Por: David Sámano
No solo es el gobierno francés, el de USA, o el de cualquier país occidental, el que parece no querer y/o no poder acabar con el terrorismo. Es el gobierno mundial, ese que ha venido configurándose con la globalización, el que se encuentra en la misma situación ambivalente, debido a que mantiene relaciones de interdependencia con lo que dice combatir. A nadie le resulta fácil creer, que algún gabinete del planeta esté exento de esa situación a todas luces fuera de control (sobre todo fuera del control de los que se asumen gobernantes “democráticamente” elegidos).
Tanto el 11 de septiembre como los atentados en Francia, son un ejemplo de algo que ocurre a nivel general. Ponen en evidencia que el poder unipolar de occidente – que según algunos se afirmó con el fin de la guerra fría – ya no existe. Lo que gobierna al mundo actual, es algo que no se rige ya por decisiones humanas; son procesos caóticos que entre más se intentan dirigir, más se tornan incontrolables.
Quizá el origen de esta situación radique en un fundamento de la civilización mundial para concebir la relación del individuo con su medio. Al menos desde hace poco más de cinco siglos, esta relación ha estado guiada por el antropocentrismo que definió Mario Rodríguez[1] como un tipo de humanismo que “rechaza el dominio de un ser humano por otro, desplazando su acción hacia el control de la naturaleza, definida como el medio (pasivo) sobre el cual se debe ejercer un poder irrestricto”. Occidente colocó a los seres humanos no occidentales del lado de la naturaleza, y luego ejerció sobre ese medio un poder sin restricciones; hizo manipulaciones de todo tipo hasta perder el control. Si hoy la naturaleza nos muestra que no podemos actuar sobre ella sin que esta nos devuelva de manera inesperada y devastadora lo que le hicimos, ¿que podríamos esperar de la reacción de ser humanos que ingenua e insensiblemente fueron vistos como “naturales”? El efecto bumerang se hace patente, como diría Beck en su Sociedad del riesgo[2].
Algunos se preguntan, ¿por qué el EI atacó a Francia? Desde la perspectiva que estamos tratando de bocetar, podríamos considerar que el azote del EI ha empezado en los países islámicos, y Francia fue transformada en país islámico por el rebote de sus acciones sobre algo que ella había naturalizado al asumirlo esencialmente pasivo y que resultó ser una fuerza tan activa como ella. Así, Francia enriqueció su cultura, recibiendo musulmanes que en su mayoría no tienen tendencias terroristas. Pero también asumió el riesgo de que un muy pequeño número de franceses islámicos, seducido por el terrorismo, hicieran el desastre que hoy nos acongoja.
Es evidente que el EI es un resultado no esperado de las manipulaciones que bajo la visión antropocéntrica antes descrita, realizó Estados Unidos. Y en un mundo globalizado como en el que nos encontramos, la amenaza se extenderá no solo a Europa.
Estamos entonces ante un problema global que, si queremos entender, debemos ir más allá de la visión del choque de civilizaciones. Siguiendo a algunos analistas con enfoques que atraviesan a todas las culturas y civilizaciones, como el termodinámico, he intentado reflexionar sobre la problemática del mundo actual – incluida la amenaza del EI – considerando a la humanidad en su totalidad una estructura disipativa[3] que de no estabilizar el flujo de energía que recibe, podría desaparecer. No todas las estructuras disipativas logran ese tipo de situación en que la energía que recibe deja de aumentar y que se conoce como el estado constante[4]. No lo logran, ya sea porque no tienen posibilidades de auto organizarse o porque agotaron su ecosistema.
Todo indica que la humanidad dominante sigue guiándose por actitudes antropocéntricas que no ponen límites a sus manipulaciones para seguir incrementando sus flujos de energía. Su acción sobre esas otras humanidades históricamente siempre dominadas, sigue conduciéndose bajo una visión pasiva de estas. Sin embargo el proceso histórico sigue empujando hacia la estabilización del flujo de energía, y si no lo generan conscientemente los que hoy son responsables, los límites los pondrán una serie de procesos éticamente ciegos que, a punta de terrorismo y crimen, paralizarán el flujo de energía y consecuentemente todas las actividades hasta un estancamiento y deterioro de la calidad de vida de la población. Es cierto que, con ello, los peligros de no arribar al estado constante se alejarán por un tiempo, pero a costa de un nivel de ingreso de energía tan bajo que solo permitiría un tipo organización social que nos haría añorar hasta las peores épocas de oscurantismo feudal, de los gobiernos tributarios – despóticos o de la prehistoria.
Si no queremos desandar el camino, es necesario renovar nuestro concepto de humanismo a partir de la conciencia que ahora tenemos de la relación compleja que el ser humano tiene con su medio. Seguramente arribaríamos a un tipo de nuevo humanismo, próximo al que propone el movimiento humanista que Silo puso en marcha. Se trataría de un humanismo que, más que accionar contra la violencia, le haga vacío, y que entonces inspiraría al gobierno de un país a que, ante un agravio como el que ha sufrido la sociedad francesa, lo primero que haría sería redireccionar la energía para no responder con violencia a la violencia. Podría, por ejemplo, aplicarla prioritariamente a proteger a su pueblo, y paralelamente empezar a comprender en su última raíz, como es que él mismo, en su papel de ser el estado conductor de una nación, se ha corrompido. Esto que podría parecer una ingenuidad, como “pedirle peras al olmo”, no nos lo parecería, si subrayamos que detrás de estas acciones hay una actitud auto referente, auto organizadora, que puede producir modificaciones internas para diferir las respuestas hacia el medio. Un excelente ejemplo de esto lo podemos apreciar en un dibujo que ha circulado recientemente en las redes sociales en el que se puede leer: “Si la respuesta es la guerra, entonces nosotros debemos cambiar la pregunta”.
[1] Silo. Obras completas vol. 2. 2002.
[2] Beck, Ulrich. La sociedad del riesgo. 1998.
[3] Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Estructura_disipativa
[4] Adams, Richard. La red de la expansión humana. 1976.