Como explica el escritor Samuel Huntington en su libro The Third Wave (La Tercera Ola, 1991), el mundo ha pasado por tres olas de desestabilización y democratización. Según Huntington, una ola de democratización sería “un conjunto de transiciones de un régimen no democrático a otro democrático que ocurren en un determinado período de tiempo y superan a las transiciones en dirección opuesta durante ese período y que también implican la liberalización o la democratización parcial de sistemas políticos”. En su análisis de la tercera ola mundial de las transiciones a la democracia (iniciada en 1974 con la Revolución de los Claveles en Portugal), Samuel Huntington observó que «las posibilidades de democratización aumentaron cuando estos países salieron de la pobreza y alcanzaron un nivel intermedio de desarrollo socio-económico, momento en el cual ingresaron en una zona de transición política».
Según la tesis de Huntington, dicho sprint democrático se explicaría porque, tras darse por finiquitada la distopía virtual de la Guerra Fría, «las dictaduras militares habrían dejado de ser un instrumento útil para EEUU en la lucha contra el comunismo y ya no serían la solución sino el problema. Además, a pesar de que en los citados países no existía una tradición de cultura democrática, rápidamente entendieron que «si el poder continuaba residiendo en una élite que desconfiaba del sistema igualitario exportado por EEUU siempre gravitarían alrededor de la égida de los intereses de dicha élite, lo que imposibilitaría sine die la asunción del poder por la sociedad civil».
Sin embargo,en las últimas décadas, la llamada democracia formal habría sufrido un corrosivo desgaste en las sociedades occidentales debido a causas económicas (el imparable coste de la vida que imposibilita la inserción de la juventud en el carro productivo-consumista); culturales (el declive de las democracias formales occidentales debido a la cultura de la corrupción; el déficit democrático de EEUU y la pérdida de credibilidad democrática de incontables gobiernos de países occidentales y del Tercer Mundo) y geopolíticas (la irrupción de un nuevo escenario geopolítico mundial tras el retorno al endemismo recurrente de la Guerra Fría entre EEUU y Rusia).
Así, muchas de las elecciones seudo democráticas de la última década han estado marcadas por acusaciones de fraude electoral (Nigeria, Ucrania, México, Bielorrusia, Honduras, Costa de Marfil, Tailandia, Pakistán y Afganistán), aislamiento internacional de los gobiernos democráticamente elegidos (Bolivia, Ecuador, Venezuela, Nicaragua y Franja de Gaza); pseudo-elecciones para intentar edulcorar golpes de mano blandos (Honduras, Ucrania, Egipto, Paraguay y Vietnam) y aceptación por la comunidad internacional de sistemas políticos devenidos en meros gobiernos autocráticos (Rusia, Georgia y Bielorrusia).
De todo ello se deduce que estaríamos en vísperas de la irrupción en el escenario geopolítico de la ola autocrática mundial siguiendo los nuevos dictados de las élites dominantes y que estarán sustentados en verdaderos Estados policiales. La autocracia sería una forma de Gobierno ejercida por una sola persona con un poder absoluto e ilimitado, lo que confirma el aforismo de Lord Acton «El Poder tiende a corromper y el Poder absoluto, corrompe absolutamente».
La autocracia sería pues una especie de dictadura invisible sustentada en sólidas estrategias de cohesión (manipulación de masas y culto al líder) basadas en el control absoluto de los medios de comunicación y la censura y desprestigio social de los individuos refractarios al mensaje del líder. De ello sería paradigma el primer ministro Viktor Orbán que habría convertido a Hungría en la primera autocracia europea o «democracia no liberal», doctrina que sería el referente de todos los grupos de ideología populista ultraderechista, muchos de los cuales en el horizonte de la próxima década ya habrán alcanzado el Poder.