. Al confiarle el mando del ejército, ni Pinto ni Santa María ni nadie entendió entregarle la dirección de la guerra. (Rafael) Sotomayor (ministro de Guerra) lo dirigiría todo, y Baquedano, asesorado por (el general José) Velázquez comandaría los batallones. Lo único que se esperaba de él era que mantuviese la disciplina del ejército que se le confió ya organizado y que (…) dejase hacer y consintiese en ser conducido hasta el frente del ejército enemigo (…) Una vez delante del enemigo, Baquedano diría: ‘La 1° división a la derecha; la segunda, al centro y la 4° a la izquierda. La reserva la formarán los regimientos 1°, 3° y 4° de línea y el batallón Bulnes y la mandará el coronel (Mauricio) Muñoz’” (Ibid.; p. 177-8).
Luego, Encina recalca que “suponer a Baquedano dotado de las aptitudes de un general en jefe, como lo han hecho Vicuña Mackenna, los panegiristas políticos del general y algunos militares cegados por el espíritu de cuerpo, es sencillamente mofarse de las generaciones que no alcanzaron a conocerle. Era incapaz de concebir un plan de operaciones, por limitación mental y por falta de conocimientos. Su mismo comando táctico era simple, sencillo, casi primitivo: el ataque frontal, a menos que la posición del enemigo lo hiciera imposible (…) Toda su táctica se encerraba en el aforismo: ‘¡Soldado chileno! ¡De frente! ¡Soldado chileno! De Frente’ que repetía como estribillo.
Pero tampoco era el pobre hombre que, por reacción, imaginaron los contemporáneos y que ha prevalecido en la historia. Dentro de su extrema pobreza ideológica, era profundamente sensato, tenía cierta sagacidad natural y buen juicio militar dentro de su escuela, que era la de Yungay y Pan de Azúcar. Era tan incapaz de una hábil concepción táctica como de un gran disparate; y este último rasgo, sumado al enorme desnivel entre el valor militar del ejército chileno y el perú-boliviano, explican el hecho de que nunca sufriera una derrota” (p. 178).
Encina finaliza su juicio señalando: “En compensación de su incapacidad como estratega y táctico tenía en alto grado el don de mando. Lo que ordenaba se cumplía inflexiblemente, aun cuando fuera una torpeza. Jamás vacilaba ni retrocedía. La frase: ‘¡Lo dicho! ¡Lo dicho!’ se hizo proverbial” (p. 179).
Notablemente, por esas veleidades de la historia, resultó que los sectores populares que atacaron su figura en el curso del “estallido” o “revuelta” social de 2019, lograron la erradicación de Baquedano de la Plaza Italia; y así, en forma indirecta y sin saberlo, reivindicaron el pobre juicio que sus contemporáneos y descendientes tuvieron de él… según Encina.