Bruselas, la capital de Bélgica, se encuentra en alerta de máxima seguridad. Sus residentes permanecen bajo llave, se indica a la gente que se mantenga alejada de las ventanas y las escuelas están cerradas, mientras la policía y los soldados realizan redadas en busca de los sospechosos del atentado que tuvo lugar en París hace 10 días, en el que murieron 130 personas. Las redadas policiales nocturnas tuvieron como resultado 16 arrestos, sin que se encontraran armas de fuego ni explosivos. Salah Abdeslam, el principal sospechoso del atentado en París, que escapó hacia Bruselas en auto, sigue prófugo. Mientras tanto, el primer ministro belga, Charles Michel, ha dicho que Bruselas seguirá en alerta del más alto nivel de amenaza a la seguridad del país, que se declara cuando la amenaza de un ataque es «grave e inminente». Hablamos del tema con el activista de derechos humanos nacido en Bélgica, Peter Bouckaert, director de emergencias de Human Rights Watch, que durante los últimos meses ha mantenido contacto con refugiados que llegan a Europa provenientes, en su mayoría, de Siria, Afganistán e Irak. Él analiza lo que llama «guetos marginales» en los que viven muchos inmigrantes en las ciudades europeas, como ser el suburbio de Bruselas llamado Molenbeek, donde vivían algunos de los responsables de los ataques en París. «Realmente Europa debería ocuparse más de las comunidades musulmanas marginadas que existen dentro de sus fronteras, tratando de satisfacer mejor sus necesidades y garantizando a la gente joven el acceso a la educación y la disponibilidad de trabajo. Porque la realidad es que la mayor parte de las personas que llevaron a cabo el atentado en París eran ciudadanos franceses —algunos de ellos residentes en Molenbeek— que vivieron en Francia toda su vida», dice Bouckaert. También señala que Bélgica es, hace décadas, un centro de tráfico ilegal de armas.